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CRÓNICAS Y REPORTAJES DE LOS ESTUDIANTES
Teoría sobre la crónica
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Los estudiantes de Humanidades escriben crónicas periodísticas donde se evidencia el desarrollo del pensamiento crítico. El Comité de Redacción del periódico está integrado en su gran mayoría por estudiantes de Humanidades. Un gran impacto de la presente propuesta "Educación en Medios de Educación" es proveer varios de los textos que se publican en el periódico escolar, además de ofrecer la formación sobre géneros periodísticos para el comité de redacción del periódico. Además, el impacto ha sido tal que en el año 2016 el periódico El Humanista fue galardonado como Mejor Periódico Escolar en el Séptimo Premio de Periodismo Comunitario de la Alcaldía de Medellín. 

A continuación se presentan algunas crónicas y reportajes periodísticos de los estudiantes de Humanidades

De un aborto en el campo

Esteban Vásquez Pérez X-12, 2018

 

“Lilia, mija, a usted le toca quedarse con Duván, que Maruja cuida a Jairo y a Bernarda pues con Óscar”. La abuela estaba repartiendo a los niños. Seguro no vivía más allá de esa noche. Estaba en una habitación pequeña, claustrofóbica, con sábanas motosas que absorbían el sudor y la sangre que le escurría del cuerpo. Nunca estuvo tan cerca de la muerte.

 

Lucila Correa Cano se casó con José María Pérez Gallego en Toledo. Se casó de negro, le tocó casarse, porque el hombre tenía platica y hasta empezó a parecerle muy pinta, pero la verdad es que ella siempre quiso a Alberto, así feito y sin plata. La pobreza en la que nació Lucila fue la que la casó con José. Los abuelos vivían en una vereda que quedaba bastante lejos del municipio. “En mula uno llega a una hora, a pie por ahí en dos horas” dice ella orgullosa de lo berraca que era. José trabaja en agricultura y Lucila le hacía el almuerzo a él y a los otros señores. Todos los días se iba en mula hasta Toledo a llevarles arroz, papa y caldo, y de regreso a la vereda. Hasta el momento había tenido cuatro hijos y Lucila, bien fuerte que era, aguantaba pa’ más. Las muchachas, en ese entonces, tenían los hijos que sus mamás o maridos quisieran. Sus vientres eran cosas que se prestaban, o eso era lo que decía la Biblia para las viejas religiosas de Toledo.

 

La agricultura era, en Toledo, lo que uno mejor podía ejercer, y es que qué se iba a construir en esa vereda, para qué se iba a estudiar, para qué se iba a ser un profesional, un médico, un profesor de la escuelita Santa Paz. Usted sólo cultive papa y yuca. José estudió hasta cuarto de primaria, él ya sabía lo que tenía que hacer para salir adelante en esa vereda. En cambio, Lucila estudió todo quinto. Además, lo repitió cinco veces porque en el 1946 no había tal cosa como sexto por allá. Entonces, a Lucila le tocó desde ahí ponerse a hacer los oficios de la casa y llevarle la comida a José.

 

3 de Febrero del 77. Ese día, a las 11:35 am. Jesús le está ensillando la mula a Lucila pa’ irse. Ella tiene prisa. José se debe estar muriendo de hambre. “Jesús, hágale pues que José me está esperando”- dice. “Tranquila Lucila que esos afanes le hacen daño”- responde. Jesús tiene razón, la abuela tiene siete meses de gestación, a ella le da igual, al final se monta en la mula, se sube a una silla y se pone con ambas piernas de un lado. La mula siente el peso en su lomo y se hunde. Al niño, a Jesús, a Lucila y a la mula les espera una trocha brava.

 

El viaje por la vereda era muy maluco, muchas veces se quedaba gente en el camino. El trayecto es pantanoso, pedregoso, empinado, el verde brota del lugar como una infección. ¿El olor? Los que saben dicen que a mierda y a sudor de monte. Pero eso era lo que le gustaba a Lucila, los aromas del cerro, el mundo del campo tan sencillo.

 

“Oiga Lucila, esa mula está mamada, vea como está sudando” dice Jesús. Sabe que apenas van por la mitad del camino. Ella no le presta atención y la mula tropieza, Lucila se cae de espaldas y su columna va a dar con el filo de una piedra. El dolor es punzante y le recorre todo el cuerpo como un escalofrío, luego se desmaya. Jesús no sabe qué hacer, pide ayuda a gritos, y menos mal estaba Erasmo cerca pa’ arrimar el hombro, montan a Lucila en la mula y la llevan a la casa a ver qué hacen allá, la mujer se queda tres horas inconsciente, luego se despierta en su cama y trata de inclinarse. Siente una presión muy fuerte en el abdomen bajo. “Se me va a salir el niño”, piensa, se pone la mano y, efectivamente, se le sale el niño. Tiene apenas el tamaño de su mano, está totalmente formado, pegado al cordón umbilical, la sangre abunda, el niño se mueve, da señales de vida, su piel es frágil como sus huesos, como sus músculos, como sus extremidades. Su corazón latió pocas veces. En poco tiempo el prematuro se deja de mover y Lucila lo siente morir en su palma. Según el código civil, uno es persona cuando se separa completamente de su madre, como al niño no le cortaron el cordón umbilical mientras vivió, no fue persona ni por un solo segundo.

 

Toledo tiene, en total, 139 Kilómetros cuadrados. La distancia entre casa y casa es mucha. Habrá sólo unas tres en la vereda y en ninguna de ellas hay una enfermera o alguien que pueda hacer algo por la vida de Lucila. En esas condiciones, lo más probable es que contraiga una infección. Ella está inquieta, muy asustada, no sabe si cortar el cordón la podría matar y no es capaz de comprobarlo. José hace que la gente espabile, sus trabajadores corren; llevan y traen trapos que escurren sangre. Nadie sabe qué hacer con ella, las señoras están alarmadas. Los médicos más cercanos están a una semana de trayecto. Ella dice que ni por el putas se monta ahora en una mula.

 

¿Qué procede? Arrancar a buscar a una enfermera a Toledo. José se va para el municipio, muy de buenas se encuentra a la única enfermera de Toledo. Mientras tanto, Lucila está con el feto, literalmente, colgando. La sangre que ha perdido es mucha, pero, finalmente, para de sangrar. En esas condiciones es muy fácil que se le extienda una infección por el cuerpo. Las sábanas no están muy limpias, el aire igual. Finalmente, contrae fiebre amarilla. Algo que podía matar a cualquiera, en estos tiempos. “Yo nunca había estado tan cerca de morirme”, dice ella, la mujer que ya había abortado a unos mellizos y que vivía en una de las zonas con menos contaminación médica del Norte de Antioquia. Era normal que las mujeres o los recién nacidos fallecieron durante el parto, que era una tarea fría, de dolor no anestesiado y puro aguante.

 

José llega con la enfermera, ella ve la situación, quién sabe si impresionada y tratando de mantener tranquila a Lucila. Parece pensar un poco antes de sacar el bisturí y separar al niño de su madre. Hace suturas, cauteriza, bota residuos, le da algo para el dolor. La situación sigue siendo grave; tanto que la enfermera le dice a Lucila que le queda sólo una hora de vida. Lucila le cree. Espera su muerte en 59 minutos, luego en 24 horas, 30 días, 12 meses. Tomando aguapanela se cura de la fiebre amarilla, recupera la sangre. La sentencia de la enfermera no llegó. La vida de campo se reanuda, vuelve a las mulas, los hijos y el trabajo. Lo único que queda por saber es si todavía su vientre puede con otro muchachito. Tiene cinco más. “Yo he sufrido mucho en esta vida, a ustedes les ha tocado muy fácil” termina diciendo la mujer de 84 años, cabello oscuro, sonrisa fácil y cadera ancha. Parece que el sufrimiento le ha dejado más ganas de vivir.

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Furor

Radiografía del machismo en Colombia

 

Manuela Bernal Echeverri X-11

 

"Cosas que no se olvidan", repetía varias veces María Cristina Restrepo mientras me relataba los sucesos más desconcertantes y trágicos a lo largo de sus 60 años de vida.

 

El 1 de octubre del año 2000, un hombre atentó contra ella de la manera más violenta posible, según ella, por el mal de su misma lengua. Este fue el peor incidente en una larga sucesión de sucesos tristes…

 

"Como todo tiene una consecuencia, hay que empezar desde el principio", así comenzó Cristina mientras se preparaba para contarme la historia de su vida.

 

Cristina nació en el año 1958 en Barranquilla, en un ambiente violento y tóxico. Sus padres, María Teresa Higuita Muñoz y Jorge Luis Restrepo White, escaparon, como jóvenes enamorados, para llevar una vida juntos fuera de Antioquia. Su madre era una mujer muy hermosa, además era prostituta. Por otro lado, Jorge Luis venía de una familia prestante, dueña de la compañía Coltesamar, perteneciente a Coltejer, y como consecuencia de su escape, lo desheredaron.

 

Los principales problemas con los que creció Cristina fueron el alcoholismo y la violencia intrafamiliar. Recordando el maltrato que su padre recibía de su madre, dice: "Ella lo maltrataba, le dio puñaladas, le dio con garrotes, palos, le dio con todo, hasta con machete. Ese fue el cumpleaños número 36 de mi papá, tres machetazos".

 

Además, a la edad de 8 años, fue violada por Domingo Morales. El padre de Cristina era inspector de policía y Domingo era su secretario, además de un amigo cercano de Jorge. Ella, muchas veces, se quedaba a dormir en la inspección. Entonces, cuando había problemas en la casa de Cristina, su padre la dejaba en la inspección al cuidado de Domingo, y un día se aprovechó perversamente de la situación. Cristina nunca habló sobre esto con nadie, sólo hasta que un día su madre vendió su "virginidad". "Raúl Correa Vélez le entregó a mi mamá 50.000 pesos y ella me dijo: 'váyase con él', me encerró en una pieza e hizo el amor conmigo", cuenta Cristina.

 

Teresa, la madre de Cristina, era un ser malvado, ella había tenido un hijo, que fue la compañía de Cristina en parte de su infancia, su madre lo echó de la casa a los 9 años, creció como habitante de calle hasta que una tía lo reconoció y lo formó como un hombre de bien. Lastimosamente, murió casi a sus 26 años de edad.

 

Jorge, por su parte, no hacía nada al respecto, era un hombre borracho, despreocupado emocionalmente y con poca conciencia. Sin embargo, era responsable en cuanto a la parte económica del hogar. "Yo tenía la percepción de que no me querían, mi papá solo quería a mi mamá, él no se preocupaba por mí, mi mamá nunca me demostró amor, siempre me dijo que yo nunca debí haber nacido", relata.

 

Cansada de soportar el desprecio, los problemas, el desamor y la violencia con la que creció; Cristina, muy valientemente, decide irse de su casa a los 12 años, dejando atrás ese mundo, esperando hallar un futuro mejor. La recibieron en la casa de un tío en Puerto Berrio, Antioquia. Allí continuó sus estudios, de cuarto y quinto de primaria, en la jornada nocturna. Vivía con su tío y su respectiva esposa. Con el tiempo, empezó a notar que un hombre, Alirio, amigo de su tío, visitaba constantemente la casa. En su mente de niña, creía que las razones de sus visitas era ella. Mucho tiempo después se dio cuenta que era por la mujer de su tío, posiblemente, lo veía como una esperanza para recibir cariño y atención.

 

Pero, pasados 2 años, Cristina tuvo un conflicto con la mujer del hogar y la echaron de allí. Se encontraba sentada en un parque, con una caja de cartón en la que tenía sus pertenencias, pensando en su futuro. Definitivamente, no sabía qué hacer. Alirio la encontró y le dijo: “¿Para dónde se va a ir?, Cristina, usted y yo no nos queremos, pero yo no quiero que usted se vaya por ahí a prostituirse, usted no sabe trabajar, no tiene estudio, no tiene nada, yo le ofrezco que se venga a vivir conmigo, el amor llegará después”. Sin más alternativa, aceptó la oferta y, con tan sólo 14 años, se convirtió en “esposa” de este señor.

 

Alirio no sólo era su nuevo sustentador, además terminó de criarla. Por otro lado, la violencia en este hogar nunca cesó. La golpeaba. La maltrataba tanto física, como psicológicamente. Cristina es madre de tres hijas, la primera (Magda Sair) la tuvo con Alirio; quedó embarazada a los 18 años, él no estaba contento con esta nueva noticia y le dio tremenda golpiza. Alirio insistía en que abortara pero ella se negaba. “¡Yo sé que es una puta más!”, le gritaba Alirio, y se lo repetía, casi obligándola a abortar a su bebé.

 

Al final, hicieron un tipo de convenio: “Si lo va a tener, téngalo, yo le consigo una señora que le ayude, pero con una condición, usted todos los días me va a llevar el desayuno y el almuerzo, no me lo va a llevar nadie más, sólo usted, si me ve conversando con alguien, no se meta, si me ve con otra mujer no me diga nada, mientras usted se maneje bien la mantengo todo el tiempo que quiera, pero yo no voy a vivir prácticamente con usted”, sentenció Alirio. Para Cristina, esta situación era completamente normal, de todas maneras, en esa relación nunca hubo un amor. Así pasaron 6 años de rechazo y violencia psicológica.

 

Cuando nació su bebé, a Cristina le realizaron una cesárea. Un día, mientras se bañaba, entró Alirio y se quedó parado observándola, mientras le decía: “¡Si ve!, por eso era que no quería que tuviera ese hijueputa muchacho, mire, ¡uy no!, qué tetas tan horribles, llenas de estrías, igual que esa panza, bien poquito culito que tiene y ahora se le acaba, no, mejor dicho, ¡se acabó!”. Pasadas unas horas, Cristina se tomó tres frascos de veneno para ratas. Pero, no murió. Su vida no paraba de ser infeliz y tormentosa, era prisionera del machismo en su máxima expresión, no tenía libertad alguna, el maltrato no paraba.

 

Cristina, a sus 20 años, conviviendo aún con Alirio, distingue a un hombre en un evento. El hombre, de nombre Óscar, empieza a sentir un fuerte interés por Cristina. Insiste en conquistarla. Pasa por su casa, la saluda. Cuenta ella que, por la ventana, acomodaba un espejo para poder observarla y llamar su atención, le gritaba “¡Señora bonita!” y muchas otras palabras más. Cristina se enamora rápidamente. Por primera vez en su vida, se empieza a sentir querida y tiene sentimientos encontrados que se comparten mutuamente. Ella le propone un compromiso: “Yo me salgo de aquí con usted, pero casada”.

Cristina, sin pensarlo, deja a Alirio, toma a su hija Magda y se va con su nuevo esposo, Oscar.

 

Decidieron llevar a cabo una vida fácil, así lo describe ella. Viajaban a Puerto Asís, un municipio en Putumayo, a comprar base de coca. En ese entonces, por esos sectores del país, existían fincas productoras de cocaína pertenecientes a la guerrilla, en donde tenían sembrados de coca que luego procesaban. Esta base de coca, a la que ella hace referencia, era las “sobras” que quedaban del producto de alta calidad. Traían dicha base y la vendían en Antioquia como si vendieran dulces por una ventana. No obstante, tiempo después, Cristina descubre que Óscar también era consumidor. Él comenzó a llevar personas a su casa a consumir drogas, especialmente bazuco, y ella se vio involucrada en esta situación, principalmente por amor. Ella creía que si era condescendiente hacía los demás, la querrían más o le demostrarían más amor.

 

Inició una vida de descontrol, sumergida en el vicio del bazuco, el alcohol, el cigarrillo y las malas influencias. Una crianza poco saludable para sus hijas, ya que, con Óscar, tuvo a su segunda y tercera hija, Raquel Cristina y Angélica María. Uno de los mayores impactos que influyeron para que abandonara al bazuco fue la muerte de su tía, que falleció por una sobredosis. Pero, lo que más la influenció, fue una visita que le realizó al político Gustavo Carvajal, amigo de la familia. Él la miró y le dijo: “¡Ay!, ¡qué pesar Cristina que no te quieras, estás acabada, mejor dicho, ya estás muerta!”. Cristina le ofreció a Óscar cambiar de vida, ponerlas en orden. Óscar obviamente se negó. Cristina no vio más alternativa que alejarse de todos, dejar a su esposo y dejar a sus hijas en buenas manos. Comenzó a planear su “viaje”, dejando a sus tres hijas en la casa de doña Raquel, la madre de Óscar.

 

No tenía dinero para un tratamiento de rehabilitación. Entonces, descubrió que la única solución para dejar el consumo, sería establecerse en un lugar donde estuviese prohibido consumir. Este lugar era Guaviare, más específicamente, en las fincas de producción de coca de la guerrilla, en las cuales, les advertían, hasta dos veces, que estaba prohibido consumir; a la tercera los mataban. En 1986 Cristina parte al Guaviare, en donde comenzó su rehabilitación, basada únicamente en la voluntad. A diferencia de Óscar, cada año que ella lo visitaba, él seguía sumergido en la adicción. A causa del consumo, tiempo después, Óscar murió de cáncer de esófago. Por su parte, dice ella, nunca dejó su vida de libertad, de baile y de fiesta.

 

Ahora bien, conseguir trabajo en las fincas era muy sencillo, podían contratar alrededor de 100 ó 150 personas por semana. Además, pagaban bastante bien. Cristina no tenía estudio alguno, apenas había cursado la primaria, pero, afortunadamente, tenía habilidad con los números y actitud de líder, lo que ayudaría para tomar el cargo de administradora de una de las fincas.

 

Allí, en Guaviare, conoció a un señor llamado José Vicente Barrera Águila; era trabajador de otra finca, su oficio era de fumigador. Comenzaron una amistad que Cristina nunca rechazó, lo veía como algo bueno y nada fuera de lo normal. Al pasar del tiempo, el señor Vicente mostró interés por Cristina, la cortejaba con regalos, flores, la invitaba a paseos, en su mayoría, a San José del Guaviare. En estas fincas existían unos lugares que llamaban bodegas, eran como un tipo de heladerías, donde se conseguía comida, licor, se bailaba, se conseguían habitaciones, etc. Los trabajadores tendían a ir allí constantemente. Cristina, a su vez, siempre iba y, varias veces, iba con Vicente.

 

Pasados 8 meses, Cristina notó que Vicente se había vuelto más intenso, iba con más frecuencia a visitarla y la acosaba todo el tiempo, pero ya, no de una buena manera, y a ella, esa actitud, le desagradó de inmediato. Entonces, sucedió el acontecimiento más dramático de su historia y que le dejó la huella más profunda que pudo dejar un hombre en ella.

 

Era un domingo 1 de octubre del 2000. Recién aparecía la luz del sol y los trabajadores estaban concentrados en sus oficios, como siempre. Luego, Vicente apareció. Cristina ya estaba cansada de sus visitas continuas y de su espantosa intensidad, no vio que más qué hacer que decirle directamente su posición. “La verdad, yo no pensé para hablar el día que se apareció Vicente. Le dije, así en esa forma, y es que todavía me acuerdo y me duele”. Las palabras pronunciadas por Cristina fueron: “Vicente, ¿usted no conoce la palabra desprecio? Ya eso es lo que siento por usted, yo lo veo y se me daña el día, mejor dicho, haga de cuenta que yo soy una fiera, que me comí la carne y boté el hueso, y usted es hueso que yo no quiero roer”. Cristina no pensó la magnitud de consecuencias que traerían estas palabras. Un sentimiento de ira y enojo, nunca hallado en Vicente, salió a la luz, pues Cristina se convenció, y afirmó con prepotencia y orgullo, lo pronunciado. Vicente le dijo: “Tranquila Cristina, si no quiere volver a verme, no me va a volver a ver, eso se lo aseguro”.

 

Ese día sólo se encontraban tres personas en la finca: el químico (fabricante de base de coca), Cristina y una ayudante, a la que de cariño le decían “Vinvi”. En el transcurso del día, Vicente se fue con el químico, Cristina los pudo observar desde lejos, más o menos, a las 2 de la tarde. Transcurridas dos horas, el químico le entregó el producido a Cristina a las 4 en punto, su trabajo había culminado. Antes de que él se fuera, ella le preguntó si Vicente se había marchado. Él respondió que sí. Ahora, estaba confiada y segura de que jamás lo volvería a ver.

 

Vinvi y Cristina se estaban preparando para salir. Vinvi terminaba los preparativos de la finca; en ese instante, Cristina decidió entrar al baño a tomar una ducha. En un momento alcanzó a escuchar un ruido lejano. “¿Vinvi?”, gritó. Nadie respondió. Gritó por segunda vez: “¿Vinvi?”, y en ese mismo instante, entró alguien tirando la puerta. Lo primero que vio Cristina fue la agitación de un machete en el aire. Decidió, rápidamente, poner como defensa, su mano izquierda para evitar el ataque. Atajó, velozmente, el golpe con su mano. Esto le causó una herida que le atravesó la palma de la mano hasta el dedo anular.

 

Detuvo, con su mano, un nuevo ataque. Logró empujar a Vicente y salir del baño, salió corriendo por el campo, huyendo por su vida. “Mujer, supuestamente, yo era muy brava, pero ahí conocí el miedo, yo no recordé cómo era, lo único que sentí fue miedo”, me dijo. Mientras corría, el machete logró alcanzarla, hundiéndole la parte izquierda del cráneo, haciendo que cayera al suelo sin más fuerzas. Cristina cayó al lado de un corral hecho de varillas grandes de metal, el machete venía de nuevo en su dirección; lo único que pensó fue: “Dios mío no me dejes morir así”. La cabeza de Cristina se encontraba situada cerca de una de las varillas, por lo cual, cuando Vicente lanzó el último machetazo, ella logró esquivarlo. El machete golpeó la varilla e, inmediatamente, se rompió. Vicente fue a buscar un palo y continuó golpeando a muerte a Cristina. Vinvi llegó corriendo tras escuchar el alboroto y comenzó a gritar por la fuerte impresión y la macabra escena que estaba presenciando. Lo trabajadores de las fincas vecinas llegaron corriendo inmediatamente, la levantaron y la llevaron a una mesa para tratar de estabilizarla.

 

Comenzaron a buscar al principal inspector de policía y al comandante guerrillero de la zona. Cristina no debía ser movilizada sin ningún permiso, ya que, a partir de las 7 de la noche, nadie podía estar afuera rondando. Finalmente, a las 9 de la noche llevaron a Cristina a Retorno Guaviare donde sería tratada inmediatamente. Tres días después, la guerrilla encontró a Vicente en una carretera. Lo agredieron como castigo y, luego, lo amarraron a un palo, en donde lo dejaron esperando su muerte. Además, hicieron circular la amenaza de que nadie podía bajarlo o les pasaría lo mismo, y allí murió Vicente siendo devorado, al pasar de los días, por perros y pájaros. “Por orden de la guerrilla, existe la ley del Talión, ojo por ojo”, afirma Cristina.

 

Mientras tanto, ella fue trasladada al hospital Roosevelt en Bogotá, estuvo en estado de coma durante tres meses, le realizaron 21 operaciones reconstructivas en, aproximadamente, 5 años. Los primeros dos años vivió en aquel hospital. Vicente le había roto los pies y múltiples partes del cuerpo, le destruyó la mandíbula y estuvo sin habla un año y medio, la había golpeado tan fuerte en el abdomen, que, tiempo después, le extrajeron un tumor de sangre proveniente de allí.

 

Pasados los 5 años de su recuperación, Cristina volvió para hacer las paces con su familia. Actualmente, vive a unos pasos de mi casa, en una pieza que le pagan por cuidar a un sobrino discapacitado. Cristina no tiene sueldo alguno, recibe lo que le dan y pasa sus días en compañía del niño, que, al igual que en su infancia, no tiene apoyo por parte de su madre ni de su padrastro, sólo de Cristina, quien lo prepara como un ser autónomo y fuerte, sin limitaciones, ya que no posee piernas. Cristina le brinda el amor que ella nunca recibió y la fortaleza para cumplir su deseado futuro: ser médico para ayudar a personas en la misma condición que él.

 

Mi pregunta es, ¿en realidad fue culpa de Cristina que esto le sucediese por confrontar a aquel hombre? Vivimos en una sociedad machista, y más en esa época. Según el más reciente informe de Medicina Legal, entre el 2014 y 2015, fueron asesinadas 970 mujeres en Colombia. El rango de edad con más casos es el comprendido entre los 20 y los 24 años. El mismo documento advierte que, durante el 2015, se registraron 47.248 casos de violencia de pareja en Colombia. En el 47,27% de los casos, el agresor era su compañero permanente y en el 29,33%, era su excompañero sentimental. El 74% de las colombianas han sufrido situaciones de violencia de género. Las cifras, basadas en la más reciente Encuesta Nacional de Demografía y Salud no sólo hacen referencia al maltrato, sino a todo acto de violencia de género que tiene como resultado un daño físico, sexual o psicológico. Incluso, cuando hay amenazas, o privación de la libertad, tanto en los espacios públicos como en los privados.

 

Cristina no sólo fue víctima de la violencia de género, en su infancia vivió el mismo ciclo que muchos niños sufren a diario en Colombia. Un niño debe crecer con amor y valores familiares. ¿Cómo no iba a ver Cristina la violencia como algo normal, si eso fue lo único que recibió de pequeña?

El Instituto Colombiano de Bienestar Familiar reveló, que entre enero y agosto del año 2017, se registraron 7.106 casos de maltrato infantil, lo que representa 29 casos diarios, pues de estos, se reportan 5.030 casos de maltrato por negligencia, 1.653 de maltrato físico y 402 de maltrato psicológico.

 

Frente a la violencia sexual, el reporte del año 2016 alcanzó 10.715 casos, mientras que en el periodo comprendido entre enero y agosto de 2017, se reportaron 7.540 casos en toda Colombia, con un promedio de 31 casos diarios.

 

Pasados ya 18 años, Cristina recuerda cada detalle de su trágica historia. “Ese fue mi nacimiento para Dios y con Dios porque, al tener esa vida que yo le conté, yo no conocía a Dios, sabía que había uno, y en ese momento, fue lo único que me salvó cuando dije: ¡Dios mío, no me dejes morir así!”, afirma. Ella cree que le fue dada otra oportunidad para vivir, se siente totalmente agradecida con su día a día y afirma haber perdonado por completo al causante de tanto dolor; vive una vida en camino de la sanación de sus heridas, llena de ternura y transmitiendo sus grandes sonrisas a los demás, a diferencia de su madre que, irónicamente, va siempre a misa y repite con insistencia: “Yo ya tengo comprado el infierno”.

 

- “Lo primero que pensé fue que yo no supe hablarle a Vicente y, por eso, me hizo esto; y lo perdoné, y hasta el día de hoy, queda perdonado”.

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El holocausto de los prodigios de nuestra nación

 

Santiago Montoya Carrascal, XI-22, 2018

 

El sol se sentía en la piel, era bastante intenso para ser tan temprano en la mañana. Miraba hacia arriba para revisar cuánto faltaba para llegar y, al mismo tiempo, me cegaba un poco la intensa luz. Alrededor sólo se escuchaban algunas quejas de “no me eché bloqueador”, “qué subida tan eterna”, y yo pensaba, “¿cuándo será que vamos a llegar?”.

 

Cada vez estábamos más arriba, y más adentro, ya habíamos llegado a “Nueva Jerusalén”, y lo que aquejaba al grupo antes, se volvía más insignificante. Estábamos en medio de la pobreza, aunque no habíamos llegado a nuestro destino. A partir de ahí, habían pocas palabras, ahora yo era sólo ojos, observaba cada detalle que podía, e iba aguardando cada imagen que veía sin siquiera procesarla. Al comienzo se sentía un ambiente campesino, un ambiente de vereda. Veo que hay tantos perros como personas, o quizás más perros, gatos en todos los rincones, que se escabullen entre los techos de tejas de zinc, van y vienen, buscando algo de comer.

 

El suelo de la mayoría de las casas era tierra, tierra compacta y pesada. Yo pensaba: “¿qué harán cuando llueve?”. La mayoría de las puertas estaban abiertas, quizás era una señal de confianza, o quién sabe; otras casas ni puerta tenían. El camino era ancho en algunos tramos, corto en otros, pero sólo podías subir a pie, o quizás en moto. El olor, qué difícil de describir el olor de aquel lugar, quizás porque no era uno sólo, era una combinación de muchos olores, a barro, a animal sin bañar, acompañado por el hedor de algunas heces de los perros que reposaban en todas partes. Algunos niños corrían, iban y venían, unos en bicicletas, otros caminando, otros corrían, unos con zapatos y otros descalzos, sobre el rústico suelo lleno de piedras grandes y pequeñas.

 

Aparte de la cantidad de perros que había en las calles, que eran de nadie, en cada casa tenían hasta 4 y 5 perros, además de contar con 4 y 5 gatos, que a su vez quién sabe cuántos más iban a parir. De esto me pude dar cuenta cuando llegamos a la casa de doña Marta. Los antiguos la conocían y la saludaron, ella salió de su casa con una emoción honesta, nos saludó a todos con igual entusiasmo, nos conociera o no. Recuerdo que llevaba una blusa rosada y un pantalón negro y, por supuesto, no le podían faltar sus botas pantaneras. Llevaba las manos sucias de condimentos, lo que tuvo su explicación cuando nos dijo que “estaba haciendo el almuercito”. Tenía el pelo totalmente desorganizado, mechones para allá, para acá, con unas canas que resaltaban en su cabello negro. Sin embargo, nada resaltaba más en ella que su sonrisa al ver a las personas del grupo que habían ayudado a construir su casa. Doña Marta era una de las dueñas de las más de 5.000 casas que había construido la fundación TECHO, en el país. Le preguntaron por su nieto. Recuerdo que ella respondió: “Está bañando los gatos, no ve que ayer trajo otros 2, ya son 5”.

 

Luego de la corta charla, seguimos nuestro camino y, a pesar de que ya llevábamos caminando casi una hora en el barrio, seguíamos encontrando más casas, más personas, más gatos, más perros. En ese momento me parecía mucho, pero, la verdad, es que sólo era una pequeña muestra de las 5.609.000 personas que viven en absoluta pobreza en nuestro país.

Al fin, llegamos a la “escuelita”; con escuelita me refiero a un salón construido en madera sobre un pequeño plano que reposaba en el regazo de la montaña; al igual que la mayoría de las construcciones del lugar, no tenía piso. Estaba cerrada. No con más seguridad que un oxidado candado. “La luz se filtra por las paredes y por los techos tan tímidamente como el agua cuando llueve”, pensé. Adentro, no había más que unas cuantas sillas y mesas (no más de 20), un par de carteleras, una con el nombre de los niños y otra con los compromisos que habían acordado; y las paredes estaban decoradas con las manos de los niños hechas pintura.

 

Aunque era llamada escuelita, era obvio que allí no se dictaba ningún tipo de educación formal, los niños de esta comunidad formaban parte de la estadística de los 1,2 millones de niños desescolarizados de nuestro país. Poco a poco fueron llegando los niños, unos sonrientes y felices, otros enojados, otros inexpresivos y callados, y otros llegaban pero se quedaban a un lado, como estando pero sin estar, no querían estar tan involucrados. Ninguno pasaba de los 14 años de edad. Luego de realizar algunas actividades que dirigió la psicóloga del grupo, un niño me contó: “Me gusta mucho montar bicicleta, pero ya no puedo, mi padre me vendió la que tenía”. Recuerdo que este niño tampoco podía hacer muchas de las actividades propuestas porque no sabía leer. También me dijo: “Quiero aprender a escribir mi nombre, pero no sé pa’ qué”.

 

Al igual que este niño, había otros 30 niños allí, que, a pesar de su felicidad y de su corta edad, no les alcanzaba muchas veces para mantener su optimismo frente a la realidad que los rodeaba.

 

Cuando el día se acababa y todos bajábamos a nuestra cómoda realidad, yo sólo podía pensar que, en estas condiciones, sólo queda aprender a sobrevivir, no queda tiempo ni ganas para soñar. Pienso en todos esos niños que nunca han tenido la oportunidad de aprender a leer; cuántos artistas, que nunca tocaron un pincel; cuántos científicos, que nunca entraron a un laboratorio; cuántos periodistas, que sólo fueron noticia, o sólo el olvido; cuántos médicos, que no aprendieron a salvar vidas sino a matar; cuántos ingenieros, que nunca aprendieron a sumar… Porque la pobreza, la falta de educación y la falta de oportunidades, son el holocausto de los prodigios de nuestra nación.

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Conviviendo con el autismo

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Samuel Bedoya Vacca, X-23 de 2017

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Cuando, en una mañana del 25 de junio de 2012 nació mi hermano Mateo, me llené de alegría y emoción, no podía creerlo, ya iba a dejar de ser hijo único, ya tenía a alguien con quien pasar mis ratos libres, ya tenía un hermano que cuidaría con mi vida. Pasó un año y medio. Tiempo en el que Mateo, mi hermano, se desarrolló como cualquier niño. Tomaba leche, balbuceaba, se babeaba con las sopas de la abuela, gateaba y aprendió a caminar. Éramos una familia como cualquier otra. Pero, después de que le aplicamos la inyección triple viral, empezamos a perder a Mateo. Dejó de decir palabras que ya sabía, se reía y jugaba solo, empezó a caminar en puntitas, a “aletear” como si quisiera volar y nos dejó de escuchar…

Una tía, que es médico general, nos informó sobre un trastorno conocido como autismo. También nos dijo que mi hermano presentaba muchos de sus síntomas. ¿Autismo? Una nueva palabra entraba en nuestra vida. Nos explicó que el autismo es un trastorno del neurodesarrollo caracterizado por alteración de la interacción social, de la comunicación (tanto verbal como no verbal) y el comportamiento restringido y repetitivo. Pero no le hicimos caso, no lo quisimos aceptar tan fácilmente. Ingresamos a Mateo, ya con dos años, a la Fundación Integrar, donde se realiza un examen, de una semana, a los niños para verificar si tienen algún trastorno como el autismo. Esa semana fue la más intrigante de mi vida. Temores, sudor en las manos, preguntas que nunca me había hecho, nervios, náuseas, tensión, pelos de punta…

Entramos a la sala, estaba fría como mis manos. ‘’Siéntese mamá’’, dijo la terapeuta, omitiendo mi presencia. ‘’Bueno, después de una semana revisando a Mateo, haciéndole diferentes actividades, llegamos al resultado de que su niño tiene el diagnóstico de autismo, probablemente le tocará asistir a terapias y a una escuela especial durante toda su vida’’. Yo sé que, en ese momento, mi madre sintió lo mismo que yo. El mundo se quedó en tinieblas.

Estábamos llenos de preguntas y de escepticismo, no podíamos aceptarlo… No, no a mi hermano, ¿Por qué a él? Tiempo después, ingresamos a Mateo en diferentes terapias de deglución, conductual, comportamental, entre otras. Pero no sólo las terapias eran para él, también eran para la familia, pues para que un niño con autismo progrese, necesita el apoyo y la ayuda de las personas más cercanas. Nos enseñaron a hacerle frente a la enfermedad y qué hacer para que Mateo pueda tener una vida más plena.

Mi hermano, actualmente, es un niño feliz y se comunica a su manera. Ya está más acá que allá. Es, probablemente, el niño más lindo del mundo, ojalá pudiera vivir como él lo hace, sin preocupaciones, sin maldad, sin pecado. Su mirada provoca esas mariposas en el estómago, que  sólo se sienten cuando estamos enamorados, porque sí, mi familia y yo estamos enamorados de él, de su sonrisa, de sus ojos, de sus locuras. Cuando un niño con autismo te abraza, créelo que es el abrazo más sincero y cálido que te puedan dar.

Pero su historia no acaba en ‘’soy autista y dependí de mi familia toda la vida’’. Este año, el protocolo ‘’Sanando los síntomas conocidos como Autismo’’ fue otra puerta que se abrió para Mateo y para nosotros. Es una dieta desarrollada por Kerry Rivera. Según ella, el autismo no es un trastorno neurológico, sino un trastorno neuroinmunológico. Para ella, la digestión y la mala alimentación son las que afectan el cerebro del niño y lo hace comportarse de esta manera. Más de 360 niños han salido del diagnóstico con esta dieta.

La gente cree que esto es difícil, y no están para nada equivocados. Vivir con un niño con autismo no ha sido pan comido, pero eso no es problema, un niño con autismo en una familia es esperanza y luz, es una razón para seguir luchando. El autismo es símbolo de unidad en los hogares, claro que, eso depende de cómo lo vea cada familia. Mateo nos ha hecho felices y más unidos, nos hizo comprender que un logro pequeño puede celebrase con el mayor de los aplausos, nos enseñó a amar con una simple mirada y a querernos sin una sola palabra. Tal vez, ese fue el propósito de que mi hermano llegara a nuestras vidas.

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Las mujeres de los duros

Tatiana Gaviria Gómez X-23

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Ocurrió el 19 de octubre de 1994. Empecé mi día común y corriente asistiendo al colegio Diego Echavarría Misas como lo había hecho desde 1990. Salí del colegio a las 7:00 pm y, entre charla y charla con mis amigos, tardé 15 minutos en coger el bus para llegar a mi casa, yo vivía en el Barrio París y el colegio estaba en el Barrio Florencia, más o menos a 20 minutos de distancia. Me despedí de mis amigos, subí al bus y el viaje transcurrió con normalidad.

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Cuando llegué al barrio eran las 7:40 pm y todo se veía como siempre: las personas comprando la comida para el otro día, niños jugando en las calles, el ruido de los buses y las motos que te dejaban sordo. El bus me dejaba justo al frente de la base militar que estaba en la calle principal, solo tenía que caminar una cuadra más para llegar a mi casa, dicha base que servía, más de adorno que otra cosa, ya que el barrio era completamente dirigido por los grupos delincuenciales.

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Estaba caminando por la calle contraria a la base cuando escuché los gritos de una niña delante de mí, le estaban disparando. Mi reacción, al instante, fue esconderme, vi una puerta abierta y corrí a meterme allí, cerré la puerta y me encontré con la dueña de la casa que me miraba asustada. “Ay que pena que me le metí así, pero le están disparando a una muchacha y están ahí al frente”, le dije mientras me calmaba. La señora entendió y esperamos hasta que no sonaron más disparos.

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En esa época, y en ese barrio, era lo más normal estar en tu casa y que, de un momento a otro, escucharas una balacera, pero nunca me había tocado estar afuera cuando algo así pasaba. Cuando el ruido paró, miramos por la ventana y vimos el cuerpo de la niña tirado sobre un árbol que estaba al frente. Parece que cuando entré a la casa, ella me vio y me siguió, tratando de esconderse también, pero era demasiado tarde.

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Al ver el cuerpo ahí, lo único que pensé fue en correr hasta llegar a mi casa. Las demás personas sólo querían ver quién había sido la víctima esta vez. Salí tan rápido que olvidé darle las gracias a la señora que me prestó su casa como refugio por más de una hora. Cuando entré a mi casa eran las 8:30 pm, estaba pálida y con el corazón acelerado. Mi familia, al verme así, me preguntó qué me había pasado y, entonces, les conté todo lo que pasó. Ellos me dieron una aromática y se me pasó la adrenalina.

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Creí que todo eso había terminado, pero, cuando a las 9:00 pm alguien llamó a la puerta, vi que no era así. La persona que tocó era uno de los “duros” del barrio, le decían “La Pifia”. Llegó con la excusa de entregarme unos cuadernos que se me habían caído cuando estaba corriendo. No eran míos, y él lo sabía. Esos cuadernos eran de la niña que habían matado. Convenientemente ella también se llamaba Sandra, como yo. Los cuadernos sólo eran una excusa para poder preguntarme si había visto algo o si había reconocido la cara del hombre que la mató.

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Mi abuelo fue quien abrió la puerta, el hombre le preguntó por mí e, inmediatamente, le respondió: “Ella está ocupada y esos cuadernos no son de ella, ella no se llama así”. La Pifia insistió en hablar conmigo, pero él no lo dejó, le dijo en un tono más molesto: “Que ella no se llama así. Ella no es Sandra. Tampoco vio a nadie ni nada, ¿ya?”. Todos en el barrio conocían la personalidad antipática de mi abuelo, así que al hombre no se le hizo rara la respuesta, se fue y todo volvió a estar como siempre.

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Yo sí había visto la cara del hombre y claro que lo reconocí, era el hermano de una niña con la que había jugado toda la vida, no sabía que él se había vuelto parte de ese grupo, y menos que iba matando como si nada. Obviamente, no le podía decir a nadie que lo había reconocido, corría el riesgo de que también me mataran a mí. Los homicidios pasaban desapercibidos gracias al silencio y el miedo de los testigos de que podrían correr con la misma suerte. En esa época todo era así.

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Al otro día, la gente rumoraba que a Sandra la habían matado por “grilla”. Al parecer, era novia de uno de los hombres de la “banda de Frank”, famosos por cobrar vacunas a los buseteros y extorsionar a las personas de París, mientras que, al mismo tiempo, salía con otros hombres. Otro rumor era que el muchacho le había montado una escena de celos que terminó muy mal. Al ser parte de esta banda tenía un fácil acceso a las armas y Sandra sabía que hacerlo enojar podía tener graves consecuencias.

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Todas las mujeres que salían con los hombres de estos grupos sabían el peligro que conllevaba, pero aun así les gustaba salir con ellos porque, según ellas, eran más respetadas y envidiadas por las otras mujeres. Queda, entonces, preguntarse si vale la pena que las mujeres arriesguen su propia vida por convertirse en las mujeres de los duros.

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Un día en una plaza de vicio

Juan David Ochoa Jiménez XI-21, 2016

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‘‘Ellos ya saben, de todas maneras no haga muchas preguntas y relajado que hoy no caen los limones del árbol… Nos vemos mañana. ’’

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Eran alrededor de las 10:30 de la mañana del domingo 17 abril, le había dicho a mis padres que iba a pasar el día donde mi mejor amigo para no preocuparlos. Al momento de salir, mamá me detuvo y dijo: “Mucho cuidado Juan, te espero en la noche”, como si supiera dónde iba a estar, y qué iba a hacer. Me sentí extraño al salir de casa. El día se había puesto un poco más gris, solo para mí, el aire era más denso al dar cada paso hacia el sitio de encuentro con Diego.

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10:45 a.m, me detuve en la tienda del ‘barbado’, como acordamos, y esperé a quien me guiaría por el bajo mundo del microtráfico. “Hablame, ¿todo bien?”, dijo Diego al llegar e, inmediatamente, el nerviosismo, el temor y la ansiedad me consumieron. “Bien parce, esperando un poquito nervioso para hacer esto’’.

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Mientras caminábamos hacia la “plaza” me contaba lo que había sido de él desde que dejó de estudiar, relató cómo tuvo que enterrar a su hermano y cómo estaba sosteniendo ahora a su madre y a la hermana menor, a quien le pagaba el estudio en el colegio La Presentación. Dejando la sensibilidad de lado le pregunté: ‘‘En todo eso de sostener a tu familia, ¿cuánto se te va por mes?’’, sin titubear respondió: “Lo menos que he gastado en un mes son $1’000.000, eso en los meses que ninguno se enferma y mi hermana no tiene caprichos… Uno, cuando entra al mundo del microtráfico aprende a distribuir muy bien el dinero, unas veces me sobra y compro cositas pa’ mí.”


Seguí escuchando atentamente la contextualización de frases como ‘un cojo’ o ‘un pase’, refiriéndose a aspirar líneas de perico, mientras llegábamos a aquella casa con una fachada tan paupérrima pero tan lujosa en su interior. “Juancho, lo principal es que no pida nombres de nadie ni pregunte por terceros, y normal, haga de cuenta que está de visita donde la novia y que están solos jajaja, tranquilo, una casa más.”


Entramos, la casa era totalmente impecable, reluciente. No sé si alguna vez han llegado a ver la antesala del teatro de Sidney, pero me atreví a pensar en ella una vez estuve adentro. Volví a la realidad con un pequeño golpe en el hombro, era quien se encargaba de la seguridad de la ‘plaza’, hombre de tez mestiza, 1 metro con 80 de alto, aproximadamente. Quiso revisar lo que tenía en el bolso y hacer un cate.

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Me senté en unos muebles con Diego y otros hombres que estaban allí previamente; me asombré de escucharlos discutir sobre economía, pensará uno que se trata de sumas y restas, gastos e ingresos; pero no, éstos hablaban de porcentajes y valorizaciones de la moneda, todo en torno a su trabajo, el expendio de drogas. Tomé valor y los interrumpí: “¿cuánto pueden ganar en un día normal?”, a lo que Andrés, uno de los presentes, respondió: ‘‘Nosotros nada, primero tenemos que asegurar la casa y, a final de mes, depende del rendimiento, si no tenemos faltas o anotaciones, ganamos cierto dinero’’. Carlos, añadiendo a la respuesta, dijo: ‘‘sin embargo, solo hay unos que ganan al día, y son los campaneros, ellos son los más arriesgados, los que más fácilmente pueden caer, entonces siempre se mantienen con 2 bigotes (cien mil pesos) mínimo para que no se los lleven en caso de que pase la policía.”

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Dejamos a un lado los números, y Diego, mi guía, me invitó a seguir recorriendo la casa. Llegamos a una segunda sala, era de entretenimiento o ‘de solle’, como dijo Álex, que estaba jugando billar mientras fumaba un ‘dedo’ de cripa. Continuamos el recorrido y me percaté de no haber visto ninguna mujer, así que pregunté, ‘‘Ve, ¿en cuanto a las mujeres qué? pues, no he visto entrar ni salir ninguna’’. Diego se ríe y dice: ‘‘si tuviéramos mujeres acá, probablemente estaríamos en la jaula, usted sabe que una mujer chantajea muy fácil y uno de güevón le come ese chantaje y ahí quedamos… entonces si queremos estar con la novia o, simplemente tenemos a cualquier saltamontes, la llevamos a la casa del frente que no hay nada, hacemos la vuelta, se pasa la tarde y suerte’’.  “¿Y no traen a alguien que les cocine o una señora del aseo una vez en el mes o algo?”, pregunté asombrado. “No”, respondió fríamente.

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El recorrido terminó en el segundo piso, allí se encontraba el balcón, la bodega, el pasaje y la oficina del ‘Jota’. Luego de esto, Diego me dijo, ‘‘vamos que tenemos que estar puntuales a las 12:30 para almorzar y recibir turno a los otros’’. Pensé que mi día terminaría con ese almuerzo, pues no quería estar solo en aquella casa. Pese a eso, Diego recomendó quedarme la jornada completa, ‘‘Tranquilo, use el billar o el play, se acuesta a dormir; es más, si quiere le dice a los muchachos que le den un cacho y se relaja’’.

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Luego de almorzar, en ese instante que estuve solo, pensaba en cómo es posible que haya tanto orden, tanta inteligencia, tanto sentido de pertenencia en un lugar de estos. Luego de un rato, fui a la sala principal para continuar mi trabajo. ¿Cómo hacen ustedes para no estar ‘viajados’ todo el día?, pregunté. Todos se miraron y, de manera despectiva, uno de ellos respondió: ‘‘Viejo nosotros no somos mariguaneros ni güelengues. De ser así esto estaría caído, sí nos damos los ‘plones’ de vez en cuando, pero nunca en activo’’. Todas mis preguntas se disiparon y cayeron con tal respuesta, pues era verdad, nunca caminando por el barrio había visto a un jíbaro o campanero ‘trabado’, siempre eran los habitantes de calle o cualquier otra persona que iba a ‘mercar’. En medio de historias transcurrió el día, en ellas contaban cómo han mantenido la paz en el barrio durante 16 años, expresaban el respeto que se debía mantener entre plazas y los proyectos sociales que estos habían realizado en pro de la comunidad.

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Dan ganas de extenderme más compartiéndoles historias graciosas, bondadosas y otras un poco oscuras, pero se me acaba el tiempo, ya son las 4:15 p.m, y Diego, quien se encontraba distribuyendo, me dijo que debía salir a las 4:30… Me despedí de quienes estaban en la sala, me catearon y revisaron el bolso de nuevo. Caminé con Diego por toda la 65 hasta la Terminal del Sur. Nos sentamos a tomar cerveza y charlar en la Plaza Gardel, Diego concluía el día con unas palabras que me dejaron sorprendido: ‘‘Juancho, todos nosotros tenemos sueños y ambiciones, somos organizados...y no tenemos inteligencia académica, pero sí tenemos una propia, somos astutos y eso es lo que nos permite crecer…’’ Y era eso lo que habían demostrado durante todo el día, que estos jóvenes y adultos de las plazas de vicio eran astutos, ordenados y respetuosos.

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Finalmente, me quedan una serie de sentimientos encontrados y reflexiones vagando en mi mente, ¿valdrá la pena someterse a ese riesgo diario para salir adelante? ¿Por qué en este país muchos jóvenes, al parecer, no ven más opciones para salir adelante que la ilegalidad? ¿Qué será de ellos en un futuro? ¿Algún día podrán salir de esa labor? ¿Será que es el mismo sistema de esta sociedad, el que nos está empujando cada vez más a traspasar las fronteras del orden para poder sostener nuestras familias o son nuestras propias decisiones?

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Todos los nombres fueron cambiados.

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La otra cara del conflicto en la Comuna Nororiental 

Testimonio

Lizeth Farbielly Jácome X-25, 2016

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Este testimonio es narrado por una habitante de la zona, ha vivido por 40 años en ella y ha sido testigo de los diferentes conflictos armados y su evolución hasta el presente.

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La comuna nororiental, por un largo tiempo fue controlada y manipulada por algunos grupos al margen de la ley, los más reconocidos fueron los nachos, los escorpión, las milicias populares y las autodefensas. Entre los años 84 y 87 eran simples pequeños grupos de aproximadamente 20 o 30 muchachos que se caracterizaban por llevar un mismo estilo de vida y de comportamiento. Para el caso de los nachos, solían usar pañoletas en sus cabezas, llevar arete y tatuajes, otra de las cualidades era la melena, estos obedecían a un líder que era el que mandaba. Por lo general tenían un largo historial de asesinatos y robos, lo que le hacía ganarse el respeto de los demás. Al principio eran simples jóvenes sentados en una esquina, pero luego se fueron haciendo a las armas, en su mayoría, 38 largo. Ellos salían a atracar a otros barrios de estratos más altos y también a barrios que estaban fuera de su territorio, esto generó la creación de otro combo, llamado los escorpión, constantemente éramos testigos de las balaceras que a raíz de enfrentamientos por territorio y poder, se formaban, dejando a su paso, en ocasiones, transeúntes inocentes.

 

Con el paso del tiempo, estos grupos iban ganando reconocimiento y generando terror entre la comunidad, ya que a lo último se volvieron inescrupulosos y atracaban los mismos negocios del barrio y de las personas que venían de otra parte. También surgieron otros combos llamados los prisco y los Triana, volviéndose estos cada vez más incontrolables, a raíz de esto, en el año 89 aproximadamente empezamos a ver las paredes rayadas con grafitis que decían “milicias populares, del pueblo y para el pueblo”, estos eran un poco más poderosos y preocupantes, ya que no eran simples niños con ganas de poder, sino la guerrilla del EPL. Ellos empezaron a reclutar jóvenes de la misma comuna, a quienes empezaron a vislumbrar con armas de largo alcance, como fusiles, AK47, entre otras y a su vez empezaron a adoctrinarlos convenciéndolos de que iba a ser una solución a la guerra que vivía la comuna y proponiéndoles hacer limpieza de recuperación del territorio, esto tenía implícito muchas muertes, ya que los que no estaban con ellos, estaban contra ellos, es decir, si antes pertenecían a cualquiera de los combos y no se incorporaba a estas fuerzas, significaba que continuaría delinquiendo de manera independiente.

 

Esta situación dejó a su paso un rasgo demasiado violento  e incomprensivo para la ciudadanía, pues, efectivamente, muchos no se sometieron a estas guerrillas y con las armas que tenían, decidieron enfrentarlos. El modus operandi de estas guerrillas era cobrar, de alguna manera, vacuna, a lo que ellos llamaban “colaboración”, cada casa debía dar una cuota que supuestamente era voluntaria, poco a poco, lograron la lealtad y el reconocimiento de la mayoría de la gente, el Estado a su vez, decidió militarizar la zona, lo que generó constantes requisas, pero la ley del silencio reinaba, porque nadie se quería morir, quien se pusiera a colaborar con el ejército, corría el riesgo de morir o de sufrir un desplazamiento forzoso de toda la familia.

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Los milicianos intervenían activamente en los conflictos de las familias, entonces: si un esposo le pegaba a su esposa, ellos le pegaban a él y le advertían que eso no podía suceder más; cuando un hijo agredía a sus padres, lo encerraban en su propia casa y le propinaban una golpiza con correas de tache, dejándole advertido, que sí se repetía, iban por él; y así sucesivamente, se convirtieron en la autoridad.

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Ellos eran dirigidos por un comandante a quien le decían Amado, nadie podía mover un dedo sin su consentimiento pero, al parecer, este tenía unos enemigos más fuertes que él, ya que una mañana, inesperadamente, de manera intempestiva, llegaron hasta el billar donde él se mantenía con sus hombres y allí, lo acribillaron, ante la mirada impotente de quienes lo acompañaban. Este suceso cambiaría por completo la historia, pues empezó la lucha de poderes entre los milicianos para determinar quién iba a ser el nuevo comandante, había olvidado mencionar, que este grupo hizo un acuerdo con el estado, en el cual se le permitía movilizarse en camionetas, armados y  uniformados.  Cuando ya parecía todo estar en calma, surge un nuevo grupo armado y nuevamente, nuestras paredes rayadas, pero a esta vez con grafitis que decían “AUC, bloque cacique Nutibara”. De repente los milicianos ya no estaban y se veían llegar jaulas en las horas de la madrugada con mucho armamento y el rumor de que se habían acabado las milicias, pero para el asombro de todos, ahora era autodefensas. Nuevamente, somos testigos de la transformación de nuestros barrios, pues ahora venían con la promesa de un pago mensual, pero tenían que someterse a las órdenes de alguien, a quien denominaban, “el patrón”, esto ocurre en la gobernación de Álvaro Uribe.

 

Para ese entonces, el patrón era quien decidía qué se hacía, pero para esto nombró a unos cabecillas que eran quienes les pagaban, de manera ilícita, cada mes. La condición era lograr la subyugación de todos los que antes eran milicianos y de quienes se había perdido control, ya que por el tema de las drogas, a las que llamamos comúnmente “ollas”, se habían dividido. Debían lograr que la comunidad recuperara la tranquilidad y que pudieran moverse de un barrio a otro sin problema, pues se había generado fronteras invisibles que no nos permitían pasar porque nos convertíamos en un blanco. Esta llamada limpieza, generó muertes incluso entre amigos, una noche presenciamos cómo dos de los que se llamaban “parceros” se convirtieron en enemigos, ya que uno de ellos no se quiso unir y se fue con un arma que no le pertenecía a robar al centro. Por esta razón, el cabecilla del grupo ordenó su muerte y la recuperación del arma.

 

Esa noche, el que tenía el arma prestada venía a devolverla, pero ya la orden estaba dada, sucedió entonces que, quien antes era su amigo, se puso una capucha y le salió al encuentro, la víctima le reconoció y expresó aterrado “este parcero siempre me mató”, seguido esto, el joven le disparó hasta matarlo y recuperó el arma como era la orden. Vimos como jóvenes perdieron la movilidad en sus manos debido a tiroteos, madres que perdían su vida por culpa de sus hijos, casas abandonadas, toques de queda y, muchas veces, la población se vio obligada a guardar armas, ocasiones en las que nuestras ceras y balcones eran trincheras de ellos y balaceras intempestivas que ocasionaban daños en personas y bienes. Pero finalmente, cuando lograron acabar con los que no se querían someter o ajuiciar, volvió a reinar la paz y tranquilidad, gracias a estos, odiados por muchos pero a quienes, de cierta manera, les debemos la recuperación de la zona.

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Por último, empezamos a escuchar de un acuerdo de paz con las autodefensas unidas de Colombia (AUC), entre los acuerdos estaban:

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•         Entrega de armas.

•         Reclutamiento de todos los hombres en La Estrella.

•         Reseña con la cédula e identificación de todos.

•         Cese al conflicto.

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Este proceso se llevó a cabo posterior a la muerte de Carlos Castaño, él fue el primero en hablar de autodefensas en Colombia, y gozaba de gran simpatía y afecto.

El acuerdo de paz se llevó a cabo en la cancha del barrio Granizal, y habían cerca de 900 hombres y mujeres, y desde entonces, nuestra comuna nororiental ha disfrutado de paz, progreso y de evolución.

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Dios santo, ¿por qué a mí?

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Sebastián Gil Orozco XI-19

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-Beatriz, son las 6. Ahora no me vaya a hacer llegar tarde como la última vez, además, acuérdese que hoy no hay hombres para que me la ayuden a bajar, me queda más duro a mí... –  eso escuchaba yo, mientras lograba asomarme por una rendija situada justo a un borde de la puerta añejada por el tiempo, antes de dejarme pasar un día con ellas; pero, ¿Quiénes son ellas?

 

- Pues mi nombre es Beatriz Gaviria y tengo 63 años.

- Mi nombre es Sandra Castrillón, tengo 45 años.

- Juntas- dice Sandra - Mi madre y yo, hemos logrado sacar esto adelante, y es que para nadie es fácil quedarse inválido después de haber tenido una vida sana, incluso, más sana que la mía - me aclara con una voz en la cual se le nota que está haciendo fuerza, imagino yo, tratando de voltear a su madre, de un lado para el otro, buscando acomodarla en la silla de ruedas. Cuando, por fin, logro verlas a las dos saliendo de la habitación como en un juego de acción; una, en la silla, avanzando rápidamente y, la otra, detrás, ofreciendo un aspecto protector; quiero empezar la entrevista pero Sandra procura guardar silencio para ahorrar fuerzas, ya que viven en un segundo piso.

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Después de mucho esfuerzo logran salir de la casa y nos disponemos a llevar a Beatriz a una cita médica, a las que no va hace alrededor de 4 meses. Cuando llegamos al hospital sentí un ambiente pesado, esos a los que no estoy acostumbrado y me producen náuseas. Lo cierto es que llegamos temprano y solo nos quedaba esperar que llamaran a Beatriz para su chequeo médico. Al cabo de 45 minutos la llamaron, después de casi haber orado para que su voz sonara en los altoparlantes. Yo, como detective,quise entrar con ellas para comprender mejor su padecimiento y verificar si no contaba con una nueva enfermedad, pero me negaron el acceso y esperé.

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Al hacerlo, pensaba que moverse en carro en Medellín ya es un problema mayor para cualquiera. Sin embargo, para una persona con discapacidad, además de su limitación física y la congestión del tráfico, hay un trancón de exigencias y trámites que debe cumplir para obtener el permiso de circular durante los horarios de ‘pico y placa’. Todo este proceso lo regula, en Medellín, el Decreto 575 de 2013 y debe hacerse ante la Secretaría Distrital de Movilidad (SDM). Esta norma define ‘discapacitado’ como: “personas cuya condición motora, sensorial o mental limite o restrinja de manera permanente su movilidad”.

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Cuando, por fin, salió de la angustiosa cita y, después de varios trajines, se dispusieron a charlar conmigo, un poco, sobre la situación de Beatriz:

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- Mi día- me comentó Beatriz- empezaba a las 4:00 am, lo primero que realizaba eran los quehaceres de la casa, despachar mi sobrina y mi hija; me acostaba un buen rato y, cuando abría los ojos, me iba a las casas de otras vecinas para ayudarles con sus deberes, no por una moneda  sino por la satisfacción personal.

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La voz le salía entrecortada. La dejé descansar, pero ella continuó de inmediato:

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 –Yo me encuentro así por negligencia médica. Yo, simplemente, tenía un soplo y, cuando fui a que me revisaran, esos indecentes me dejaron pegar una bacteria, no tienen excusa alguna, es más, no quiero dar mucho detalle. Lo que respete y comprendí. En ese momento pensé que lo único bueno que había sacado del viaje al hospital era darme cuenta de la negligencia que ocurre diariamente en los establecimientos públicos que, se supone, están construidos para un bien social. No obstante, existen una serie de diferentes errores que podrían ocurrir en un hospital. Por ejemplo, algunos errores hospitalarios más frecuentes que pueden ser consecuencia de negligencia médica incluyen los siguientes:

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  • Lesión perinatal: sucede cuando las prácticas de parto incorrectas provocan lesiones al recién nacido, que a veces derivan en condiciones médicas como parálisis cerebral o parálisis de Erb.

  • Errores en la medicación: esto puede incluir una sobremedicación, una medicación insuficiente o la administración del medicamento equivocado.

  • Diagnóstico incorrecto: sucede cuando un paciente recibe un tratamiento por una enfermedad que no tiene o cuando una enfermedad no se trata porque el médico no reconoció una condición médica amenazante.

  • Errores quirúrgicos: esto incluye negligencia que provoca infección, cirugía en el sitio equivocado o cirugía en el paciente equivocado.

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Al llegar a casa, Sandra se propuso a hablarme y, aunque con respuestas cortas pero precisas, me dijo:

- Bueno, yo tuve una adolescencia alegre, con mucha felicidad de por medio, pero desde el momento en el que ``Beatry`` quedó en estas condiciones, tuve que volverme una persona madura, eso ocurrió cuando yo tenía alrededor de 30 años. Tuve que salirme de trabajar y ocuparme al 100% de ella, no volví a tener novios, ni me preocupaba por fiestas. Mejor dicho, primero Dios, después mi mamá, luego mi mamá… ¡ah! ¡Pero eso sí!, no me arrepiento de nada, ni de las madrugadas, ni de las fuerzas de superhéroe, porque aclaremos que mi mamá no es puro hueso, ella sí pesa sus 150 kilitos.

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Paré un momento, quise profundizar en la charla y preguntarle qué pensaba del futuro de su madre y qué expectativas tenía:

- Nosotras, toda la vida hemos sido apegadas a Dios, y aunque por momentos se torna difícil, cada día me levanto con más ganas que el día anterior, quiero verla feliz, quiero mostrarle que todo tiene su lado bueno, no quiero que se desanime, aunque veo muy difícil que ocurra algo inesperado, siempre oro con mucha devoción, ¡uno nunca sabe!...

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Finalmente, al terminar la entrevista me he dado cuenta de que todos, de alguna manera, conocemos casos similares, pero tratar de saber cuántos errores hospitalarios, como en el caso de Beatriz Gaviria, se producen en Colombia, por negligencia médica, es algo casi imposible. A diferencia de Estados Unidos que ha creado el Committee on Quality of Healthcare in America (según el cual cada año se producen en este país entre 48.000 y 98.000 fallecimientos por negligencias). Si bien, muchas personas, al igual que Beatriz, han logrado superar estas dificultades estoicamente, es necesario que en nuestro país se aumente la cobertura de los sistemas de reporte de errores de medicación, y se creen estrategias eficaces para su prevención.

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Tengo hambre de historia

Crónica

Andrés García Rodríguez XI-20

María Ruiz Guarín XI-20

Manuela Quintero Pérez XI-20

2016

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Tarde calurosa, día atareado.

Eran las 2:30 pm, nos hallábamos en pleno centro de Medellín huyendo de la multitud y el bullicio. Para evitar el feroz azote del sol, decidimos acortar camino. En esta travesía nos topamos con el pasaje San José, un mar de tecnología donde asoma una isla de historia.

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Aquella esquina paradisíaca dotada de notas ancestrales nos cautivó inmediatamente, quisimos acercarnos y, en un inocente acto de irreverencia, interrumpimos el almuerzo de Hernando Perdomo, dueño del establecimiento “Musicales San José”. Cediendo a nuestro deseo de conocimiento, iniciamos un interrogatorio intenso, y emprendimos un viaje a la antigüedad.

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Lo primero que le preguntamos fue: “¿Cómo ha hecho para mantener en pie su negocio?”, considerando la época en la que estamos, supusimos que una tienda de discos antiguos sería poco rentable, a lo que don Hernando respondió: “Tengo mi negocio desde los años 80 y, afortunadamente, aún existen muchos coleccionistas; personas que prefieren tener los CD’s físicos en lugar de digitales, además del hecho de que algunas canciones no circulan en internet, ya que, en algunos casos, los artistas sacaron un sólo disco”.

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Podíamos inhalar el aroma del pasado, el sitio estaba impregnado de él. El dueño del lugar nos comentó que su pasión por la música fue, al igual que el negocio, herencia de sus padres y que, lastimosamente, tenía los días contados. Después, con ojos amargos y melancólicos, nos dijo: “Mis hijos son profesionales, ellos ya tienen sus carreras y, cuando yo me muera, la tienda lo hará conmigo”. “¿Qué géneros se venden más?”, preguntamos. Don Hernando dijo: “Aquí se vende de todo, pero lo principal es salsa, rock y pop clásico”. Al terminar la frase, los tres dirigimos la mirada, casi al mismo tiempo, hacia la estantería donde se encontraban los vinilos y, podría decirse, que pensamos lo mismo: “Señor, ¿cómo consiguió todos esos discos?”, justo al terminar pudimos notar que su rostro se iluminaba, quizás por la nostalgia, al recordar y luego contarnos, “Nosotros viajamos por muchas partes del mundo comprando discos exóticos, algunos únicos e irremplazables”, luego agregó: “...la música me ha permitido conocer el mundo y, además, ganarme la vida haciendo algo que realmente me gusta y me apasiona”. Esto último nos impresionó y, al notarlo don Hernando, nos contó que no éramos los primeros en entrevistarlo, según él, muchos estudiantes de universidades y otros colegios ya habían tenido el placer de hablar con él en ocasiones anteriores.

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Al oírle hablar de tales maravillas, las palabras se nos quedaron cortas, por lo que decidimos tocar un tema un poco más superficial: precios. El propietario comentó que el costo de los discos varían entre 20 mil y 300 mil dependiendo de su rareza y valor musical, también añadió que suelen visitarlo extranjeros, melómanos provenientes de Argentina, Norteamérica y algunos países europeos, agregó que vienen en busca de música colombiana bailable.

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Agradecidos inmensamente con don Hernando por regalarnos unos cuantos minutos, decidimos dar por finalizada nuestra odisea en el tiempo. Nos dio una calurosa despedida y nos invitó a que volviésemos algún otro día, haciendo así que la atareada jornada se convirtiese en un placentero viaje del que concluimos la misma cosa: “La historia de Medellín y sus habitantes puede cautivar, sólo hay que detenerse a preguntar y dejarse sorprender”.

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Teatros desaparecidos en Medellín

Crónica

Luisa María Restrepo Orjuela XI-20

2015

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Era un sábado de octubre de 2014, casi al medio día. Hacia mucho calor y había demasiada gente, por ahí, deambulando. Yo estaba sentada en unos de los muros de la tan famosa plaza de Botero, aquí en todo el centro de la ciudad. En medio de tanto ruido y de los afanes de la gente podía divisar el edificio Coltejer y era inevitable no tener la siguiente pregunta en mi cabeza: ¿Por qué derribaron el teatro Junín? Era algo que en el momento no podía comprender.

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Con mi gran intriga ese mismo día decidí buscar información y de paso me encontré con la historia de otros teatros que también habían desaparecido. Los telones se abrieron por primera vez en 1831 en el patio trasero del Colegio San Ignacio, donde hoy operan las oficinas de Comfama. El Bolívar fue abierto al público en 1918 en la calle Ayacucho, Fue demolido 36 años después. El Junín sufrió una suerte distinta: nació en 1924 y fue derribado en 1968 para hacer el actual edificio Coltejer en la avenida Primero de Mayo.

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Era inevitable no cambiar mi perspectiva acerca del centro, ya no lo veía como siempre, un lugar donde se va a comprar cosas, andar deprisa y tener los nervios a flor de piel. No, ya era ese lugar artístico, de gran arquitectura, de historia, donde nacieron grades anécdotas y donde todavía, hace algunos años, se respiraba la esencia Paisa.

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Seguía investigando sobre lo que ahora se había convertido en mi nueva admiración. El Teatro Junín, denominado patrimonio cultural de Medellín, donde nacieron las compañías de ópera y zarzuela de Ortiz Tirado, Alfredo Sadel, Imperio Argentina y la Sonora Matancera con Celia Cruz y Alberto Beltrán, era entonces lo más preciado que tenía Medellín, al igual que sus tantos “templos” para los artistas de la época.

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Era diciembre, un sábado en la tarde, donde ya el sol bajaba. Decidí ir a teatro por primera vez, allá en el centro, donde, a pesar de todo, todavía quedan algunos lugares de arte y entretenimiento. Fui al Pequeño Teatro, así es su nombre. Amé su arquitectura colonial, antigua y, por su puesto, demasiado acogedora. Vi “En la diestra de Dios padre”, realmente fue una noche maravillosa. Ahora, cada vez más me interesaba saber cómo fue esa época donde el centro tenía su propio brillo, ese sitio multicolor que marcó la cultura antioqueña.

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Meses después tuve la oportunidad de contactar a uno de los directores de los teatros más importantes del centro de Medellín. Cristóbal Peláez, fundador de la asociación Colectiva Teatral Matacandelas; una entidad sin ánimo de lucro y patrimonio cultural de Medellín, creada en el año de 1979. En sus 27 años de existencia ha producido más de 40 montajes, y unos 12 pertenecientes al teatro de títeres.

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-En los años 60 y 70 estaban el teatro El Duende y Triángulo. También fue muy importante el teatro Libre, pero todos ellos desaparecieron - dijo, mientras tomaba un sorbo de café- hubo un grupo llamado la “Mojiganga” que también desapareció.

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-Fue demasiado difícil sostener estos teatros, pues no había estímulo en esa época- Tampoco había la infraestructura necesaria, ni espacio. Los grupos de teatro que trabajaban, trabajaban por decirlo así, con las uñas. Ya después de los 90 fue que aparecieron más salas y, obviamente, más disposición para las artes escénicas.

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Fue inevitable preguntarle por la situación de los teatros que hoy en día vemos en función.

 

–Pues ahora la situación está mejor, ya hay más de 28 salas, una cifra nada despreciable como se suele decir. Hay mayor circulación de teatro, donde hay temporadas regulares y buenas. Una diferencia frente a la pasada época es que ahora hay una oferta permanente, y lo que no hemos podido lograr es que el teatro tenga unos estándares deseables; es muy difícil, aunque siempre lo ha sido en el teatro.

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Fue aún más interesante haber hablado con alguien que había vivido aquella época. Saber más sobre otros teatros que murieron por la falta de interés de las personas de dicha época. Entiendo que para mucha gente no es agradable sentarse una hora o más en una silla incomoda a mirar gente viviendo un mundo de fantasía, pero imagínense si un poco de nosotros hubiera colaborado con aquel arte; todavía existirían aquellos lugares y se hubiera podido evitar la ruptura de miles de sueños.

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Los teatros del centro de la capital paisa cuentan con buena suerte en este momento. Ahora, hay gente que se interesa en poner su grano de arena, que es tan solo apreciar los grupos teatrales, para impedir que suceda lo que paso en el siglo pasado.

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Fue una maravillosa experiencia lo que viví en estos meses, aprender un poco más de historia de Medellín, mi amada ciudad. Compartí con actores muy memorables, conocí arquitecturas coloniales dignas de recordar y, lo mejor de todo, fue que aprendí a apreciar desde la silla de una sala de teatro hasta un gran escenario lleno de historias, dejarme llevar por aquellas obras que marcaron un poco mi vida. Realmente fue demasiado formidable.

La odisea en Medellín

Crónica

 

Ángela Cabrera XI-23 de 2014

 

La noche apenas comenzaba, el viento fresco acariciaba suavemente mi cabello mientras me dirigía a casa, la luna en su menguante perfecto iluminaba mis pasos y la entrada a una larga noche, mientras caminaba pensaba en las infinidades de preguntas que tal vez no sería capaz de mencionar en mi boca tímida, me preparaba sin saberlo para lo que sería una gran confesión, y lo que se convertiría para mí en largos pensamientos y meditaciones del cómo poder ayudar; sutilmente las personas piensan que con ayudas superficiales podrán generar grandes cambios en la vida de personas que necesitan ayuda verdadera; moneditas a la gente que mendiga en la calle, simplemente aumenta las probabilidades de que aquel grupo de personas incrementen vicios y se propague el micro-tráfico, esto se debe a la iniquidad de Medellín, un territorio donde la mayoría vive en la pobreza y unos pocos disfrutan de extravagantes gustos, donde no hay políticas serias e igualitarias con este tipo de población casi excluida de ser llamadas personas, escondiéndolos del mundo, tratándolos como a basura y brindándoles muy pocas ayudas verdaderas que generen cambios: educación, empleo, salud, dignidad, alguien quien les escuche, los oriente, un verdadero apoyo que cada ciudadano podría hacer.

 

A pocos milímetros de girar completamente la llave de la puerta principal que pretendía alejar la ruidosa ciudad de mi hogar, una voz interrumpió la melodía que los audífonos transferían a mis oídos atentos a las palabras sonoras de Ricardo Arjona, volví mi rostro a la calle, y allí parado a tres o cuatro pasos se encontraba un chico joven que detrás de sus pupilas escondía grandes enigmas con capas de rudeza y amargura.

 

Había sentido una pequeña curiosidad por lo que sucedía en la casa de los Hernández, los rumores de los vecinos que desprendían de bocas ansiosas por contar con detalle cada cosa que sucedía en la cuadra, era algo natural de aquel sector y mantenían informado a todos los vecinos de la vida de los demás, una de sus grandes cadenas de chismes de una casa a otra había comentado la situación de un joven de estatura media, color canela, ojos cafés y rasgos bien definidos, aunque quisiéramos no enterarnos de lo que sucedía era casi un requisito indispensable para pertenecer a la vida fraterna de vecinos.

 

Los meses anteriores a mi encuentro con este personaje, no había sido mucho lo que a mis oídos había llegado de él, mis únicos conocimientos eran que el hijo mayor de la familia Hernández se encontraba preso por ser detenido con un auto robado, de allí que mi intriga creciera cuando lo observé en la puerta de su casa un miércoles, después de poco más de tres meses, perseguida por la curiosidad quise hablar con ese a quien algunos del barrio no querían nombrar; mi cita se concretó una semana después con la ayuda de Diego Duque, el amigo más cercano que tenía en aquella calle; a pesar de los pocos meses de vivir en esa casa, las personas se habían abierto cada vez más a nosotros, los inquilinos nuevos, y compartían sus experiencias y anécdotas cercanas con nosotros.

 

El diez de noviembre de 2013, el joven de cabello oscuro, ojos cafés y color canela decidió darme un momento de su tiempo, y más que ello, una parte de su vida.

-Daniel: Permiso.

Se dirigió a quienes se encontraban en mi casa, mi madre hizo un gesto de aprobación y Daniel se acercó a la sala de estar donde minutos más tarde se daría la entrevista.

Fui quien tomó la palabra luego de sentarnos en el sillón más grande,  dije: -Pido que seas lo más sincero que puedas conmigo.

-Claro -  Respondió él.

- Entonces empecemos,  ¿Cuál es tu edad?

-Tengo 18 años.

-¿En dónde naciste?  ¿Dónde has vivido?  ¿Cómo han sido tus hogares? 

-Nací en Envigado, viví en Bello, en una casa pequeña con mi madre y mi hermano menor,  luego me traslade a Manrique a un edificio en donde el apartamento era de mediano tamaño y ahora habito en una casa con amplios espacios en donde actualmente vivo

-¿Tu padre dónde estaba cuando vivían en Bello? - Pregunté intrigada. 

-En la casa,  se me olvidó mencionarlo. 

Preguntas alrededor de su hogar,  su familia,  sus padres y sus hermanos se desprendieron de sus labios,  a medida que las respondía me acercaba más a él, sentía amor por su padre se agotaba desde que era un infante.

-¿Con quién te llevas mejor en tu casa,  con tu madre o padre? 

-Con mi mamá

-¿Por qué? 

-Ah, porque en la casa siempre ha habido muchos problemas con mi papá y mi mamá,  mi papá siempre ha tratado muy mal a mi mamá y yo no voy con eso, tratar mal a una mujer no me gusta,  entonces por eso he estado más alejado de mi papá y he estado más con mi mamá.

-¿Quieres más a algunos miembros de tu familia que a otros? 

-A los únicos que yo quiero en esta vida son a mi mamá y a mis dos hermanos

-¿Por qué no quieres a tu papá? 

-No pues yo no sé,  como te digo por los problemas y yo con él también he vivido muchas cosas,  yo con él me encendí a los golpes, yo me fui de la casa a vivir a un apartamento solo, y durante ese tiempo sentí que él me dio la espalda.

Tales palabras frías desprendían al mencionar a su padre me daba a que se entender que uno de los factores que guiaron su camino,  fue marcado cruelmente por la violencia de su padre,  desde que Daniel era tan solo un pequeño presenció el maltrato y la impotencia de su madre. Su padre era alcohólico, machista y repulsivo para él, Daniel no soportaba que su madre fuera ultrajada y cohibida de un buen matrimonio,  de salidas a cine,  a un parque o a comer algo con su esposo e hijos. Comparaba su familia con la de sus amigos y reconocía que nada andaba bien. Esa violencia se vio reflejada en la vida de Daniel tanto en primaria como en bachillerato,  a la edad de 13 años entró al INEM, época en donde la violencia se vivía día a día, donde los de “barras" (una banda del INEM) no podían pasar cerca de los de “kiosco” y las peleas eran consideradas casi comunes, tiempo donde tristemente la cara un del INEM fue arrasada por la violencia en sus aulas. Daniel empezó a vivir muchas cosas en la institución,  allí el medio era propicio para liberar todo el rencor que sentía hacia su padre. Se unió a "Barras”, una de las bandas de INEM,  en donde peleó varias veces con los de "Kiosco" y los de la "Banda", egresados del INEM que pertenecieron a la banda "Kiosco. Recuerda muy bien cuando se golpeó con estos últimos,  donde “le dieron duro",  después de esto buscó a uno por uno y calmó la sed de venganza. Dice que desde pequeño ha estado involucrado en esa vida, y cuando estás adentro ya es difícil salir, puesto que les empieza a gustar y por no quedar mal, sigue en esa vida. A Daniel lo expulsaron en el año 2011 cuando cursaba décimo grado.
 

Estudios realizados en varias universidades y empresas encuestadoras afirman que las rupturas de las estructuras familiares o conflictos internos conllevan a los hijos a la delincuencia y la conducta antisocial. En Newcastle se realizó un estudio a cien familias, el cual se referían a que la ruptura conyugal en los primeros cinco años de los hijos predijeron lo que sucedería con su futuro:  delincuencia y prisión de los hijos. El mismo estudio de Dunedin, en Nueva Zelanda descubrió que los niños expuestos a discordias entre sus padres, y a multitud de cambios de cuidadores tendían a convertirse en personas antisociales y delincuentes. En general,  el factor más importante fue la trayectoria posterior a la ruptura.
 

-¿Terminaste el bachillerato?  ¿Qué tienes pensado para tu futuro? - Pregunté.

-No terminé bachillerato,  estaba validando en el centro décimo y once,  pero por esa época me fui de la casa,  al apartamento y empecé a hacer cosas malas en la calle y ahí fue donde caí.

-¿Qué tipo de cosas malas?

-Yo me dedicaba más que todo al hurto.

-¿Qué te llevo a eso?

-Los problemas en la casa y la situación económica,  a pesar de que yo trabajaba en una ferretería,  pero hoy en día uno no sobrevive con un mínimo,  con eso uno no come y se viste,  no sale con sus amigos,  no paga servicios,  ni arriendo. 

-¿A qué edad empezaste a hurtar? 

-A los dieciséis.

-¿A esa edad te fuiste de tu casa?

-Sí.

-¿Quién te incitó a eso? 

-Yo me parchaba mucho con los amigos de la esquina y llegó el día en que estaba necesitado y yo ya le habla comentado al jefe que estaba "tirado” y no tenía plata, y él me comentó que estaban saliendo carros,  que se iban pa’ Laureles, el Tesoro, el Poblado, que salían y hacían sus “vueltas",  entonces yo me animé y les dije que si me iban a dar el puesto,  entonces de una me dieron la confianza.

-¿Más o menos cuántas personas se necesitan para hacer eso? 

-Máximo cinco.

-Me imagino que en moto, me dirigí a Daniel intrigada.

-Dos motos y un carro,  si no hay carro no se sale,  por la ley del parrillero hombre puesto que si un policía veía a dos “manes”  en una moto,  de noche y con chaquetas sospechan de una.

-¿Cómo es la elección del carro o la persona?  ¿Les importaba la cantidad de personas que estaban adentro? 

-Nada,  eso no importaba, lo que importaba era por lo que íbamos, por ejemplo, necesitábamos un carro con “tales características”,  lo veíamos pasar y a ese nos le pegábamos.

-¿Y qué pasa cuando las personas se cohibían de entregar su auto?

-Cuando alguien se rebela,  es porque no tiene miedo de lo que está pasando y ahí se utiliza la psicología,  primero se trabajaba con diplomacia, pidiéndole cordialmente que se baje,  con su pistola y eso,  si se baja normal, por el contrario si se rebela,  se le dice que si se va a hacer matar por el carro,  se puede coger del brazo y se aprieta un poquito,  lo hala,  lo estruja un poquito y ahí sí se bajan.

-¿Esos carros con los que se hurta son del jefe o son robados? ¿Cómo hacen con las placas de los carros?

-Sí,  son del jefe,  y las placas,  normal,  cuando usted pasa en un carro, pasa desapercibido y cuando usted lo va a hacer,  usted ve el carro que necesita, baja del carro y quien va en la moto lo recoge.

-¿Cuántos carros te robaste en el tiempo que estuviste allá? 

-¿La verdad?  Unos 60 carros.

-¿De todas las gamas? 

-Principalmente gamas bajas.

-¿Y por qué sallan a robar esos carros? 

-Porque al jefe lo llamaban y la decían: Necesito este carro, porque compré un carro chocado y para no meterle más plata y arreglarlo todo,  me sale mejor conseguir un carro robado,  se le montan las partes y queda nuevo.

-¿Y cómo fue cuando te cogieron los policías?

-Me atraparon en la 45; nos robamos el carro normal,  entregué el arma a mi compañero que iba en la moto,  él se va para un lado y yo me voy para otro, ese día jugaba el nacional,  era la final y el verde ganó,  entonces yo con el carro a las 10 de la noche dando vueltas y vueltas y yo tenía que dejarlo enfriar, pero me cogió una caravana del nacional y no lo hice,  cuando subía al barrio, vi por el retrovisor que una patrulla en moto pasó, se devolvieron y me empezaron a seguir,  entonces pensé que iban por mí,  y tiré a volarme,  en esa persecución los policías hicieron tiros al aire y me siguieron hasta una calle cerrada donde empecé a correr y a menos de 10 metros me alcanzaron,  me llevaron al Búnker de la Fiscalía,  luego a la Alpujarra,  y a los días me llevaron a Pedregal donde pagué tres meses y quince días.

-¿Normalmente cuánto da el hurto de un auto? 

-Normalmente, hoy en día, da de doce a dieciocho años, pero gracias a Dios al “man"  que robé era amigo de mi papá, y le colaboró mucho a mi papá,  él dijo que todos teníamos derecho a una segunda oportunidad,  que cuando saliera me iba a dar trabajo y cosas que convencieron al juez,  que me asignó la condena que estoy pagando en este momento,  condicional de 30 meses,  donde si hago la más mínima cosa,  vuelven y me llevan a Pedregal o, aún peor, a Bellavista.
 

A medida que me contaba lo que vivió en la cárcel, la manera como eran tratados los presos, y las historias de otros internos que pagaban su condena en aquellas instalaciones, me quedaba más y más sorprendida, era la segunda vez que hablaba con un ladrón,  pero la primera vez con un convicto,  que me contaba tantos con un secretos y anécdotas, es increíble como desde temprana edad los niños y jóvenes son inducidos por diversas razones al mundo de la delincuencia, según el ICBF “los adolescentes en conflicto con la ley son quienes en el trasegar reflejan su desigualdad, vulnerabilidad social,  pobreza,  la exclusión del sistema educativo y del mercado laboral formal.  La gran mayoría presenta una historia vida de marcada por la violencia intrafamiliar,  el abuso y la explotación.  En Colombia, para 2011 la población de jóvenes entre 14 y 17 años representa 15.42%  de la un población total.  El número de ingresos de adolescentes de esta edad vinculados a sistema de responsabilidad penal para adolescentes (SRPA)  fue de 27.309 para este mismo año.  Me doy cuenta que la seguridad en Medellín se rompe muy fácilmente,  no sólo por adultos sino que lo jóvenes tristemente hacen parte de aquel círculo del delito.  La mayor concentración por comunas de los delitos de hurtos a motocicletas,  carros,  residencias,  y personas se dio en la Candelaria con 16,9%  de los casos seguida por Laureles con 12.4%  y Belén y Poblado con 10.8%  y 10.7%  respectivamente.  
 

La criminología es la ciencia que investiga al delincuente, según esta,  su conducta criminal está ligada a la conducta antisocial, en su mayoría es causada por vivir en clases socioeconómicas de clase baja y media, y adicionalmente, debido a familias rotas, conflictos en el hogar,  y las influencias que se tienen desde pequeño dentro de amigos que se reúnen varias veces en semana. Daniel es un joven que vive en Manrique,  un barrio de clase media, que por los problemas maritales en su hogar decidió irse a por vivir solo,  al no haber terminado sus estudios y estar ganando el mínimo en una ferretería, pide a sus compañeros de toda la vida que le dieran un “puesto” en una "vuelta", desde que se dedicó al hurto hasta el día de su retención en la cárcel del Pedregal, en esa,  dice que aprendió mucho,  se dio cuenta de que Dios existía, ya que le pedía algo y se lo cumplía. Dice que ahora es un hombre nuevo, cambiado, y que en su corazón habita Dios, hoy en día vive en casa de sus padres junto con sus hermanos menores, menciona que la relación entre él y su padre ha mejorado,  que él fue quien intercedió con su amigo para que redujeran la condena, pero, tristemente, la situación de violencia intrafamiliar no cambia,  su madre sigue siendo ultrajada por su marido, no le da cariño ni respeto, y Daniel al ser el hijo mayor, siente la responsabilidad de que eso cambie,  al seguir igual la situación puede sentir impotencia e ira y esto podría ser una razón por la que Daniel vuelva a recaer en la vida de la delincuencia.

 

Ángela Cabrera

 

XI-23

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Humedad

Crónica

keissy Restrepo Garcés

Sección XI-23 de 2013

 

Cuando subimos las escalas, el piso y las barandas aún estaban mojados, pues como siempre, las peores tragedias suelen estar acompañadas de lluvia. En días anteriores ya habíamos subido, y la altura era divisada desde allí como algo lejano e impenetrable. El deseo de exterminar la vida a costa de acabar con el sufrimiento. Yo, veía en mi amiga un destello de placer, que brotaban sus ojos, unas ansías entrañables de despreciar el vértigo y subir a los tan anhelados tubos para desprenderse de ellos y chocar con los carros que transitaban en la vía.

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Recuerdo muy bien que esa tarde llegué temprano al colegio, pues habíamos acordado un encuentro antes de comenzar las clases; al llegar ella estaba allí, sonriendo feliz, mientras platicaba con un maestro de su entera confianza. Al verla, me sentí tranquila y confiada, pues pensé que todo marchaba bien y no había nada de que preocuparme, o por lo cual debía sentir incertidumbre como en los días anteriores, en los que ella solo me hablaba de autodestrucción y muerte. Uno de los síntomas de alerta, de una persona con indicios suicidas.

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Ella sonreía con una coquetería fina, que la caracterizaba cuando se encontraba con alguien agradable, -tal vez solo lo hacía para disfrazar su mal estado de ánimo frente al maestro- y lo único que recuerdo que noté extraño en ese momento, fue que no podía sacar las manos de los bolsillos, y ponía siempre la vista en un lugar fijo. Cuando nos quedamos solas me mostró la realidad. Sacó las manos de los bolsillos, y llorando me dijo:

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- Mire como me volví - tenía las manos cortadas y lastimadas - ya no aguanto más, estoy desesperada.

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Yo sólo la miraba impactada, con un nudo en la garganta, mientras sentía que el cielo se me venía encima al escucharla decir eso. Nunca tenía las palabras, jamás tenía las frases en la boca para calmarla o consolarla. Y pienso fue lo mejor, pues a una persona en esta situación no necesita que la presionen, regañen o juzguen; solo necesita a alguien que la escuche y acompañe, así sea para parpadear y mover la cabeza. A ellos no les sirve, tampoco los interesa escuchar el "la vida es bella, todo se arreglará". Hay que tener muy claro que una persona en estado de depresión está convencida de que las cosas nunca se arreglarán y es incapaz de percibir que algo pueda salir bien.

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Lo único que pude hacer en ese momento fue agarrarle las manos para que no se lastimara más y llevarla a las llaves de agua, para que se limpiara la sangre. Luego de un rato escuchándola, nos sentamos en el piso acompañadas por un chico, el cual conocimos precisamente en uno de sus momentos de locura, a los cuales yo seguía el juego, sin pensar que ese era el desencadenamiento de una terrible depresión y apego a la muerte. Allí permanecimos un rato, aproximadamente una hora y media, oyendo a un pequeño de sexto grado narrarnos sus sádicos juegos de niño, a los que Laura hacía buena cara: de placer y felicidad. Cosa que me preocupaba. Por momentos, hablaba de tal manera, que me hacía sentir que estaba tan aferrada a la vida, que lucharía para salir adelante y superar esta adversidad.

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La primera hora de clase transcurrió normalmente, aunque yo, por estar sentada unos puestos más atrás que ella no podía apartarle la vista para revisar qué hacía a cada segundo. A pesar de que actuaba normalmente, yo no podía evadir mi preocupación, (que ahora pienso, era un presentimiento). La hora sucesora a la primera fue el inicio de un largo y amargo día. Estuvo callada todo el tiempo, y por un momento pareció salirse de sus casillas, si no hubiese sido por la gente que habitaba el salón. Y tanto ella como yo evitábamos se enteraran de su problema.

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La ambulancia tardaba mucho en llegar, y mi desespero acrecentaba, junto con los dolores de mi amiga Laura, quien estaba dispersa de la realidad y sin recordar lo que había hecho; sólo se quejaba y no podía quedarse quieta. Las personas allí presentes solo observaban y trataban de calmar mis llantos, al tiempo que le decían a la niña herida:  “Quédese quieta, no se mueva”.

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Recuerdo muy bien ese momento como si hubiera sido ayer, a pesar que pronto se cumplirá un año. Todo era gris, mi mente estaba totalmente bloqueada, aunque por momentos pensaba en lo que diría su familia, las lágrimas salían forzosamente, aunque el dolor en mi corazón era inmenso. No menos que mi dolor, era la sorpresa de los profesores que salían  uno por uno a contemplar a la niña tirada en el piso, en especial quienes la conocían. Algunos decían: ¿Esa no es Laura…? En esos momentos yo sentía desmoronarme, el pecho se me comprimía tan fuerte, que mi llanto aumentaba, a pesar de que las lágrimas corrían lentamente por mi rostro.

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Aunque el recorrido del colegio hasta la clínica era corto, a solo pasos, la ambulancia tuvo que hacer un recorrido un poco mas largo. Para mí fue eterno. Dentro del carro, la Coordinadora de grado décimo, que era quien nos acompañaba, se comunicó con los coordinadores de los demás grados (cosa que me desesperó y me llenó de impotencia); la conductora al ver mi tristeza trató de calmarme, pero yo lo único que quería era que ella, la coordinadora, soltara el maldito celular y se preocupara en lo que estaba ocurriendo en ese momento, no en contárselo a los demás. Cuando llegamos a la clínica, mi amiga estaba dormida ya , y yo, aunque un poco más calmada, tenía un desconsuelo y preocupación que me agobiaban. Lo único que quería era llamar a mi mamá.  Así que pedí un teléfono prestado, pero el resultado de la llamada no fue muy bueno:

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-Mami, hola...   

-Hola hija, ¿dónde estás?                                                                                                  

-Mami...Laura se tiró del puente.                                                                                        

-¿Qué?                                                                                                                                   

-Que Laura se tiró del puente - mi voz se quebró por completo y comencé a llorar de nuevo.

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Mi mamá colgó el teléfono muy angustiada y yo me quedé sola, sentada esperando mientras mis pensamientos volaban. En ese momento, lo único en que pensaba era lo fácil que es exterminar la vida. Pero, a pesar de ello, ahora, como nunca, tenía muy claro que debía vivir la vida cada instante y mirar más allá de las adversidades. Matarse no es la solución a los problemas. Solo lo agranda, y esto, sabía me volvería una persona más centrada y fuerte. Imaginaba lo diferente que hubiera sido todo si no me hubiera quedado callada; si hubiera tenido el valor de traicionar la confianza de mi amiga. Tal vez, una de las pocas, pero no remotas causas de las desgracias del ser humano y la decepción que con ellas viene, es que las personas tenemos la convicción de que las cosas "nunca nos pasarán a nosotros". Pero ante un caso como este, (el suicidio) hay que tener siempre presente que, aunque esa persona, sin importar quien sea, te haga prometerle que le guardarás el secreto, tú debes pedir ayuda, pues la vida de esa persona depende de ello.

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El momento en que tuve que narrar a su familia cómo ocurrió todo fue tensionante. Yo esperaba un regaño, un reproche, o cualquier cosa por el estilo. Pero no. La verdad fue que sintieron compasión de mí, por todo lo que había tenido que ver. Tuve que contar una y mil veces que subimos al puente, que ella escuchaba música y yo la observaba como tratándole de decir que bajáramos, que estaba tarde. También, que ella se intentó tirar una primera vez a la vía, pero yo la detuve jalándola del pelo.

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Pero la verdad, era que había un montón de detalles detrás de esa corta narración. Subimos y, ella escuchaba música muy dispersa, callada y pensativa. Yo sólo caminaba detrás de ella anhelando que decidiera bajar rápido para ir a mi casa y comer. Por un momento se quedó mirándome y luego puso una cara picaresca. En ese momento yo entendí lo que pretendía: comenzó a correr a lo largo del puente sin parar de reír, como si disfrutara verme angustiada. Yo la perseguía repitiendo su nombre una y mil veces en forma de advertencia. Cuando se detuvo trató de tirarse a la vía, pero yo la tironeé de la sudadera, y al ver que no funcionaba, la jalé del pelo logrando tirarla al suelo, quedando ella con la cara entre las rejillas del puente, y yo parada, tratando de obstruirle el paso con mis piernas y cuerpo. Tenía el corazón demasiado agitado y estaba demasiado asustada. Quería que alguien llegara y me ayudara. Justo en ese momento, y antes, vimos salir a maestros de la institución a coger el transporte. Yo los miraba como pidiendo auxilio, pero desde abajo es difícil ver con claridad los gestos de una persona que está en un puente.

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Mi amiga venía presentando síntomas de depresión desde hacía varios días, y sumado a esto, estaba drogada. Las drogas y el alcohol tienen efectos depresivos sobre el cerebro, especialmente para adolescentes que ya eran proclives por su biología  o antecedentes familiares. Ellas afectan la capacidad de razonar, e interfieren con la capacidad de valorar los riesgos y hacer buenas elecciones. Por ello, es tal vez, que mi amiga se comportaba de manera tan fría y calculadora en ese momento. Luego del primer intento, se paró, y yo caminaba a su lado o detrás. Ella me preguntaba que si estaba molesta, y yo le respondía que no, estaba agitada. Se agachó y me dijo: “hace un minuto estaría muerta, pero usted impidió eso”. Tome esto, y léalo cuando esté sola.  Era una hoja que guardé y casi ni presté atención, es más, no recuerdo con claridad lo que estaba escrito allí.

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Luego de un rato caminando, me dijo que me relajara, que ya estaba calmada y que era "ella " otra vez. Yo le creí, pero no bajé la guardia. Recuerdo que cantó en voz alta la parte de una canción "Lonely day", de la banda "system of a down". Precisamente por eso sabemos con que canción se tiró. Se alejó de mí, estaba brisando y puso las manos en las barandas; se agachó un poco y cuando vi que la intención era coger impulso me acerqué rápidamente, pero al parecer ya era tarde.  La agarré por la camisa, pero, lamentablemente, ya tenía medio cuerpo en el aire, y la otra en el puente. Tuve que ver como su cuerpo caía en el vacío, mientras atravesaba las ramas de los árboles, para quedar extendido en el suelo, mientras quedaba en mis manos la sensación que deja la camisa de un cuerpo en el aire deslizándose de las manos.

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Durante el recorrido a casa, leí la carta en compañía de mi madre. Creo que hablaba de despedidas y de ser felices; no lo recuerdo bien. En ese momento, me sentía tranquila de que fuera sólo una despedida en vano, y no una despedida en realidad.

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Bogotá, una pequeña muestra de mi país

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Crónica de Tatiana Baquero Yarce

XI-23 de 2013

 

Después de 8 largas horas de viaje por fin llegamos a Bogotá. Era mi primera vez en esa enorme jungla de cemento, llena de tráfico, gente, edificios y lluvia. Recuerdo que sentía mucho frío, pues ni allá ni acá a las 6 de la mañana se siente calor; llegamos por fin al barrio Ricaurte, lugar conocido como centro de la industria, constituido por talleres industriales, bodegas de maquinaria, camiones de carga que se dirigen a todas partes del país, etc. Entre todas estas calles negras, se encontraba la humilde casa  llena de recuerdos y momentos realmente especiales tanto para mi papá, como para sus hermanos y familia. Cuando entré allí, pude ver que no sólo en sus alrededores había comercio e industria, también mi abuelo tenía su propio taller de metalistería, este mínimo espacio en el que él hacía su magia junto mi tío Gerardo había sido el sustento de esa familia y por consiguiente de esa casa durante casi toda una vida; en la parte delantera de aquel terreno a medio construir estaba aquel taller y en la planta superior la casa donde todos mis tíos y mi padre crecieron, pero en la parte trasera no había nada, solo una jaula con gallinas para las próximas fiestas, la cual limitaba con una fábrica.

 

Por esos días, apenas comenzaba el festival internacional de teatro, donde vienen personas de los cinco continentes del planeta para mostrar su talento delante un público internacional, el cual acude en gran masa para este evento. Allí, no sólo se ven representaciones de obras clásicas en teatros, también se ve el teatro callejero, la cuentería, la danza, conciertos, circos, funciones para niños, entre otras artes. La ciudad estaba llena de colores y fiestas por doquier, con desfiles en cada calle, artistas callejeros dispuestos a seducir y complacer a todos los expectantes en todas las esquinas, rumbas, caravanas y demás.

 

Cayendo la noche fui sintiendo sueño y cansancio por motivo del largo viaje. Mi papá, sus hermanos y hermanas esa noche se desvelaron hablando y riendo, seguramente recordando travesuras y vivencias en días anteriores. Me contó mi padre tiempo después que ellos nunca sintieron interés en ir a eventos como el festival internacional ni nada parecido, ya que sus condiciones económicas nunca les permitieron conocer ni ampliar sus intereses por las artes; lo que ellos hacían era trabajar, siempre con el fin de sacar la casa adelante, mejorarla y no dejar derrumbar esas paredes llenas de sueños, anhelos, deseos y aspiraciones que de niños tuvieron. La situación que vivían mis tíos y mi padre en ese entonces no era extraña, para nadie es un secreto que las familias que más trabajan casi siempre son las de menos recursos y que en este país, si no es porque se meten en el narcotráfico o alguna actividad ilegal o porque encontraron a un ángel de la guarda, no salen adelante.

 

La casa era la última en un callejón por donde sólo podían salir los carros retrocediendo, ya que la calle era demasiado angosta; recuerdo que yo salía con mis primos a jugar pegándole a un balón contra la pared, ya que como este no era un barrio tan residencial no había parques cerca. Junto a la casa había una fábrica abandonada, no hacía más de 6 meses, en su tiempo de auge ésta se centraba en cortar piedra para sacar el mármol, pero dada la crisis económica que se ha venido presentando a lo largo de los años en Colombia, y más aún en la capital, fue cerrada. Los dueños de dicha fábrica la desalojaron toda, lo único que quedaba allí eran las ventanas, baños, cuerdas y tonillos oxidados…

 

Mientras sectores del comercio sufrían por estas bajas, el gobierno de Samuel Moreno Rojas, alcalde en turno, se interesaba por darle una buena imagen al resto del mundo, sin fijarse ni hacer mayor cosa para que la situación que otros vivían cambiara, permitiendo que personas trabajadoras y dependientes del trabajo para otros se quedaran en la calle por cierres y/o decadencia de las fábricas. Pero esto no solamente pasa en Bogotá, pasa en el resto del país; donde es más importante lo que piensen los demás que las propias necesidades de la gente, donde el gobierno piensa es en sus propias necesidades y no en las del pueblo; aquí en el país donde los niños cogen armas desde los 14 años porque ni la ley, ni el país, ni los gobernantes ni nadie lucha por el bien de ellos, a nadie le importa si están estudiando o están siendo sometidos por grupos al margen de la ley.

 

Esa noche ocurrió algo estremecedor. La bulla y el alboroto me despertaron; mi papá, mis tíos y mi abuelo estaban despiertos, pero ahora no se reían ni contaban historias, ahora ellos llamaban a la policía y trataban de dar explicación a los ruidos que se producían en la fábrica vecina. Se oyeron disparos. Algo cayó del tejado de dicha fábrica. Luego de un rato, después de la llegada la policía al lugar, mi familia comenzó a calmarse y nos contaron a mi padre y a mí lo que creían que sucedía allí. La crisis estaba en su momento más crítico, tanto que el índice de robos, extorciones, secuestros y demás acciones ilícitas aumentó, en tal grado que hasta una ventana, cuerdas y tornillos oxidados podrían ser motivo para que alguien cometiera un acto contra su moral y dignidad. Dijeron, pues, que se había metido un ladrón para sacar lo poco que quedaba en aquella bodega vacía, que al llegar los policías este subió al tejado y aquellos dos hombres uniformados al no poder alcanzarlo ni poder entrar allí, trataron de ahuyentarlo con disparos.

 

Al día siguiente, alrededor de las 10 am llegaron los dueños de la fábrica. Al abrir las grandes puertas de aquel lugar se encontraron a un muchacho de unos 27 años tirado en el piso, quejándose de un dolor proveniente de su pierna; en la caída desde el techo de la fábrica este se quebró la pierna y gracias a esto no pudo escapar. Los vecinos morbosos, llenos de curiosidad, cosa rara en este país, donde todos quieren estar enterados, pero ninguno quiere estar involucrado; rodeaban al joven, el cual esperaba que llegara una ambulancia que lo trasladara a un centro médico y supongo que de allí para un centro de reclusión. Allí se comentaba que no era nada extraño que esto sucediera por aquella época, ya que las bodegas quedaban solas y a disposición de los “dueños de los ajeno”, los cuales aprovechaban sin dudar apenas en entrar y sacar todo lo que podían.

 

Pero de esto no se enteraron los de la prensa, ni los del evento aquel por el cual tanta bulla había; esto es lo que se vive diariamente, pero cuando hay algo más “importante” lo opacan, lo esconden y nadie se entera. Siendo otro el caso, donde si mostraran lo sucedido lo llamarían de la siguiente forma, “ladrón en Ricaurte”, “policía sorprende a ladrón en fábrica abandonada”, o algo por el estilo, es fácil deducirlo si tan solo cogemos un diario cualquiera. Aquí, no se muestra la noticia como es, no porque los periodistas o las telecomunicaciones lo quieran dar a entender así, no, aquí las noticias son cambiadas de tal forma que el estado quede impune, por eso la noticia es que un muchacho robó en una fábrica y no es, que por el motivo de bajas y de la poca atención que se le presta a esta situación, las personas sin trabajo y con más necesidades acuden a las actividades ilícitas, ya que son el medio más “fácil” y rápido para conseguir lo que se quiere, o al menos eso es lo que conocemos desde siempre gracias a los grandes del narcotráfico, que por casualidades de la vida han nacido aquí y han dejado este pensamiento más que infundado en las mentes de la comunidad, pasando de generación en generación.

 

Volví a casa tiempo después y  vi que en todas partes habían noticias de que ese año el evento fue todo un éxito, poniendo a Colombia como el país con más influencia artística y con el mejor festival de arte en el mundo, afortunadamente los extranjeros no se enteran de todo lo que pasa aquí, al igual que nosotros mismos, la pregunta sería, ¿Algún día le daremos la importancia que se merecen las necesidades internas más que a la percepción de los demás?

Eran eso de las siete de la noche

 

Crónica de Laura Mejía Congote

XI-23 de 2013

 

Tan incomprensible, tan distinto, qué extraña sensación, quien pensaría  que ese día iba a perder su vidita, su pequeña, delicada e inofensiva vida. Eran eso de las 7:00 de la noche, un lunes común y corriente, como siempre lo son: aburridos, cansados, monótonos. Estábamos mis papas y yo, cada uno concentrado en lo que nos gusta: leer, ver programas vacíos de televisión, y estar horas sin sentido frente a un computador.  Cuando entra una llamada, de lo más común, pues no falta el que quiere hablar con alguien en la noche por pura comodidad o para soltarse algún chismecito. Pero no, esta vez no era eso, no era una simple molestia ni nada tan superficial. Era una muerte (me estremezco cada que pienso en esto)  no de alguien importante o al menos para mí no era alguien así, sólo era una muerte… de un niño, Juan Camilo. Hijo de un trabajador, mejor dicho un campesino, tendría qué… unos tres añitos máximo y ya dizque perdiendo la vida y por enfermedad ni siquiera un mísero accidente. La llamada abrumó a mi papá, luego, a mi mamá y por último, a mí. Nosotros no teníamos nada que ver con esa “pobre” familia pero sí les podíamos colaborar en algo, no quedaríamos tan mal. Es lo mínimo que se puede hacer en casos así. Don Jhon, el papá de Juan Camilo vive en Buriticá, uno de los lugares más escondidos de la zona antioqueña, pues con esta violencia casi nadie conoce los pequeños y verdaderos paraísos como esos.
 

A las 7 de la noche en ese pequeño pueblo, nadie está preparado para estos acontecimientos, y menos para disponer de un sarcófago pequeño, además que todos en esa partecita de Antioquia son familia lo que hace que se necesite pedir uno, acudiendo a mi papá, pues es de los pocos amigos que tienen que viven en una ciudad. Luego, viene la difícil tarea de conseguir uno, mandarlo a traer y llevarlo hasta allá unas dos horas de camino y en esa melancolía que sólo la muerte sabe causar.  Mi mamá me contó que mi papá ya había pedido el pequeño cajón fúnebre, que él iba solo a llevarlo, que no se sabía si volvía hoy pero que lo debía hacer por pura gratitud hacía ellos de todo el trabajo bien hecho que han logrado en varios años. Las cosas ya no eran tan sencillas, el hecho de no saber qué puede pasar en carretera tan tarde es espantoso, por tantos motivos alarmantes llegamos a la conclusión de ir nosotras también y sí, yo iba a pesar de la sensación tan angustiante que es tener a un muerto cerca de uno. 

Debíamos ir a Santa Fe de Antioquia, allí estaba el cadáver, allí murió de una infección, que diagnosticaron como “gripa”. No se me extraña de que esto haya sucedido, nada más mediocre que la salud en Colombia. Es más estos casos, ya ni nos asombran de los comunes que son, pues siempre está ese “estamos invirtiendo todo lo que podemos para la educación, la salud y la seguridad del país” pero quisiera ver la tecnología apoderarse de esos pequeños centros a los que ni se pueden llamar hospitales, pues la mayoría consta de solo unas cuatro camillas, dos médicos de turno y eso que son especializado en medicina general, es decir no pueden encontrar más allá que solo virus e infecciones comunes y si encuentran algo más, deben que trasladarse para Medellín, pero la plata no es que la vaya a cubrir el estado por ser una emergencia, esa tiene que salir del campesino mal pagado, que dejará de comer bien ese día para que le alivien su problema, el cual volverá a ser remitido al campo con la misma infección con la que se fue. Me gustaría ver un día que todo el dinero “bien invertido” en la salud de frutos a  alguien que lo necesite, ver a seres atendidos higiénicamente,  que en vez de tirar el dinero en una guerra sin fin, se invierta en el pueblo, en la gente, en la preservación de la vida. En una verdadera necesidad Colombiana no en un capricho de dirigentes corruptos que apoyan la explotación y la venta de nuestro país. Inclusive perdimos hasta la capacidad de asombro ante la indiferencia de los entes gubernamentales para los sectores bajos del país.
 

El ataúd, llegó a mi casa a las 9 de la noche pues no había de la medida buscada, el niño era muy pequeño. El dinero corría por cuenta de mi papá, claro que después iba a ser pagado por el estado. (No sé si en verdad lo hayan pagado, cada vez confío menos en esos tipos)  al entrarlo al carro, no cupo, se pasaba de los límites del baúl del carro y si había que llevarlo en las sillas, no podía ir o iba pero cargando la caja y es algo que no todos los días se hace pues se sabe que va a estar un niño muerto, pero yo realmente quería ir y ver qué pasaba. Entonces, me arriesgué. Cuando la voz salvadora de mi mamá me dijo que tranquila, que me fuera adelante que a ella no le daba miedo, la costumbre de la enfermería sirvió bastante en este caso. Arrancamos a las 9:30 pm con música de emisora, que no es tan enérgica a esa hora, lo que hacía más fúnebre el ambiente y nosotros evocando a la muerte, con las historias, con los recuerdos de aquellos que ya no viven. Cruzamos el túnel, las noticias e informaciones, los bellos paisajes nocturnos, todo pasaba más melancólico que de costumbre, esa noche el color negro era más profundo que el resto de días.
 

Pasó media hora, me acordaba cuando mi tía antes de salir me decía “Laura tranquila, rece por él que solo son angelitos de Dios” y yo pensaba, si Dios existiera, no creo que les hubiera querido hacer ese mal a esa familia. Tenía casi la muerte en la boca, ese sin sabor, pero trataba de hacer eso menos tedioso para todos, hablaba de la música que iban pasando, hacía comentarios no muy importantes, como: “deberíamos conseguir una memoria para disfrutar una música propia” mis papas seguían la corriente, llegamos a reírnos pero no recuerdo de qué. La noche avanzaba, cada vez había menos luces, pero era una buena carretera, sólo daba la luz de los carros, y uno que otro pito para saber que venía en contra.  Se me pasaban en la mente pensamientos como ‘y si al final todo saliera mal y nosotros también termináramos aquí’ yo con mi mal pensamiento me consolaba ‘bueno, al menos moriríamos todos juntos y ahorraríamos la tristeza de cada uno’ pero luego me arrepentía y pensaba que todavía tenía mucha vida, mala o buena pero la tenía, que eso es atraer malos pensamientos y energías, que de mucho pensar podrían suceder.  Avanzaba y no llegábamos, no miraba mucho ese pedazo de madera porque me asustaba sola y era mejor ir tranquila.  Eran las 10:30 cuando ya se empezó a ver a Santa Fe, entramos, estaba la policía, luego llegamos al hospital habían varias motos, un par de muchachos parados en la entrada con cara de “no veíamos venir esto y no lo queremos”. Al salir del auto, saludamos al abuelo Don Humberto, su mirada mostraba el dolor hecho carne, nos dijo que siguiéramos que más allá estaban los padres. Mi mamá me cogió del brazo y caminamos hasta una casetica donde estaban, había empezado a llover desde que nos bajamos, me imagino que un poco antes pero solo la sentí cuando bajé.
 

Lo que veíamos no eran hombres, eran lágrimas hechas hombres. Mi papá se agacho abrazó a Don Jhon y le dijo “Lo lamento mucho, mi más sentido pésame” y lo mismo con la mamá, pobre mujer no cabía del dolor, se movía y gritaba, de vez en cuando reprochándose el porqué de esa lamentable situación, le decía a la hermana que ella había hecho todo, que lo había visto bien, que ella lo trajo al centro médico, que porque le pasaba eso.  “Mi hijo”, decía con más lamentos y más lágrimas. Mi papá, don Jhon y don Humberto, fueron por el ataúd para poner a Juan Camilo allí, nos contaban la historia que a las 6:00 pm había muerto  de una infección intestinal, que llevaba así dos semanas y que la habían tratado como un virus. Salieron con el ataúd hacia el carro íbamos mis papás, los papás del niño y el abuelo. El resto de sus familiares iban en motos, tenían que ir primero a la casa, para sacar una camioneta el cual los subía a donde lo iban a velar, o al menos prepararse para ello. Eran las 11 y no había sirios, ni velas, ni mantel para adornar la iglesia, no había nada. Sólo un niño muerto y los padres hechos dolor. Cuando mi papá fue a recoger al niño para llevarlo al ataúd con el abuelo, él iba contándole como Juan Camilo ya estaba aprendiendo a hablar, a correr, a reconocerlo, a decirle “te quiero mucho” y a expresárselo, que no había dolor más grande, que no sabía qué hacer, mi papá solo le decía que le pidiera a dios mucha fuerza, para salir adelante.
 

Siguiendo en el camino, averiguamos en dos tiendas a ver si tenían sirios o velas, pero en una tienda no se iban a encontrar y menos tan tarde. Al final, no se compró nada. Cogimos la carretera y empezamos a subir a Buriticá donde lo iban  a recoger, los papas llevaban  el ataúd en sus piernas en las sillas de atrás con el abuelo, mi papá conducía y mi mamá en la silla del lado, yo iba en la mitad, era la más incómoda pero ahí no importaba mucho, lo importante era llegar bien.
 

Sólo se oían los llantos, de los tres, el silencio más incómodo que he podido percibir en mi vida, nadie hablaba, nadie decía o movía algo, ni se miraban, ni mi mamá era capaz de preguntarme que tan incómoda iba, ni mucho menos yo era capaz de responder. El sentimiento fúnebre y oscuro aumentaba cada vez más. El camino era más solo con algo de lluvia. Así por media hora, 11:30 pm y nosotros apenas llegando al lugar donde lo recogían. La policía nos paró, mi papá le explicó que llevábamos a un niño que había fallecido, sus caras de autoridad cambiaron por la comprensión más humana al punto de decirnos que ellos iban a quedarse cerca para ayudarnos. Mi papá se salió del carro, al notar mi incomodidad, se estaba mojando afuera, pero era lo mejor que podía hacer, además esperaba la camioneta. La mamá de él, lloraba cada vez más fuerte, cada vez le dolía un poco más o paraba y repetía “¡Ay, mi niño!”. Yo a veces la miraba pero no a los ojos y le veía ese dolor, esa hinchazón de párpados, su rostro destrozado.
 

La idea de tener al niño no fue tan perturban te como lo creía pues no lo veía y más sabiendo que la mamá se sentía un poco mejor de tenerlo ahí, frío e inmóvil pero cerca, algo que no pudo hacer hacía ya un día. El silencio predomino en esos instantes. A las 12:00 de la madrugada llegan con la camioneta. La tan esperada camioneta. Sacaron el ataúd del auto, salió la mamá, lo esperaban unas tías y un par de familiares, se acercaron a la ventana a decirnos “gracias, muchas gracias por todo lo que han hecho por nosotros”  mi mamá respondió “no se preocupen, es un dolor muy grande, tranquilas que es con mucho gusto”, se compartieron un par de ‘Dios te bendiga’ y ellas cogieron su camino, lo último que escuché fue ‘no entiendo qué pasó’ ‘yo hice todo, yo lo lleve y lo cuidé, no entiendo’. Todos se montaron y cogieron loma arriba. Así, se fue Juan Camilo que en paz descanse, para su última ceremonia terrenal.

 

El retorno fue menos largo, yo me fui en las sillas de atrás acostada, pensando, con el ambiente un poco menos angustioso que antes, solo reflexionando que la muerte, no espera a nadie, no excluye a nadie, no quiere a nadie. Solo viene, recoge y se va. La misma música de radio que poco se sintonizaba y los mismos comentarios poco aportantes para romper un poco el silencio que dejó esa noche tan fría. Llegamos a las 2 de la mañana, todos a dormir, para continuar al otro día la misma rutina de siempre y esta experiencia solo será otra anécdota más. Aunque ya ha pasado casi un año y todavía, al pensar en eso, ponemos esa expresión de “fue algo tan impactante, que duele recordar”.

 

LAURA MEJÍA CONGOTE

2013

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Sin un pie

Jakeline Vidal Ocampo

XI-22 de 2014

 

Hoy viernes 9 de mayo de 2014, día tan común y tan corriente, lleno de la monotonía de siempre, me encuentro sentada en frente a mi computador con una mano ocupada en el mouse y la otra sosteniendo mi mentón; mis ojos entretenidos  en frente a la pantalla leyendo las noticias  que cada día después del colegio llego a leer, y en medio de ello, están pasmados, acostumbrados y no reaccionan a las noticias que siempre se ven: violencia, muerte, inmoralidades y abusos llenan la prensa colombiana, es como el pan de cada día. Mientras mis ojos no reaccionan, mi mente se encuentra ocupada repasando las tareas del día, entre  ellas pensar sobre qué podría escribir para realizar una crónica, pero la verdad no me surge nada, es de ese tipo de tareas que me gustan pero que cuando no son espontaneas se me vuelven agotadoras y rutinarias. En esos momentos en que se desencadenan una considerable cantidad de hechos frustrados y por realizar en mi cabeza, el ruido de la puerta interrumpe mis pensamientos, así que me levanto y me dirijo a abrir. Al abrir, para mi grata sorpresa, me encuentro a mi tío Alfredo en la entrada,  él es uno de esos familiares que solo se ven una vez por año pero que siempre da gusto ver.

Después de un rato, de haberlo saludado, a eso de la seis de la tarde, él empieza a quitarse la prótesis de su pierna, para descansar, y la deja a un lado, lo que me causa gran curiosidad, en primera instancia, conmigo misma al notar en la ignorancia en la que estaba sumergida al saber que mi tío usa prótesis,  sin saber la causa exacta de cómo había perdido su pie, y en segunda instancia con él, pues me preguntaba cómo pudo seguir su vida hasta el día de hoy sin ningún problema, y cómo pudo adaptarse tan rápido a caminar con la ayuda de un pie y una prótesis, e incluso hubo días que sin prótesis lo hacía. Esta curiosidad me llevó a pedirle que por favor me contara la historia de cómo había perdido su pierna, guardando mi discreción y sacando un lápiz y un papel para tomar nota de ello.

Después de acomodarnos en mi pequeña sala, compuesta de cuatro muebles, una mesa de centro, y un comedor con sus respectivas sillas, con un ambiente más bien frío y una taza de café, comenzó la narración de su tragedia que ocurrió el tres de marzo de 2007. “En este día me levanté temprano, como lo hacía siempre y lo sigo haciendo, ya sabes, a ordeñar las vacas, darle de comer a los animales, recoger el café. En una finca hay muchas cosas para hacer y después de todo ello, a las diez de la mañana  me dirigí  a entregar un parte del cultivo de café a dos horas de la casa, en compañía de un trabajador y dos bestias llenas de carga, por un camino muy solo, esto debido a que el ataque guerrillero por esos lados apenas sí se había calmado” dice él.

Resulta que mi tío, Alfredo Ocampo, vive en una pequeña pero hermosa finca, ubicada por los caminos más tediosos de Cristalina, pues estos no son aptos para transporte público, y la única manera de andar por ellos es a pie o en caballos, llamado por él, bestias. En aquellas zonas hay grandes ventajas como aire fresco, bellas plantas, y entre muchos otros beneficios que puede brindar la naturaleza, pero en cuanto a sus desventajas, por ser un lugar más bien escondido, donde solo mantienen las familias de los que cultivan la tierra y sus visitantes, fue un buen lugar para la época para que la guerrilla se camuflara, refugiara y silenciase, sin ellos poderse quejar, ni hablar e incluso más bien, disponerse a obedecer. Y continuando con la historia dice “yo en mi largo camino, acostumbrado a trabajar, nunca, ni si quiera ahora que me pasó, me podría haber imaginado lo que sucedió ese día”, y mientras pronuncia esas palabras yo miro su expresión, mi tío siempre ha sido una persona alegre, cansona como decimos nosotros los paisas, a todo le pone el buen sentido del humor, pero esta vez, su expresión no me dice nada, no hay rastro de tristeza, ni alegría, tan solo con sus ojos muy abiertos y su seriedad me hace notar un aire de resignación y aceptación a esas consecuencias que puede traer el cliché de la violencia. A mitad del camino, exactamente por donde pasaron las bestias y pasó el trabajador, por ese mismo lugar pasó mi tío, con la diferencia de que este al dar un paso para pisar la tierra la sintió blanda y al levantarla no pudo dar un paso más, explotó una mina debajo de él, las famosas minas anti-personas, destinadas para las batallas con el fin de no matar sino de mutilar extremidades, ya que las consecuencias de un herido en la guerra son más problemáticas que las de un muerto, y efectivamente con mi tío funcionó. “Yo solo me acuerdo que el golpe fue fuerte al caer, y que cuando recuperé la conciencia no sentía nada, y las botas que llevaba hasta la rodilla  hacían verme como si todo estuviera bien, mi compañero de camino, para revisarme, me ayudó a quitarme la bota, pero era todo lo contrario, no estaba bien y me desangraba” me comenta él mientras mira su pierna falsa a un lado y luego se la vuelve a poner. Inmediatamente, el trabajador que lo acompañaba, como no había de otra y estaban a mitad de camino, no habitado por nadie, dejó a mi tío solo en aquel lugar mientras él se devolvía por ayuda.
Fueron dos horas las que estuvo mi tío solo, sin ayuda de nadie, postrado en medio del camino, imposibilitado, sin poderse mover, pero como buen trabajador que es, no se quedó quieto ni se dio por vencido, sabía que si no hacía nada y no detenía la sangre que de su pierna estaba fluyendo, moriría allí tirado, por lo que aplicó una de esas particularidades que se aprenden a diario cuando se vive en el campo y está alejado de la civilización, se estancó la sangre con secreto, yo, inmediatamente lo miré y con expresión confusa le pedí que por favor me explicara, a lo que él me explicó: “Es poco creíble, pero yo tuve fe, un señor que hace tiempo conocí y ya murió me lo enseñó,  me recé el pie, le hice oración y la sangre estancó, es un don que se desarrolla que si no hubiera sido por este, en estos momentos no estuviéramos aquí sentados contándote la historia”, al pronunciar las palabras se me enfría la piel y me da una punzada en el corazón que llega directo a mis ojos, lo cual me hace agachar la cabeza, hacer como si estuviera escribiendo y así conservar  la discreción.
Dos horas después, el trabajador que fue a pedir ayuda con otros tres y una camilla hecha de palos, subieron a mi tío en ella, mientras entre los cuatro, se echaban la camilla a los hombros y emprendían camino para llegar a la civilización. Fueron seis horas largas de camino para llegar solamente al Retiro, sin descansar, con el sol a cuestas, lleno de dolor y de cansancio tanto para el herido como para los que lo auxiliaban. En el Retiro contrataron un carro para que lo llevaran hasta la Piñuela, ya que todavía por allí no entraba el servicio de hospital ni de ambulancia, esto como una prueba más de la eficiencia que tiene Colombia por interesarse en los derechos fundamentales del hombre  y preocuparse porque estos se cumplan en todo el país. A las diez de la noche se encontraba en una clínica de Rionegro y, finalmente, a  la media noche, ya lo atendían los médicos de la clínica General de Medellín.
Luego, mi tío con estas palabras se acerca a la parte más dura de la situación: ”Después de una larga y exhausta atención por parte de los médicos, estos me hacen saber que tengo gangrena y que es necesario amputarme el pie, pero solo se podía hacer con mi consentimiento, pero yo con Isbelia, mi esposa, conservando  la última esperanza, que es la última que se pierde, con anhelante consuelo y llanto ahogado, les decíamos que no lo hicieran, que siguieran aplicando los medicamentos. Una semana después, el dolor se volvió insoportable al igual que los efectos de los medicamentos y las cuatro paredes en las que estaba me causaban un sofocante encierro, por lo que inmediatamente autoricé mi pérdida del pie, pero nunca la presencia de él, todavía los siento sin tenerlos que ver”.
Una semana antes de que cumpliese con la incapacidad y la recuperación, ya estaba de nuevo en su tierra, feliz, montando a caballo y cultivando las tierras, como cuando una gripa pasa y volvemos al colegio o nos cortamos el cabello y este vuelve a crecer.

Y heme aquí, orgullosa de estar sentada frente un hombre que los demás dicen montañero, pero que no necesita de una ayuda para andar, que responde por dos hijos, conforma un hogar digno y honesto, que cultiva la tierra, se mantiene más sonriente que adolescente enamorado, que no necesitó de la ayuda del Estado que ni si quiera se inmutó por brindársela y que, sobre todo, con su pierna de metal al lado tuvo la valentía de revivir el momento, sin derramar una lágrima, sin maldecir, o sentirse triste. Solo él y nada más que él es un gran ejemplo de vida para mí, aquel hombre de sombrero alado, flaco, bien vestido y de bigote que está sentado frente a mí.

 

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Del sistema de salud y otras maravillas

Artículo de opinión

Carolina Aguirre Betancur

Sección X -22 de 2013

 

Siempre he escuchado decir que ``cuando a uno le den una cachetada se debe  poner la otra mejilla``, pero se ha llegado a tal punto en el que ya no hay más que exponer  a los golpes, o bien, a las manos de parlamentarios, ministros y  entidades como las nuestras, pues todo el cuerpo está golpeado…y es que no son una, sino varias veces las que la otra mejilla me ha  tocado poner, que digo  mejilla, más bien, las dos nalgas, un pie, el cuello, el abdomen y toda la cara. Ésta que bien me la han visto varias veces.

 

También he oído sobre aquel dicho que dice ``hasta  lo más mínimo se debe agradecer´´ y es por esto que le agradezco al Ministerio de Salud todas estas ``bendiciones´´, teniendo pues el privilegio  de ver  como  a través de  sus entidades, de su gentileza y como de una forma muy sutil, recomiendan prácticamente a los enfermos,  restaurantes y platos, así como también viajes, manifestados por medio de expresiones camufladas pero evidentes, como: váyase a la … (casa)  coma….(acetaminofén) y otras como: no puede entrar está muy lleno , espere  aquí en la puerta…vaya tómese un cafecito…¿Usted está enfermo?  .

 

Manifestaciones que me supongo son ``para bien de la salud de todos´´: mandan a comer a la gente, recomiendan el lugar y, es más, son tan profesionales que hasta el portero puede dar un  diagnostico  satisfactorio: no lo hace esperar y lo manda a su casa, se asombra de su estado físico y pregunta de nuevo,  ¿USTED ESTÁ MAL?  ¡No,  hay personas peores!

 

Cosas como estas que, le suben el ánimo a cualquiera, así la persona se esté muriendo; siendo tal la eficacia, que muchas veces por medio de su ``intervención divina´´ a usted en un momento de ``suerte´´ pueden mandarlo  al cielo.

 

Y  ni que hablar de los valores que tanto se esmeran en cultivar; manejan la igualdad, todos: ancianos y niños son tratados por igual, ninguno con preferencias, no, no, no,  ¡eso no puede ser así!,  también el valor de compartir: en una camilla caben hasta 2 personas, la enseñanza: a muchos acompañantes o familiares les toca hacer de enfermeros, y qué decir de la atención que es encantadora. Si es por teléfono le  sugieren la paciencia, que por supuesto, todo el mundo debe tener si quiere ser tratado con estas preferencias, le ponen música suave e incesante, y luego de esperar casi una hora,  si corre con suerte, se puede escuchar por medio de la dulce voz de una secretaria, que se nota solamente en el saludo (ausente),  que está demasiado ocupada y trabaja muy duro, una respuesta satisfactoria como, por ejemplo,  que la máquina de rayos X está averiada, pero que si es necesario vaya a urgencias, uno de los lugares que no definiré,  pero que podría decir es uno de los  más singulares de estas entidades de salud, donde abunda la paciencia, la gentileza, la solidaridad, la consideración, el profesionalismo, el servicio, y, lo que no puede faltar, mucho, mucho  acetaminofén.

 

El acetaminofén, señores del gabinete, si ustedes no lo conocen,  es aquella pastilla blanca que dan, independientemente de su dolor, sirve para todo: un dolor de corazón, un cuchillo atravesado en la mano, una gripa, el Párkinson, el alzhéimer, un trauma, un dolor muscular, es decir,  hace de analgésico, antiespasmódico, antiinflamatorio, antipirético y casi todos los antis que se les ocurran. les recomiendo señores del gabinete, una buena dosis de ellos, para ver si logran calmar la enfermedad económica, esa que mantienen por las ansias de tener unos más que otros y todos siempre más que nosotros, recuerden que lo pueden encontrar en su centro de farmacia más cercano, sirviéndoles a ustedes como un anticorrrupto, que  espero les ayude a calmar un poco la enfermedad, para bien de ustedes y de nosotros, esa, su enfermedad, la que, creo, es la epidemia que afecta a muchos y trae consecuencias a otros ( económicas y sociales) , OJALÁ PUEDAN CUARSE Y TENER DE NUEVO SALUD POLÍTICA.

 

Saboreen la maravilla de pastilla agria e insípida  como el sistema, que por cierto, es de destacar la  estupenda labor  de representarlo por medio de una pastilla, ¡cuán parecido es! rebuscado, facilista, mediocre, desapacible, punzante… ¡QUÉ TRANSPARENCIA!

 

Deseo que experimenten  la estupefacción  de salud con la que contamos en el país, un país donde hasta la salud está enferma gracias a sus fabulosas intervenciones; vayan,  Los invito pues a que prueben el medicamento, ah y  no se confundan si, de pronto, la farmaceuta en vez de acetaminofén les dé veneno para ratas, da igual, ambos (en sus casos) surten el mismo efecto, además, la posible equivocación de quien los atienda,  se puede deber, seguro,  al gran aprecio que guarda hacia ustedes.

Ella

 

Carolina Aguirre Betancur 

Xl-22 de 2014

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Ella puede tomar cualquier nombre, pues no sé cuál es el verdadero o si acaso tenga uno… es así   como le llamaré a la mujer  que está todas las tardes sentada  dos cuadras abajo de mi casa,  la veo todos los días cuando salgo de estudiar; a lo lejos la reconozco  incluso sin gafas , pero también  está acompañada de dos niños, ambos muy  pequeños, algo harapientos y casi que iguales en su aspecto físico; sus miradas  portan  un semblante fugaz, la mujer  eventualmente  la tiene  perdida  y  sabrá solo ella dónde está, sí quizá en el recuerdo de su hogar, un hogar que es de todos o que, por lo menos, así debería  ser; si en su tribu, su comunidad, si en el baile del aire, si en el sonido del río, si en los rayos de sol que queman su frente, si en la brisa que la refresca, si en su maloca, su trigo, si en  sus cosechas , sus raíces, si en el canto de algún ave que dejó, en fin, solo especulo, pero eso sí, siempre me pregunto en qué podrá estar pensando, si piensa para evadir los pájaros urbanos, estos, los buses, las motos, los ruidos , aquello que nunca para de escucharse en una ciudad, en una ``selva de cemento´´.

Siempre me lo he preguntado, ¿qué  razones ven estás personas para salir de su hogar? es decir ¿qué los hace querer venir?,  nosotros, venimos de ellos, nosotros somos quienes debemos volver;  solo en Colombia han logrado subsistir  88 tribus indígenas, entre las que podría mencionar los Nukak Makú del Guaviare, los  Kansá del Putumayo, los Sánha y  Chimila del Magdalena, los  Kogi de la Guajira , los  Emberá del Chocó , y los Muiscas de Cundinamarca  entre otras tantas, de las cuales podría apostar que si preguntase o las nombrase, nadie sabría exactamente dónde o qué son, o quizá solo conocerían las dos últimas ,  pero esto, a comparación de cómo era antes, es paradójico;  parece como si fueran entes aparte, los vemos simplemente como nuestro lado místico, del que muchos a veces hablan por creerse intelectuales y muy históricos y muy naturalistas… pero en realidad solo son alegorías pasajeras; me pregunto las razones y ellas vienen a mí, por un lado estamos nosotros a quienes no nos educan o informan sobre nosotros mismos, nos enseñan a servir a  ‘’algunos’’ de lejos, muy lejos, desconociendo de dónde venimos, entonces ¿ cómo saber qué hacer si no sabemos qué somos? La respuesta a esto nos la da el gobierno, excluyéndolos, implantándonos nuevos ‘’parámetros e ideales’’. Incluso, tratando de que ellos se acomoden a estos, dejan perder todo, así como dejaron perder a Panamá, como regalaron casi 200 millas náuticas de nuestro mar, como están dejando perder estas culturas, cómo están dejando perder el país.

Pero, vuelvo con la mujer, aquella de  semblante  desconsolado, que por lo general, siempre está sentada en el asfalto, en el duro e injusto suelo, que  para ella fuera hierva, fuera tierra; sus pequeños, me imagino, juegan a veces cuando tienen fuerzas, pues siempre que los veo están dormidos, y ella  solo cumple con lo suyo, mendigar una moneda al transeúnte. Ella, por supuesto, una de tantas indígenas colombianas , quizá desplazada por la violencia: las FARC y otros tantos leguleyos, quizá obligada por su esposo, pues nunca tuvieron una educación que no deseducara su cultura pero que educara su marginación, que las librara de su temor; estas mujeres quizá desconocedoras, amenazadas, o simplemente ignorantes que ahora también están siendo delincuentes, alquilando sus  hijos, muchas veces dopándolos y causándoles la muerte (motivo por el cual casi siempre parecen estar dormidos) para pordiosear una moneda.  

Y es que a esto me refiero, solo acusamos pero no actuamos, ellas deberían tener un apoyo sobre reinserción social si es que así lo quieren (venir a la ciudad)  una campaña de desarrollo y sostenimiento de estas comunidades, no que busque sacarlas de sus hogares o ``modernizarlas´´. NO, sino que las establezcan definitivamente, pero con inclusión social, que les brinden protección, que se sientan seguros en sus hogares.

Cada vez que paso por su lado algo en mí se estremece y entonces siento pena  pero no sé explicarme el porqué; recuerdo que un día,  luego de darle unas cuantas monedas, seguí  mi camino y justo antes de pasar la calle, mi mirada se encontró  con la de un transeúnte que de seguro había visto lo sucedido, y lo siguiente me desconcertó, me miró como decepcionado, y entonces no entendí, si fue por la situación que ambos habíamos acabado de ver y que por cierto, a diario y en casi que  todos los rincones de Colombia vemos en diferentes presentaciones, o por el contrario, si fue por el hecho de que le hubiese dado las monedas, en todo caso, decidí seguir y no prestarle atención; tal vez fue  un presagio que anunciaba  los hechos, pero en ese entonces, no  supe interpretarlo…pues esa misma tarde, en mi casa estuve inquieta, interrogaba, respondía, y entonces como si por cada moneda que hubiese dado,  mi mente se llenaba de ideas; y ahí estaba ella, la mujer de la esquina, y él el señor transeúnte. El monologo comenzaba.

Reflexioné en lo que quizá pudo haber pensado el transeúnte y que sé, muchos piensan: ´´esa gente está así porque quiere, ellas (por lo general porque siempre son mujeres y sus hijos) tienen manos y capacidad para trabajar, no se les debe dar nada, eso es solapar´´ y entonces quizá me sentía culpable,  me escuchaba, consideraba  y respondía: esas mujeres no han tenido educación , tienen manos pero no saben bien cómo usarlas cuando importa más una máquina que una planta,  y aún si lo supieran ¿cómo podrían? Es de recordar que hay cerca de  1,990,000 mil desempleados en el país y entre ellos, claro, están incluidos aquellos que sí tuvieron la posibilidad de una educación superior o tan siquiera una básica , lo que pondría a estas mujeres en desventaja  y si, incluso, hiciesen trabajos que no requirieran estudios, que ahora es casi imposible, se verían igualmente afectadas, pues si hasta los profesores reclaman un salario digno , ahora imagino a estas mujeres en otra situación y me explico el porqué de que muchas personas acudan a las calles, aunque no lo justifico.

Trato también de darme respuesta a mi pregunta inicial, y entonces me remonto, y me meto más a fondo, a la política, aunque pareciese que esta no tuviera uno: siempre salen con algo nuevo, más rebuscado, más infame, más atrevido. Y así como está, es que me atrevo a mencionarla y a  mencionarnos, pues nosotros somos ``partícipes´´ de ella  externamente, aunque internamente solo seamos unos espectadores del acto, del circo.

Me remonto a las FARC y sus millones, no solo de muertos, sino de desplazamientos; a la falta de dignidad, a la falta de  pertenencia, ¿cómo es posible el cambio de un árbol a un edificio? ¿Estamos perdiendo nuestra tradición y cultura indígena? ¿Por qué le damos importancia a lo menos importante, a los pequeños hechos? ¿Por qué volvemos todo una novela? Ah claro, porque es que acá en Colombia nos alimentan de eso, de amarillismo. Nos crean un libreto que cumplimos, por cierto, al pie de la letra. Decimos que somos el país más feliz del mundo, ¡pero claro! Si todo lo hacemos una fiesta, lo que pasa es que no nos damos cuenta que quien se lleva los regalos son otros, somos quienes rompen la piñata y, al final, vemos el suelo vacío, así como les ha tocado irse a la cama a millones de colombianos, mientras que  ``nuestros representantes, quienes abogan por nosotros`` tienen de sobra y hasta reciben aumento, porque es que somos colombianos. Y aplicamos los refranes, y el gobierno sí que los ha sabido aplicar, por ejemplo está: el que quiere una taza se le dan dos y el que quiere un granito se le da medio (siendo nosotros los del grano).

No trascendemos a los hechos, dejamos que ellos nos trasciendan y nos vuelvan historia, de esas que casi nadie recuerda, de esas que no son buenas contar, a eso estamos llevando a estas tribus, al olvido.

¿No ven acaso lo increíble, cómo en un solo hecho se ve reflejado todo un problema, un país? Y otros preocupándose por cómo está la moda en París, mientras acá vendemos nuestra propia tela al exterior y el exterior nos la revende con una mera etiqueta que hasta le cuadriplica el precio al producto. NO, esto es Colombia, aquí y ahora, allá en esa esquina, esa mujer ; esa mujer es Colombia y nosotros no lo vemos, fue rica, bendita entre la naturaleza, rodeada de aguas , que ahora nos quitó la Haya, que ahora para ella se vuelven alcantarillas en una acera, esa mujer es Colombia, llena de historias , tradición, sufrimiento, tenacidad, colonizada  por su marido quien se cree su dueño así como España, quienes no contentos con robarnos, trajeron  enfermedades, nos llenaron de hijos, hijos que esclavizaron, que sufrieron; ¡ELLA ES COLOMBIA! , en las calles, por cada parte que pase, cada piedra que pise, cada sonrisa que dibuje, ese es el espíritu colombiano que aunque se vea irónico, desolador y conformista no debemos dejar perder la sonrisa, la esperanza.

Pero mientras tanto me retiro, y dejo esto en la mesa, mañana es otro día y quién sabe si ella, la mujer de la esquina, se levante.

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Medellín, la ciudad de las calles seguras

 

Crónica de Andrés Mateo Herrera Ramírez

XI-23 de 2013

 

Y sí, es de esta forma como cierro mis ojos de nuevo en presencia un decaído espíritu patriótico, intentando conciliar un sueño que remonte mis sentimientos hacia un estado  de tranquilidad, que aleje mi mente de tal realidad que agobia mis pensamientos, realidad que me hala de esa bonita nube en la que recalo cada vez que presto mi tiempo a admirar la bonita ciudad que habito y en la que la vida ha decidido, yo me desenvuelva como ser humano.

 

Comienza pues, el día con una estridente alarma, indicándome a gritos que es momento para poner mi cuerpo en marcha, ir en busca de la toalla y tomar un cálido baño. Mientras yo intento poner cosas como el uniforme, los útiles o mi moral en orden, mi madre es aquella que se levanta en simultánea, y vela porque el desayuno sea mi fuente de energía para el resto de la mañana. En este instante comienzan las malas noticias.

En la radio, cruel aparato difusor de tragedias y atropellos, se anuncia el estado del clima, se dan los buenos días a los oyentes, se narran un par de chistes (algunos son charros, muchos otros no) y en breve se da comienzo a la repartición de acontecimientos. Por un lado, se comenta acerca de los múltiples enfrentamientos entre bandas, algo normal. Se habla también de la típica madre que sufre alguna clase de desestabilidad mental-emocional, por lo cual decide que lo mejor es arrojar a su hijo recién nacido a una caneca de basura, dándole punto final a su existencia; algo no tan común, pero de igual forma no tan desconocido. La siguiente es un poco más nueva, y de mismo modo vieja:  un grupo de vándalos utilizan inteligentes estrategias para quitarle las pertenencias a las inocentes personas que por un azar del destino, deben de cruzar diariamente el “Parque Berrío”, emblemático lugar de esta hermosa metrópoli, estigmatizado a causa de aquellos indeseables “ciudadanos”. Sería bueno también resaltar algunas noticias no tan malas, pero la verdad a muy poca gente le interesa escuchar acerca de las viviendas otorgadas por el gobierno a personas de estrato 1 y 2, y eso los aburriría, así que lo dejaré para otra ocasión.

 

Es importante recordar que nuestra ciudad, llena de naturaleza, gente amable y tradiciones, entre muchas otras cosas, está situada como la veinticuatroava ciudad más peligrosa del planeta, siendo a su vez Colombia de los países con más manchada reputación alrededor del globo.

 

Se llega el momento de salir, cojo mi maleta, mi buso, e intento llegar lo más rápido posible a la siguiente calle. Me doy cuenta de que por algún motivo me he ido retrasado nuevamente de mi hogar, y luego de llegar apresurado a la mencionada calle, me topo con la noticia de que el bus escolar, nuevamente, me ha vencido en la carrera contra el tiempo. Cruzo la calle y observo con detenimiento la cancha “Tejélo”. Además de echarle un vistazo, comienzo también a sentir una agradable esencia... No me toma mucho trabajo identificar el olor, es cannabis, proveniente de algún lugar entre los árboles. ¿Sabían que Colombia es, junto con México y Paraguay el país que más marihuana exporta en el mundo? Y ni hablar de nuestra ciudad, cuna del más grande narcotraficante conocido en la historia de la humanidad, el odiado, amado e idolatrado Pablo Escobar (aunque su especialidad no era exactamente el TCH, pero bueno, ya ustedes entenderán).   

 

Tomo una decisión arriesgada, opto por coger el 281, ruta que descarga sus últimos pasajeros en el Camino Real, sobre la Avenida Oriental, para luego subirme allí a un circular sur, cuya parada será en las calurosas puertas del INEM. Me bajo en el centro de mi ciudad, hogar de indeseables personas atacadas por el déficit, el hambre y la drogadicción. Miro a mi alrededor, me armo de valor y comienzo a caminar. Las únicas dos cuadras que me separan de una ruta y la otra se me hacen eternidades, y la verdad que no es fácil deambular en unas calles que han sido testigos de las ocasiones en que he sido asaltado, robado, insultado, y acomplejado. Pienso en las cosas terribles que es capaz de hacer una persona en medio de la necesidad.  Siento temor. Aseguro un paso rápido, miro a mi alrededor. Todo parece ir de maravilla, unos cuantos mendigos son los únicos que rompen mi silencio. Consigo llegar a la entrada, hago la fila, subo al bus, me monto en 1000 por encima de la registradora, tomo asiento, por fin estoy a salvo.

 

En la institución nada se sale de sus esquemas. Unos estudian, otros no. Nadie se pregunta qué estará pasando en cada calle de la ciudad que los ve desempeñarse a diario. Cada quien comenta sus problemas, revive sus inconvenientes y varios suplican por consejos. Quizás no sea prioridad de muchos, pero sería bello hablar de una comunidad que, además de contar con las mujeres más hermosas del país, un creciente desarrollo en cuanto alternativas de transporte público, hermosos paisajes, diversas situaciones climáticas, entre muchas otras características positivas, fuera también la ciudad de las calles seguras, la ciudad sin enfrentamientos por el poder que otorga el territorio y la droga, y la ciudad por la cual cada paisa suspire de felicidad y orgullo al momento de escuchar su nombre.


 

Un viaje futbolero a la capital donde somos una "raza maldita"

 

Juan Pablo Erazo Mesa

XI-22 de 2014

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Lo recuerdo como si hubiese sido ayer, iba cumplir uno de mis sueños; ver jugar a mi equipo de fútbol en otra ciudad. Lo haría en el partido que disputaría frente a la Equidad en la ciudad de Bogotá, la capital de Colombia. Normalmente, el equipo bogotano hace sus veces de local en el estadio de techo, pero esta vez lo haría en el máximo escenario de los capitalinos, más exactamente en el estadio “Nemesio Camacho el Campin” el mismo donde mi glorioso club conquistó la primer Copa Libertadores de América para el fútbol colombiano, la noche del 31 de mayo de 1989, dicha vez frente al club Olimpia de Paraguay con un marcador global de 2 a 2 que obligaba a definir la serie desde lanzamientos desde los doce pasos. Con una estelar actuación de René Higuita y la definición final de Leonel Álvarez el conjunto paisa se coronaría campeón continental tras el 5-4 de los penales.

 

Volviendo al partido contra La Equidad, muchos me preguntaban antes del viaje que ¿si no me daba miedo ir a ver a Nacional en otra ciudad debido a los peligros que implicaba? O mejor ¿Cómo hice para convencer a mi familia de otorgarme el permiso para disfrutar del compromiso en vivo? Mis respuestas siempre eran las mismas, con respecto a la primera contestaba con una pregunta ¿cómo me iba a negar a cumplir uno de mis sueños por culpa del miedo? Y, por el lado de la segunda, el permiso me lo gané con las notas del colegio a lo largo del año. Es decir, el partido era el domingo 18 de noviembre de 2012, correspondiente a la primera fecha de los cuadrangulares finales, entonces una semana antes mis padres me dijeron que me iban a dar un premio por ocupar el primer puesto de mi salón de clases, así que, yo mismo les pedí que me dejaran ir a ver jugar a mi equipo de fútbol con una bendición. Y así fue.

 

Luego de concedido el permiso, hablé con mis amigos que también iban para Bogotá sobre las reservas del viaje con la barra “Los Del Sur.” Esta tenía dos precios distintos 115 mil pesos con boleta incluida saliendo de la ciudad de Medellín la madrugada del sábado 17 de noviembre, y por el otro lado, costaba 85 mil pesos sin boleta, por lo cual está última reserva saldría de viaje el viernes en la madrugada para así, una vez llegados a la ciudad de Bogotá pudieran salir a conseguir sus entradas. En mi caso, no alcancé a llevar la plata de la reserva que incluía la boleta a tiempo, lo que implicaba llegar a la capital un día antes que los demás. Con la suerte de que me hospedaría en la casa de un familiar y para mayor fortuna sabiendo que luego del partido regresaría a la ciudad en avión, ya que, mi tía se encontraba por esos días en la capital y me regalaría el pasaje aéreo en su mismo vuelo.

 

Un día antes de salir de viaje, organicé las cosas necesarias para la excursión, dentro de las cuales llevaba una camisilla, una sudadera, una pantaloneta, un jean, cuatro camisas y  dos chaquetas, puesto que como todos los colombianos sabemos, en la ciudad de Bogotá hace mucho frío. La tarde del jueves 15 y la noche del mismo, se hicieron eternas. Estaba ansioso, ya quería estar en el estadio. Pero me esperaban largas doce horas de viaje con otras personas que apenas iba a conocer. Cuando llegué a la guarida (lugar donde salen la mayoría de excursiones de los del sur) me sentía extraño hasta que empecé a relacionarme con los demás compañeros con los que iba a abordar el bus. El bus arrancó a las 2:12 de la mañana, momento en el que todos empezamos a entonar las canciones que coreamos durante los juegos de Nacional.

 

A lo largo del viaje, íbamos conversando, escuchando música, cantando, tomando licor y algunos, o mejor la mayoría, revolviendo el alcohol con diversas drogas (marihuana, perico, rivotril, popper, etc). Vale decir que por mi parte fue el momento más aburrido y de menos gracia del viaje, ya que ese tipo de sustancias nunca han sido de mi gusto. Pero, también en dicho momento me sentí de cierta manera halagado ante lo que me decían los demás, por ejemplo “Letico parcero, mis respetos para usted, siga así de sano que va por muy buen camino.” O “excelente que no se deje llevar por los demás incluyéndonos a nosotros, se ganó nuestra confianza.”  Luego de más de cuatro horas paramos en Doradal alrededor de unos 20 minutos y cuando volvimos al bus nos pusimos a hablar de dos de las cosas que más amamos en la vida: el Club Atlético Nacional y el Fútbol. El resto del viaje, transcurrió de la misma manera, entre risas, chistes, conversaciones y ansiedades hasta llegar a los alrededores del estadio.

 

Estábamos en el coliseo el Campin aproximadamente a las tres de la tarde del viernes 16 de noviembre de 2012. Una media hora después de llegar a Bogotá, algunos hinchas de millonarios que pasaban por el lugar empezaron las burlas a las que nos sometimos durante 24 horas en dicha ciudad. Algunos nos gritaban: “¡raza maldita!” otros nos cantaban “Maricón, maricón, paisa maricón.” Y algunos nos amenazaban mientras nos decían “los hijos de Pablo” o “la escoria de Colombia.” En ese instante nosotros los paisas, esa “raza maldita” sólo nos reíamos de impotencia mientras no sabíamos si responder o ignorar a dichos personajes. A mí, esos insultos solo me parecían parte de la ignorancia, el egoísmo y la competencia en el que nos desenvolvemos los seres humanos, y así sonará regionalista no dejaba de imaginar que Antioquia fuera federal y solo les gritaba ¡VIVA NACIONAL, VIVA ANTIOQUIA FEDERAL!

 

Más tarde, tipo siete u ocho de la noche después de buscar boletas sin fortuna en diferentes taquillas de la ciudad, me encontré con mi prima (donde me hospedaría) y me dirigí con ella hacia su casa, donde luego de un baño y un plato de comida, me acosté a dormir hasta la mañana siguiente. Desperté a las ocho y treinta minutos del sábado, e inmediatamente me bañé y fui a encontrarme con los demás hinchas que viajaron conmigo a comprar nuestras boletas. A las 10:15 de la mañana llegamos a las taquillas donde desgraciadamente ya no habían boletas populares, para ese partido “Los Del Sur” estaríamos ubicados en la tribuna lateral norte alta porque la tribuna sur estaba en remodelación y la parte de oriental estaba destinada para que la ocupara “La nación verdolaga.” Aquella barra de hinchas bogotanos de Nacional que se hacen llamar “Anti paisas” pero que son hinchas de un equipo paisa. Lo cual me recordaba lo despreciables que somos nosotros los paisas para las demás regiones de Colombia en especial para los bogotanos.

 

En el momento lo que  más nos importaban eran las boletas, así que seguimos nuestra búsqueda hasta horas de la noche, donde todos conseguimos gracias a uno de los líderes de Los Del Sur Bogotá nuestras entradas por un precio de $45.000 pesos. El panorama empezaba a ser agradable para nosotros a pesar de las burlas e insultos de las personas bogotanas. Desde ese instante, solo se veían rostros alegres por parte de nosotros “La raza maldita.” Mi prima me recogería en el estadio a las 8:30 de la noche de ese sábado para ir a descansar y dormir para al otro día apreciar el evento causante de mi viaje a Bogotá: el partido entre La Equidad y Atlético Nacional. Esa noche pasé desvelado, solo pensaba en ver saltar a mi equipo a la cancha y alentarlos más de 90 minutos sin parar.

Eran las 2:15 de la mañana ya del domingo, y aún no era capaz de dormir, pensaba en el partido, en los insultos recibidos como en lo bonito que sería callar dichos insultos con goles. Cerré mis ojos e inconscientemente me quedé dormido más o menos a las 3 de la madrugada. El partido era a las 5:45 de la tarde del domingo, así que no había mucho afán de levantarse temprano puesto que ya tenía la boleta de entrada. Pero, mis amigos que habían viajado después de mí, llegaban a la una de la tarde al estadio.

 

Mi prima me levantó ese día a las 12:15 de la tarde, inmediatamente me organicé, almorcé en compañía de ella y me dirigí hacia el estadio a la 1:30 de  la tarde. Como “El Campín” quedaba un poco retirado de la casa en donde estaba, llegué a sus alrededores aproximadamente a las 2:45, tres horas antes del encuentro. Inmediatamente cogí el celular y llame al líder de mis amigos “el mueco”, me encontré con ellos y como hacía un poco de frío entramos rápido al estadio. Mientras hacíamos la fila para que nos requisaran, volví a sentir el desprecio de aquellas personas (si se le pueden llamar así) de la capital. Uno de los policías nos tiró al piso golpeándonos y despojándonos de nuestras pertenencias. Al mueco, le sacaron cada uno de sus documentos, papeles u objetos de su riñonera arrojándoselos en su cara y gritándonos a todos de manera arrogante: “paisas narcotraficantes, hijos de puta”. Dicha tortura duró alrededor de 30 minutos y a pesar de la indignación que produjo en todos, en especial en mí, cuando entramos a la tribuna se nos olvidó todo y empezamos a cantar de manera alegre: “Soy del verde, soy del verde, soy, del verde soy yo.”

 

El equipo por fin salió al campo de juego, mientras pasaban los actos de protocolo todos cantábamos, saltábamos y apoyábamos sin parar a nuestro amado Atlético Nacional. El pitazo del juez central sonó a las 5:46 minutos del domingo 18 de noviembre de 2012. Sin dudas a pesar de las “humillaciones”, insultos y demás, fueron los 90 minutos más alegres de mi vida, en realidad fue uno de los días más grandiosos de mi existencia. Cuando apenas iban 20 minutos de juego empezó a llover y desde ese instante el agua no paró de caer, como se dice popularmente en el estadio “esa lluvia de mierda no quiso parar, fueron los rojos, las gallinas y los vallunos que no paraban de llorar.” Terminamos empapados, con toda nuestra ropa mojada pero con un triunfo que nos acercaba a una posible final del fútbol profesional colombiano. Nacional ganó en aquella ocasión 2 a 0 con goles de Luis Fernando Mosquera y Avilés Hurtado.

 

Cuando se acabó el partido todos reíamos y yo sólo pensaba en cómo un equipo paisa, sí, un equipo de la “raza maldita” de Colombia, le ganaba cómodamente a otro de la supuestamente “raza superior” del país. Y para  su desgracia: LA RAZA MALDITA VOLVÍA A TRIUNFAR.

Vulnerabilidad juvenil en la Comuna #1 de Medellín

 

Crónica de Lenny Agudelo Urrego

Sección XI-24 de 2013

 

Todo comenzó aquel día en que estaba en mi casa lavándome el cabello en la plancha, pero ese día se sentía diferente ya que estaba haciendo mucho frío y los gallinazos rodeaban el cielo, se sentía mucho silencio, cuando yo estaba con el cabello enjabonado, escucho un rafagazo de una ametralladora, muy asustada. Salí corriendo con el cabello enjabonado y agachada del susto me dispongo a bajar las  escalas  y del miedo de aquel sonido me enredó y me caigo por las escaleras mi madre muy asustada me ayuda a pararme y nos escondemos en el baño mientras pasa la balacera, se escucha gritos de la gente que huía a refugiarse de las balas, era un ruido muy penetrante. Mi madre y yo rezábamos para que pasara rápido aquel momento, donde nos preguntábamos a quien estarían matando, yo me ponía a pensar sobre aquellas  madres como estarán de asustadas pensando que su hijo se lo van a matar.

 

Esto es un gran problema que tenemos en nuestro barrio donde el joven desde muy temprana edad comienza con vicios y termina de gatillero, donde sus familias se ve mucho el conflicto intrafamiliar y la única forma de salir de esa vida es en una cárcel o muerto; En los últimos años en la ciudad de Medellín, nos estamos enfrentando a las consecuencias futuras que veíamos llegar tras la problemática, de los diferentes grupos armados al margen de la ley, es decir, narcotráfico, guerrilla y paramilitarismo, aunque estos últimos como consecuencia misma del gobierno.

 

En las comunas de Medellín se está viviendo una guerra sin límites ni compasiones, por territorios y las llamadas vacunas, especialmente nos enfocaremos en la comuna #1 de Medellín; en esta como en las demás se observa que los jóvenes desde los 9 a los 16 años ya están adquiriendo un sin fin de vicios, tales como drogas, alcoholismo y sustancias psicoactivas viéndose así involucrados en el vandalismo y el sicariato.

 

Pero que hace al respecto la acción comunal frente a este problema. ¿Por qué se invlocran los jóvenes en estos vicios?¿ Qué encierra su vida a fondo?¿ Qué piensan del futuro?¿ Qué medidas pueden tomarse para evitarlo? Tal vez no sea la solución, pero sí es un poco de ayuda para que los jóvenes de esta comuna conozcan otras salidas a su vida.

 

Como aquellos jóvenes que ese día estaban matando, terminada la balacera, como todo chismoso y buen paisa sale a ver a quién mataron, me salgo para la calle a ver qué sucedió y mi primera impresión no fue nada bueno, creo que ha sido lo más duro que me ha tocado ver, un montón de hombres tirados en tumulto en la calle a balidos, la sangre corría por la calle de aquellos hombres, pero lo más duro de esta historia es ver llegar a un montón de madres buscando el cuerpo de su hijo en medio de esa masacre, lo último que se supo fue que los policías del alrededor ayudaron a otras bandas a matar a estos jóvenes pero como es la “Autoridad” no se puede decir nada porque si hablas terminaras como ellos, como un día dijo Samuel Butler: "Es preferible una paz injusta a una guerra justa."

 

 

El lenguaje del mundo a las puertas

 

Crónica de Laura Peña 

Sección XI-24 de 2013

 

Me encontraba en el colegio, más específicamente en la fotocopiadora, en el intercambio de jornada, de repente pasa el profesor Carlos, para su aula de clase. Iba como siempre con su bolso, su camisa dentro de sus pantalones, muy organizado como de costumbre. Se nos acercó a Santiago y a mí, y dijo a juan diego y Alejandra que se acercaran, nos daría la gran noticia, el encuentro que cada año en el colegio se realiza en el día del idioma, poesía por la paz, en su quinto encuentro quería que estudiantes inemitas participaran, Carlos nos pidió específicamente que representáramos el colegio, y que informáramos a nuestros compañeros, que todos éramos aptos. La verdad aunque a todos nos gustaba mucho la idea, no hicimos mucho esfuerzo por participar, ni empaparnos sobre el tema. Se acercaba semana santa, todos nos fuimos a disfrutarla pero en definitiva nadie volvió a hablar sobre ello.

 

Cuando iba finalizando la semana santa, tuve la oportunidad de hablar con el profesor Carlos por Facebook, y él, me informo por completo sobre que debía hacer para participar. Era necesario tener permiso de los padres, porque iríamos a varios pueblos además de 10 poemas que serían publicados en el libro: “tras las huellas de la paz”. De inmediato me puse en el acto de escribir los poemas necesarios para participar. Cuando tenía todo listo lo lleve, e informe a mis compañeros que era lo que pedían para poder hacer parte del evento, pero en general ninguno parecía muy animado, el único era Juan Diego. Pasados unos días, tuvimos la oportunidad de hablar con don Carlos Alberto valle, el fundador de poesía por la paz, (se encontraba con su sombrero, poncho y carriel, como los sabe llevar él) con el fin de hacer algunos arreglos a los poemas y para conocer qué día viajábamos.

 

El primer pueblo al que viajaríamos era  Betania, el 20 de abril a la 1 pm. Todos estuvimos ahí a la hora de encuentro; Alejandro, Manuel, Melisa, y Juan Diego, además de mi madre; la euforia se apoderaba de nuestros cuerpos, estábamos rodeados de varías personas que en tan solo tres días, cambiarían muchos de nuestros puntos de vista, nuestra forma de ver la vida. La primera persona con la que tuvimos contacto fue Don Alberto Abrego, (Che Alberto, le decíamos), uno de los argentinos. Entre nosotros y che Alberto, hacíamos chistes, y al mismo tiempo discutíamos sobre temas de interés. Él normalmente era quien nos hacía aporte de cómo recitar mejor, fue por completo una amistad constructiva. Siempre iba con su sudadera, camisa, tenis, algunas veces con pantalón.

 

Llegamos a Betania aproximadamente a las 4:30, lo primero que hicimos fue almorzar (lo que fue almuerzo y comida, al tiempo), después fuimos a conocer el pueblo por nuestra cuenta y a las 6:30 estuvimos todos en el parque central, para el evento en el que se lanzaría el libro “a los arrieros”.

Juan diego y yo, cumplimos la función de vender los libros mientras se llevaba a cabo el lanzamiento del libro, y se transmitía por el canal del pueblo. Al finalizar, salimos para el hotel que quedaba en una vereda. Lo primero que hicimos fue instalarnos, conocer el lugar, que tenía una piscina, un lago, un castillo para niñas, y una especie de templo (el cuál fue elaborado, porque allí se casarían los dueños). El tema central de aquella finca era la pata sola, así que en toda la casa y sus alrededores había huellas e historia sobre esto. Allí mismo habían tres caballos, además de cultivos de café, lo que predomina en la región.

 

Cuando todo mundo estuvo instalado, se hizo una fogata al lado del lago, en el cuál, todos nos sentamos a compartir escritos y música; al rato comenzó a llover, lo que hizo que la mayoría de desplazara a la casa y se siguiera la tertulia. Una de las personas que más se hizo representativa fue doña Ángela Penagos, la cofundadora de poesía por la paz, una mujer encantadora, carismática, social, humilde, y gran poeta, ella fue de fundamental desarrollo en todos los viajes por su infinita alegría con la cual contagiaba a su alrededor. Terminada la tertulia todos fueron a dormir, pero Alejandro, Melissa, Manuel, Juan diego, David (el hijo de don Carlos Valle) y yo, nos instalamos en la buseta para seguir la tertulia entre nosotros.

 

Al día siguiente a las 8 de la mañana nos encontrábamos desayunando, ya bañados listos para ir al museo con una gran particularidad: Tenía forma de guitarra. En el había una variedad de antigüedades y una variedad de cristos con características  de la población colombiana o en general desempeñando un oficio, por ejemplo estaba el cristo paisa y el cristo carpintero, entre otras singularidades. También visitamos el mirador, creado por el estado en varios pueblos antioqueños, del cual se veía  Betania, y las montañas que lo acogían. Un espectáculo por completo. En la tarde estuvimos en una reunión con el alcalde, la primera dama, además de personas muy importantes; en esta reunión se destacó Don Orlando Betancur,  por ser alguien quien ha dado mucho por el pueblo. Él es el dueño de la finca hotel donde nos estábamos hospedando. Terminada la reunión, seguimos ahí mismo en la casa cultural de Betania, haciendo la presentación del libro, “tras las huellas de la paz”, cada una de las personas presentes participes del libro, hicieron intervención.

 

En la esperada noche, acompañados de unas pocas estrellas, estando en el hotel de nuevo, se habría paso una tertulia mucho más agradable que la anterior, allí se encontraba mi madre, Doña Ángela Penagos, Che Alberto, Don Benigno Rodríguez, Don Carlos Valle, Don Orlando Betancur, doña Luz Elena Sepúlveda, doña Georgina Cuartas, Manuel, Alejandro, Juan diego, Melissa y yo,  esta vez, éramos menos, pero fue mucho más excitante. Un viento fuerte, y una leve lluvia nos hacían compañía, además de un poco de Ron, para volver caluroso el rato. Viajamos por medio de las letras, creando entre todos un cadáver exquisito, (un escrito elaborado por todos los presentes) fuimos cómplices y medios del deseo nocturno. Compartimos entre todos una energía de paz, de amor, de armonía, en la cual nos sumergimos al punto emanar un cariño, inesperado y poco común en nosotros.

 

Al día siguiente, a eso de las ocho de la mañana nos encontrábamos en la institución Educativa Perla del Citará, rodeados de niños con unas miradas llenas de ilusiones y otras tan ausentes, pero al final todos seres hermosos, como suelen serlo los niños. Hicimos presencia en el acto cívico, en el cual celebraban el día del idioma. Después nos dirigimos a las aulas para realizar un despertar literario, Manuel y yo estuvimos con un grupo de noveno, explicamos desde nuestra experiencia lo que era la poesía y todas las formas de ser expresada, comenzamos haciendo un cadáver exquisito, en el cual predomino el desamor, el miedo, la inseguridad, en general, todo lo que mata el amor. El grupo estaba compuesto por personas maravillosas, respetuosos de sus compañeros. Una joven salió a demostrar su talento, que era cantar. Manuel y yo les explicamos que esta era otra forma de llevar la poesía a ser parte del lenguaje de cada persona, a ser lenguaje universal, como nos enseñó Doris Jaramillo, una gran poeta de Guarne.  Todo aquello que salga del corazón, pasa a ser lenguaje universal.

Mi bicicleta

Crónica de Katherine Vargas Pineda 

XI-24 de 2013

 

Miércoles, 6 de marzo del 2013. Me levanté a eso de las 4:30 a.m, me bañé, me alisté, me tomé un café, me cepillé los dientes, empaqué las cosas del colegio, cogí mi bicicleta y comenzó mi día…

 

Salgo de casa en mi bicicleta, con la skate al lado, enciendo mi mp3, pongo mi banda favorita y a pedalear se dijo; empiezo a ver todos los transportadores con gestos de estrés,  recogiendo niños, mandando la mano al claxon mientras yo sigo tranquila por la calles de Medellín sin esperar trancones, sin contaminar la ciudad, sin estresarme; de un momento a otro escucho un estallido a un par de metros de distancia, miro hacia atrás y un bus se estrelló con cualquier otro vehículo, se agitó más la ciudad! Empiezan los gigantes trancones, los pasajeros estresados, malacarosos esperando el bus que los seguiría arrimando, los gritos, los pitos, los semáforos en rojo, no pude evitar contagiarme de tanto estrés de la gente. Pero por que ocurriría este accidente como vendría este conductor lastimosamente esto no nos sorprende casi ya que diariamente miles de personas en todo el mundo, se enfrentan a la muerte o discapacidad de sus familiares debido a lesiones ocasionadas en siniestros de tránsito, esta situación genera u alto costo social en términos económicos y lo que es todavía mas importante un gran dolor y desequilibrio, psicológico, familiar, social y hasta laboral, para las personas directa o indirectamente implicadas.

 

Solo en Medellín, murieron en 2009 más de 300 personas, a causa de esta siniestralidad, la búsqueda de soluciones para este problemática de salud publica, ha sido liberada por las asociaciones de victimas de siniestros de transito con el fin de buscar atención de autoridades y sociedad en general para que asuma  la accidentalidad con el fin de llamar este proyecto siniestros de tránsito así que las calles se empiezan a congestionar más y apenas empezando un bonito día; pero lo único que queda en mi mente es imaginarme que alrededor mío no hay nada y sigo derecho, ejercitándome, respirando profundo y mirando siempre hacía delante, entre pedal y pedal por fin llegué al colegio y empezó la rutina del día mencionado; primera clase del día empezamos bien, pero con un interés fuera de las aulas de clases, se me hicieron eternas las horas, sólo esperaba la hora de salida para volver a coger mi bicicleta y llegar al Skatepark (Lugar donde tanto me divierto). Por fin se llegó la hora de salida, vuelvo al mismo estrés del tránsito, pero se me olvidaba que yo no tenía nada que ver con eso, no tenía que preocuparme por tantas cosas como los automovilistas, llegó al lugar que tanto esperaba en el día amarré mi bicicleta y me di cuenta que es el mejor medio de transporte que hay, sin estrés, sin feos estrellones, sin gritos... !ahh! Y lo más importante, sin contaminación.

 

 

Mi vida es Nacional

Crónica de Leonardo Villa Morales

Sección XI-23 de 2013

 

“Mi vida es Nacional” frase que para un joven de 26 años desempleado ya adentrado en el mundo de las sustancias psicoactivas y el vandalismo son bastantes importantes, Javier Carmona Zapata un pelado que a sus 13 años deja el estudio y se dedica a seguir a un equipo de futbol a donde fuera; como el 47% de jóvenes de Medellín decidieron por conformarse ver ganar un equipo embriagarse delinquir consumir sustancias que en  asegurarse un futuro y graduarse de bachiller y continuar con sus estudios superiores, “Fati” conocido así por sus amigos del combo, sus hermanos como el los llama, sale cada domingo a las calles de la eterna primavera con dos bolsas de caramelos y con el fin de por este medio hacerse la boleta para el próximo partido que ha de comenzar dentro de 6 horas, y que para él es lo único más importante que su propia madre doña Berta que con el poco dinero que recibe de su pensión le da esas bolsas de caramelos, que para alrededor de las cuatro de la tarde y faltando 4 horas para que comience el encuentro del amado club no sirva de nada.

 

Fati se torna impaciente y decide dejar las bolsas de confites y venderlas por 4 mil pesos, desenfunda su puñal que en la cacha lleva el escudo de su equipo y como él le dice ponerse al asecho; dice que no es nada malo hacer esto se ríe con un cinismo y que además solo roba a los que tienen cara de ricos que daban el “choto” y sacaban esos BlackBerry a tomasen fotos y dar farándula en el estadio creyéndose los peores verdaderos sin saber lo que es ser arrestado por hurto aguantando palo de los “cerdos” esos policías y viendo a tu “cucha” llorar por que sos un desadaptado más de la sociedad, de una sociedad que a comienzos de este año el índice de violencia y hurto a incrementado en un 10 %  y con un índice de 3% con heridas mortales o de gravedad; Cosa que para el Fati es algo que es de cada 8 días que esa pasión lo ha llevado a límites que nunca pensó alcanzar hasta el punto de poder llegar a matar agredir y robar por el simple hecho de que juega un equipo y que tenes que estar allá presente quebrándote la voz y siendo tachado por la sociedad como ahí va el hincha el que en vez de alentar roba y mata.

 

Los colores de una camisa ya simbolizan más que un cuadro de fútbol para personas como el Fati son la piel, son la armadura que cada fecha se debe llevar pues el escudo de su equipo lo lleva tatuado en su pecho, tuvo que robar durante una semana para poder reunir los 150 mil pesos que debía tener para poder dibujarse esta muestra de amor en su cuerpo, pero esto no es lo malo lo malo es que pelados como este que sin ningún juicio hace estas locuras tacha a todo un grupo de personas que son la fiesta el folclor del fútbol como delincuentes desadaptados que no tienen oficio; Hasta hoy el joven protagonista de esta crónica no piensa cambiar cual será su final será que terminara durmiendo en una cárcel pagando alrededor de medio millón de pesos por 8 cuadros de baldosas a las bandas internas en la sobrepoblada cárcel de Bellavista o terminara muerto en un cajón con los colores de su equipo.

Lo inesperado de una salida

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Jakeline Vidal Ocampo, XI-22 de 2014

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El 8 de enero del 2010 todos estábamos ansiosos de salir de inmediato en aquel día de sol fuerte, no íbamos para muy lejos, pero puesto que ya se iban a terminar las vacaciones cualquier salida era válida. Salimos a las 2 de la tarde, iba con casi toda mi familia, por excepción mis padres que decidieron no venir, emprendiendo carretera en el carro de mi tía hacia el municipio Fredonia ubicado a 2 horas del municipio de Bello, estábamos contentos de poder disfrutar en familia en un ambiente tan natural y diferente al que estábamos acostumbrados. En medio del viaje los niños jugaban con un balón preparándose para la diversión, otros iban dormidos, el copiloto y mis tías iban conversando y escuchando buena música, y yo tan solo me dedicaba a observar la carretera y los paisajes por los que estábamos pasando en aquel momento. 
 

Aproximadamente a las 3 y 40 de la tarde, medio kilometro antes de llegar a la casa de Doña Luz Elena, la casa donde nos íbamos a hospedar, el medio de trasporte en el que íbamos  empezó a sonar de una manera extraña en medio del camino, hasta el punto que el motor avisó que algo fallaba y se averió. Como todos vimos que no era una reparación rápida, que llevaba tiempo y teníamos hambre, algunos decidimos llegar a la casa a pie, ya sabíamos el camino, no había pérdida. Los niños llegaron primero  que los adultos, entusiasmados,  saludando y con ganas de no parar de jugar. Después de que los que estábamos en la casa comimos y organizamos las maletas en las piezas donde cada uno iba a dormir, llegó mi tía con mis tíos que le estaban ayudando ya casi al anochecer, no habían podido reparar el carro pero habían conseguido un repuesto provisional que aguantó lo suficiente para guardarlo en frente la casa, pero aquel daño no causó mayor preocupación ya que nos dijeron que, para el día de regreso, que supuestamente era después de una semana, el carro estaría reparado.
 

Después de dos días llenos de tranquilidad, paz y alegrías entre nosotros, un día montando a caballo, el otro conociendo lugares y relatos, días en los que logré conectarme con la naturaleza, pasar momentos para conversar y unirme con casi toda mi familia, digo casi toda porque días atrás habían pasado algunos disgustos con uno de ellos; pensar en medio de lugares tan hermosos el poco valor que le damos al mundo exterior y la mucha importancia que le damos a la tecnología; al tercer día ocurrió un hecho muy extraño. 
 

El 10 de enero nos levantamos muy de madrugada una prima y otros cuantos primos que no podíamos dormir, así que mi prima y yo nos abrigamos porque estaba haciendo bastante frio, nos salimos de la habitación y al salir nos encontramos con lo típico del campo, los dueños estaban aun desde más temprano levantados haciendo sus oficios, siempre he admirado cómo desde generaciones atrás la clase trabajadora, aquella que nos da comer, es tan estable y fiel a lo que hace, ellos se apasionan por estar trabajando, por ver nacer y cosechar lo que nos brinda la naturaleza, como en esa mañana al salir a la puerta exterior vi a Doña Luz que venía de recoger el café para después mandarlo a vender, cuando me saludó me encantó su aroma a cafeína con cigarro mezclado con el frio de la mañana, era tan puro, fresco y tan denso el aire de aquel lugar que me costaba respirar. Cuando entré de nuevo a la casa sentí otro aroma peculiar, era un olor dulce, así que busque el olor y era don Fernando, el esposo de Doña Luz, que hacía barquillos desde muy temprano para irlos a vender después, cuando llegué ya tenía mucho trabajo adelantado, había entre treinta y treinta cinco paquetes amontonados. Cuando me vio, me saludó con una gran sonrisa y siguió trabajando, me ofreció unos cuantos barquillos pero le dije que no, que más tarde cuando estuvieran separados los que estaban desbaratados, así que para no incomodar más me dirigí hacia la cocina para ayudarle a doña Elena a hacer el desayuno. Mientras hacíamos el desayuno, ella me contaba las historias que había tenido durante su experiencia de vida, ese tipo de historias que las personas de mayor edad cuentan porque para ellas fueron momentos tan significativos que no pueden olvidar, pero mientras conversaba con ella se escucharon ruidos que veían de la parte de atrás de la casa, donde se encontraba el huerto que conectaba con el camino que daba directamente al estadero (bailadero), pero desde el corredor de la casa no se veía absolutamente nada y los ruidos se dejaron de escuchar por lo que dejamos de prestar atención y seguimos con nuestra fría pero hermosa mañana.
 

Fredonia estaba en ese entonces en la temporada de mariposas,  toda la casa estaba llena de ellas, pero especialmente ese día aun más, las mariposas de todos los tamaños le daban un ambiente tenebroso al hogar, como si estas quisieran avisar algo. Todos le tenemos miedo a algo y uno de mis miedos son las mariposas grandes negras, será por los mitos  que cada día son transmitidos por generaciones, el mito para que yo le cogiera miedo a esta, es aquel que dice que son informadoras de malas noticias, de alguien que va a morir, va a salir accidentado o le va a pasar algo malo. Por coincidencia, cada vez que yo me encontraba en mi casa una de aquellas mariposas pasaba algo extraño, lo que motivó a que no soportara aquel día estar dentro de la casa con la idea de que en cualquier momento uno de aquellos grades animales revoleteara sobre mi cabeza y por esquivarla provocara un daño. Es extraño como lo que es transmitido de boca en boca, sin saber de quién vinieron las palabras de la leyenda, mito o relato y qué hecho fue lo que provocó para decirlo, si tal vez fue un accidente, una charla o algo observado, pueda influir tanto hasta la posición de crear miedo, sicosis o creencia sobre el hecho.
 

 A la una de la tarde después de que todos se levantaran, desayunaran y se organizaran, comentaron lo que haríamos en el día, primero subiríamos una montaña, luego volveríamos a la casa a almorzar, después a caminar y a jugar a la cancha y ya regresaríamos de nuevo a la casa a compartir en familia, comer, escuchar música y, por mi parte, observar el cielo que para esos días estaba inundado de estrellas. La mayoría de lo que teníamos en mente se cumplió pero no fue exactamente de esa manera.
 

Ya casi para llegar a la cima de la montaña, todos estábamos muy cansados pero llegar hasta arriba fue la mayor satisfacción, de aquella altura se podían contemplar paisajes aun más hermosos y misteriosos y el viento era frío pero nos revitalizó porque habíamos llegado casi muertos, encontramos un palo de naranjas y las empezamos a coger y a comer, como ya no teníamos nada que hacer pero tampoco queríamos bajar, a mi tía se le ocurrió la idea de jugar bate, yo no me imaginaba con qué porque no habíamos llevado ningún artículo para jugar, así que uno cogió un palo y vi a mi tía coger estiércol seco y lo empezó a tirar hacia el que tenía el palo mientras este desasía el estiércol volando a todos lados en mil pedazos, al principio me dio asco y estaba sorprendida porque no sabía ese lado de niños que todavía conservaba mi familia, pero luego me uní a la diversión. Más tarde, ya agotados, llegamos a la casa con el cuerpo sin espacio de una gota más de sudor y algunos de estiércol. Nos organizamos uno por uno antes de entrar todos sucios a la casa y ya cuando todos estábamos limpios y organizados nos sentamos todos a almorzar a las cinco de la tarde. Mientras almorzábamos, mi tía vio que subía la prima de ella con su familia en el carro hacia la finca que quedaba un poco más arriba de la que nosotros estábamos, al parecer todos los familiares de los que vivían en ese sector estaban por allá.
 

Luego de almorzar todos estábamos muy fatigados, motivo por el que nos quedamos en la casa descansando, mis tíos en la parte de afuera tomando cerveza y escuchando música, los niños sí sacaban más batería de donde no las tenían y jugaban al frente de mis tíos y los que estábamos muy agotados y congelados nos refugiamos en una habitación, sentados y otros acostados en la cama cantando y contando historias pasadas, de aquellas que había mencionado antes que son tan importantes que en cada conversación no se pueden pasar por alto. En esos momentos llegó la prima de mi tía, que habíamos visto pasar en su carro, saludando muy alegremente e invitándonos al estadero que al parecer iba a haber mucha gente. Todos estábamos muy rendidos y desarreglados para ir a bailar e insistimos en que no fuéramos, pero mi tía dijo que era la oportunidad de volverse a encontrar con todos los que hace tiempo no veía y que quería estar en compañía de nosotros, entonces acostamos a los niños, las abuelas y el abuelo se quedaron cuidándolos y todos los demás nos fuimos. Bajamos al estadero no por el camino donde se encontraba la huerta porque estaba muy oscuro sino, más bien, por la carretera.
 

Llegamos todos al estadero aproximadamente a las nueve de la noche, estaba lleno de gente, pedimos trago y mecato para pasar la noche, yo me dediqué a ver bailar y a conversar con los que estaban en mi mesa, pero había algo en el ambiente que no me agradaba, sería porque estaba exhausta y habían muchas personas y la música estaba muy fuerte. Pero a las nueve y media pasó lo inesperado, mientras a un familiar mío le enseñaba a bailar mi tía, lo cual era muy chistoso y parecían especiales porque ella era mucho más bajita y trocita que él y él no tenía nada de ritmo, llegaron ocho encapuchados, armados, con maletines grandes, hicieron apagar la música y sentarnos a todos con las manos arriba, mi reacción al verlos fue echar a correr pero si no es por la mano salvadora de mi tía me hubieran disparado, me agarró fuertemente y me dijo que conservara la calma, yo no podía dejar de temblar, ella lo único valioso que tenía en esos momentos era el celular, mientras los ladrones organizaban a las otras personas ella y su hijo, que era al que le estaban enseñando a bailar, tiraron el celular bajo la banca en que estábamos sentados, todos estábamos en shock, parecía un chiste, algunos se arriesgaban a decir si era un simulacro o se preguntaban si aquel hecho era de verdad. Mientras ellos revisaban, primero a los hombres, yo veía embarazadas desmayarse, mujeres que ni se movían, las invadía el pánico, pero hubo un hecho que me relajó y ahora me parece cómico, al mirar hacia mi lado izquierdo vi como el hijo de mi tía mantenía una mano arriba como lo indicaba la orden de los encapuchados y con la otra tomaba, como si no le temiera a la muerte. Es asombroso el miedo que podemos tener a la muerte algunas personas y el poder que tiene un arma para amenazarnos, éramos más de cien personas y ninguna se atrevía a abalanzarse sobre ellos, solo se necesitaban entre unas 3 personas que se encontraran al lado de cada uno de los ladrones para que el atraco de estos fracasara, pero, para ello, se necesitaba valor y cooperación entre todos, cosa que tan solo con ocho armas ya se había eclipsado.
 

La tensión aumentó cuando llegaron a requisar a una de mis tías, la que estaba enseñando a bailar al hijo de mi otra tía, ella tiene un carácter fuerte pero a la vez es muy relajada y ese día ella creía que podía enfrentar al que fuera. Entonces, al revisarle el bolsito que llevaba, ella les dijo que simplemente llevaba tres cajas de chiclets que si querían se las llevaran, entre ellos se miraron y solo uno dijo “ahora la tenemos en cuenta” y siguieron robando, se llevaron joyas, una gran cantidad de dinero, cámaras, celulares e, inclusive, zapatos. Terminaron de requisar a todos y ya se iban a marchar cuando se acordaron de mi tía, dijeron “hey la de los chiclets venga pase adelante que la vamos a quebrar” en el momento en que le apuntaban con el arma mi otra tía hecha nervios se atravesó y dijo “ella es especial, ella es especial, por favor no”, ellos con una sonrisa en sus labios la dejaron ir, se montaron en cuatro motos y dieron 2 tiros al aire, lo que provocó que todos nos tiráramos al suelo, mi tía y su hijo recogieron su celular y esperamos 2 minutos y nos subimos corriendo hacia la casa. Mi abuela, doña Luz y don Fernando nos estaban esperando ansiosos para ver qué era lo que había pasado porque habían escuchado varios disparos. Les explicaron, hubo discusiones, alegaron casi toda la noche, yo no decía nada, no podía reaccionar y, en medio de la tembladera, me quedé dormida. Al otro día me levanté como si se me hubiera muerto alguien la noche pasada, todos ya estaban desayunando, la mayoría ya se había organizado, sus maletas estaban arregladas y ya habían llamado el señor que arreglaría el carro, nos íbamos de inmediato. Cuando me vieron me abrazaron fuertemente, tuvo que pasar aquel hecho para que, los que estábamos mal, nos reconciliáramos. Qué irónica es la vida, tenemos a las personas que queremos sanas a nuestro lado y nos importa poco si estamos bien o no con ellas, pero se ven en peligro y es la hora de pedir perdón y decir que las amamos, siempre ha sido la manía del ser humano.
 

De camino a casa, el 11 de enero, todos estábamos en silencio, yo pensaba en cómo la necesidad y la pobreza pasan los  límites de lo que nos hace humanos, hasta el punto que se es capaz de quitar lo poco que tenían los demás para complacer lo mucho que queremos tener. Aquí en Colombia esto es muy frecuente, el poco interés del Estado, incita a que las personas actúen por sus propios medios, busquen soluciones de supervivencia, pero luego el gobierno se dedica a juzgar y a llenar el país de cárceles, pero no se inmutan por tener analistas que puedan descubrir porque se dan estos problemas de violencia en el país y cuáles podrían ser las soluciones, y, por supuesto, a ellos no les conviene hacer esto porque tendrían que preocuparse de la población y, en tal caso de negligencia, ellos serían los culpables, así que prefieren limpiarse las manos y culpar a los de bajo poder.
 

Al otro día, 12 de enero, ya en mi casa con mi familia vi en la televisión otro robo que había sucedido esa mañana en Fredonia. Quedé allí, sentada, con un sinsabor como si hubiera dejado algo allí sin descubrir ni comprender. Ese día en la tarde llamó don Fernando a avisar que el día del atraco los ladrones habían estado en la huerta toda la tarde observando la situación, que había encontrado servilletas y envases de gaseosa allí y que alguien vio movimientos sospechosos salir de allá. Por alguna extraña razón ese día nadie había subido a la huerta. 

 

Líderes de falsa moral

 

Artículo de opinión de Daniela Gaitán Arbeláez 

Sección XI-24 de 2013

 

En el año 1118, en el monasterio de Santa María in Pallara, en el Palatino, se dio lugar a la primera asamblea cardenalicia, donde el clero y el pueblo eran quienes elegían al obispo de Roma. Tiempo después esto se resolvería con la elección.Y aunque ha pasado ya mucho tiempo aún se elige el personaje que representará y liderará la Iglesia Católica, pero al igual que los políticos, es mas pantalla que acciones.

 

Y si, nos dicen  que el vaticano sigue aquello que plantea: "Que tu mano derecha no sepa lo que hace la izquierda.”, Pero  ¿que podríamos pensar nosotros cuando miramos a nuestro alrededor y vemos que nada cambia, que los niños siguen muriendo de hambre, que hay millones de gente pobre viviendo en las calles, sin un presente con esperanzas y mucho menos un futuro idealizado; y luego vemos al papa sentado en su trono con sus lujos y demás? ¿En que nos podemos basar para afirmar que el papa ayuda realmente a nuestra población? ¿Es cuestión de fe? Porque si es así, podría casi asegurar que si las cosas van como van, en la iglesia católica solo quedarán las monjas y sacerdotes ancianos predicando entre sí.

 

 No se puede pretender  que la fe se encuentre en nosotros “porque si”; es tal cual  como la fe que tiene un niño hacia el ratón Pérez, o alguno de esos cuentos. Con esto, no pretendo negar la existencia de Dios, tan solo es una idea que nos pone a reflexionar  en que si como iglesia católica se están haciendo bien las cosas, si son llevadas de la mejor manera realmente; el problema es que los líderes católicos  no se dan cuenta el gran cargo que llevan en sus hombros, ellos mueven multitudes, y no están dando el ejemplo que se supone deben dar; cada día hay más pederastia, cada vez se inventan mas leyes morales estúpidas que ni ellos mismos cumplen, nos siguen ocultando cosas, pretendiendo que creamos en algo sin verdaderas bases fundamentadas,  y en lugar de predicar el amor, que es lo que supuestamente Jesús nos ha dejado como enseñanza, cada vez hablan más sobre lo malo que nos pasará si incumplimos a Dios, lo malo que será vivir “descarriadamente” , lo malo que es no invertir en la bolsa por la santidad.

 

¿Qué nos falta entonces en este mundo de modernista y caótico? Encontrar la manera de sacar a flote, percibir y dar un verdadero uso de nuestra espiritualidad, a la cual no solo se llega por medio de religiones, sino por nuestro propio sentir  y nuestra real entrega.

 

Y si usted es de las personas estrictamente religiosa, la invitación para usted es hacer cumplir realmente lo que le designa su religión, ya que si la sigue es porque está de acuerdo con ella en todo sentido, por muy machista e ilógica que pueda parecer, porque de nada sirve llamarse a si mismo Católico, Cristiano, Musulmán o cualquier otro caso, si se está ejerciendo a medias, así como hacemos los Colombianos, tenemos nuestros rosarios y camándulas en los cuellos, estampitas en las billeteras y no  sabemos a qué se debe la elección de un papa, no hemos leído la biblia ( lo cual es como firmar un contrato sin ser leído), no entendemos lo que nos dice el sacerdote en misa, y aun así repetimos esto  como buenos borregos una y otra vez .

 

No hay nada peor que la ignorancia, y aunque no creo que en este mundo podamos salir completamente de ella, nunca sobrará el deseo de  ir más allá de lo que nos plantean.

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