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AUTOBIOGRAFÍAS FICCIONADAS DE LOS ESTUDIANTES
Autobiografías ficcionadas escritas por los estudiantes con su respectivo avatar
Avatar el distribuidor y Jordana
Avatar el distribuidor y Jordana

Miserables Afortunados.

 

Santiago Montoya Carrascal 10 - 24, 2017.

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Estaba lloviendo y nadie me lo advirtió. Había visto como en aquellas películas bastantes antiguas, que mi abuelo traía, como los niños salían a jugar bajo la lluvia, alzaban su mirada, mientras gota por gota, caían sobre sus rostros. Me causaba bastante curiosidad estas escenas; tal vez porque jamás había visto llover. Salí por la puerta de atrás e hice exactamente lo mismo, mientras sentía como el agua entraba por mis ojos junto con una sensación de ardor que no puedo describir, sentía como si mis ojos estuviesen en llamas, comencé a gritar, “ayuda, ayuda”, mientras que con mis manos intentaba arrancarme los ojos. No contaré más de aquel episodio, lo único que te diré es que fue la primera vez que vi llover, y la última vez que vi durante mucho tiempo.

 

Siempre me preguntaba “¿por qué perdí la vista?”, la respuesta, es la historia que todos estamos cansados de escuchar, sólo que en ese momento, quizás, era demasiado joven como para entenderlo. Y sé, que tú debes estar cansado de escucharla, pero la contaré, porque no tengo mucho que contar de mí, y, por favor, si me equivoco, házmelo saber.

 

Comenzó la guerra, de dos contra partidos, los H+, los que apoyaban la transhumanidad, y que veían en ella la única forma de evolución, y, por otro lado, estaban los H, que, por supuesto, los humanos natos, aseguraban que la tecnología estaba acabando con nuestro planeta, con nuestra especie, y todo lo que nos rodea. Mi madre siempre apoyó los H, supongo que si hubiese sabido que, los H+, serían quienes me devolverían la vista, o bueno, parte de ella, y serían quienes le quitarían la vida, no habría salido a aquella protesta, donde dio su último aliento.

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Esta guerra duró 10 años, según me han contado ¿o me equivoco? Terminó cuando los H+, liberaron unos químicos que causarían enfermedades que solo podrían ser tratadas con las invenciones que traería la transhumanidad, así pues, fue como cayó lluvia tóxica a mis ojos, cuando recién tenía 4 años, y como luego de 5 años, un nuevo invento, estos lentes pesados, me devolvieron la vista. Aunque solo en escala de grises, ya que fue imposible recuperar los bastones y los conos de mis ojos.

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¿Si fui a la ciudad a estudiar? Pues no, jamás, nunca pude incorporarme en la sociedad con normalidad, ¿cómo me eduqué?, Mi padre siempre me enseñó lo que necesitaba saber. Ahora no sé por dónde quieres que continúe, ¿qué pasó luego de que mi padre murió?, Pues, he de suponer que le conoces, todos aquí en la ciudad sabían de él, pero, quizás, no sabías que murió en mi cumpleaños número 16, el día en que me dio a Jordana, mi caballo.

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A los 18 ocupé su lugar de distribuidor, pensaron que, por haber crecido como un marginal, al igual que él, tendría la determinación de decidir qué espacio merece cada uno para vivir, mientras que yo, vivo al otro lado de la montaña en una gran casa con suficientes áreas verdes como para construir un barrio, me debería sentir afortunado por haber vivido ahí hasta el día de hoy, fue uno de los muchos beneficios que me trajo mi renombrada familia.

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Pero te diré algo, ¿sabes cuántos metros cuadrados merece una persona obrera para vivir?, Pues son 4, en 4 miserables metros cuadrados debe vivir una persona del común, no importaba si eras anciano, mujer embarazada, discapacitado. Mientras yo crecía al otro lado de la montaña. Yo soy, o era, el encargado de distribuir, ¿pero qué hacía mal? simplemente llevaba a vivir estas miserables personas, con discapacidades, o situaciones especiales, al otro lado de la montaña, durante una temporada, tan solo hacía un poco afortunadas esas personas miserables, o bueno, así les decía mi familia a las personas de la ciudad, miserables. Pero en este punto, no estoy seguro de ser afortunado ¿debería sentirme afortunado por recuperar mi vista por culpa de la guerra o miserable por perderla?, ¿debería ser afortunado por tener una labor de renombre o miserable por no tener la determinación de cumplirla?, A este punto tan solo creo que soy un miserable afortunado. Por eso es que estoy ahora aquí, hablando con un usted, apunto de ser un prisionero, y antes de que digas algo, te pido, que me sigas llamando el distribuidor.

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DESTREZA

10

INTELIGENCIA

10

EMPATÍA

6

SOCIAL

0

SABIDURÍA

5

CARISMA

2

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Autobiografía real

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Santiago Montoya Carrascal 10 - 24, 2016

Son imágenes borrosas, pero agradables, son recuerdos de una familia feliz, una familia unida y elijo quedarme con esos recuerdos, no sé qué edad tenía, la verdad no importa. Cuando pienso en mí, en cuando era pequeño, en cómo era, las primeras imágenes que se me vienen a la mente son esas. Antes intentaría buscar más adentro otros recuerdos pero ya no, he decidido quedarme con ellos. Era un día soleado lleno de alegría que de un momento a otro se iba la luz por unos segundos o quizás un par de minutos y volvía de la nada, algo como cuando somos pequeños, la noche es espesa y jugamos con el interruptor de la luz encendiéndose y apagándose, pero esta vez no era eso, eran unos túneles que había hacia dónde nos dirigíamos. Era tan pequeño, tan desinteresado, sin ningún prejuicio, con el alma pura. Me importaba poco el destino, solo sabía que estaba con las personas que eran todo mi mundo en aquel momento, veía a mi padre como mi héroe y pensaba que algún día querría ser como él,  y, al otro lado, veía a mi madre como un ser infinito de amor. Recuerdo que en la escuela nos hablaban de un ser de amor infinito, hablaban de Jesús, la verdad yo no podía pensar en otra persona que no fuese mi madre con esa descripción.

Era la primera vez que viajaba, pero la verdad cuando somos pequeños, supongo, para mí así lo es, cualquier lugar, mientras estuvieran esas personas con las que te sentías protegido, cualquiera que sea el lugar, ese podría ser tu hogar, así que, pienso yo que cuando estamos pequeños en realidad no viajamos, porque en realidad no sabemos su significado, no abandonamos nuestra zona de confort. Tengo pocos recuerdos del lugar, por alguna razón solo recuerdo el recorrido de ida, mi madre dice que en un momento de descuido casi me ahogo porque me había metido en un hueco, algo así, y este se llenó de agua con una ola bastante fuerte, pero yo solo tengo recuerdos agradables. Aquí fue, donde comencé a existir, a existir conscientemente, o por lo menos en mis recuerdos.

Lastimosamente, no fue aquí donde empecé a existir. Digo lastimosamente, porque pienso que deberíamos ser recordados desde el momento en que nosotros mismos somos capaces de recordarnos. Mi madre dice que nací un sábado santo, no recuerdo exactamente qué celebran los católicos el sábado santo pero sé que es un día especial, un 14 de abril, 89 años después de que el Titanic chocó contra un iceberg, del año 2001,  el año del atentado contra las torres gemelas, en un pueblo bastante hermoso, lleno de historias religiosas, Guadalajara de Buga. No tengo mucho que decir acerca del día de mi nacimiento, quizás por la razón de que no lo recuerdo, además de que mi madre no tuvo un parto normal, nací por cesárea y estaban las personas más importantes para mí en ese momento.

La verdad, luego de mi nacimiento no sabría por dónde continuar, crecí en un hogar agradable, tengo muy buenos recuerdos de estos, vivía con mi padre y mi madre, ambos trabajaban así que me cuentan que la mayor parte del tiempo la pasaba con mis abuelos, aun así no lo recuerdo mucho. No sé si puede haber una vida perfecta, pero la verdad no encuentro nada de que quejarme de mi infancia, por ende, no hay mucho que contar.

 Me gusta recordar aquellos momentos en los que me iba de pesca con mi padre, íbamos de campamento, íbamos a andar en bici, la verdad la bici, era elección mía, mi padre hubiese preferido una y mil veces que fuéramos a la cancha a jugar fútbol, como lo hacía con mi tío, que apenas me llevaba 7 años, y, por decirlo así, crecí junto a él de una manera u otra. Supongo que a los padres les cuesta asumir la idea de que no somos su reflejo, ni la prolongación de su existencia, y que, no somos lo que ellos son, y quisieran ser. Mi padre me enseñó a conducir auto cuando apenas tenía 9 años, íbamos al lugar de la ciudad donde menos tráfico había, ese lugar me gustaba mucho, era una avenida larga, diría que unas 15 cuadras, estaba entre la carrilera del tren (que por cierto, nunca lo he visto funcionar) y entre la variante. El alrededor de estas calles eran unas bodegas que al parecer estaban abandonadas y lleno árboles altos que llenaban el suelo con sus hojas secas, pasaban pocos autos, ya que no era necesario pasar por ahí para ir a alguna parte. Las pocas personas que habían, estaban haciendo lo mismo que yo, aprendiendo a conducir. Mi padre dice que aprendí a conducir bastante rápido para la edad que tenía, yo solo manejaba en este reducido espacio. Hasta que un día me dejó manejar un gran recorrido, por medio de la ciudad, y de ahí en adelante lo hacía bastante seguido, obviamente él iba al lado mío. Por alguna razón mi abuela (la madre de mi padre) se enteró y se disgustó mucho,y empezó a juzgar a mi padre, diciéndole que era un irresponsable y luego le contó a mi madre. Aun así mi padre, siguió permitiendo que yo conduciera. Pero lo que realmente aprendí de esto, no fue conducir, aprendí que mi padre confiaba en mí, a pesar de que los demás lo juzgaran, a los 9 años,  entendí, que la verdadera confianza era la que mi padre depositó en mí.

También recuerdo aquellas tardes en las que pasaba en el trabajo de mi madre, en una oficina, en la que nos gastábamos las resmas de una manera excesiva  haciendo dibujos y origamis. Recuerdo que mi madre siempre me llevaba consigo, y gracias a su jefe que jamás presentó una queja por esto. Recuerdo aquellas tardes jugando a que era un espía secreto mientras mi madre hacía unas filas eternas en los bancos, creo que visitábamos todos los bancos de la ciudad en cada tarde, recuerdo cuando me llevaba a alguna clase que recibía, recuerdo cuando en las noches íbamos a hacer ejercicio en el estadio, también la primera vez que nos atropellaron, un día de esos que andábamos juntos, íbamos tomando la misma curva, en la misma calle, en la misma ciudad, en la misma hora; mi madre iba manejando, obviamente, y otra persona que al igual que nosotros, venía en motocicleta, no notó que estábamos volteando y nos chocó por un costado, esa sensación de no comprender qué está pasando, la adrenalina que recorre rápidamente tu cuerpo, para que, irónicamente, las cosas a tu alrededor parezca que pasan más lento. Desearía describir más el momento, pero la verdad, cuando menos lo pensaba estábamos en el suelo, me levanté inmediatamente sin comprender del todo lo que había sucedido, el joven preguntando que si estábamos bien y, la verdad, no fue nada grave, por fortuna, mi madre manejaba lo suficientemente despacio. Luego mi madre se levantó y, al pasar del tiempo, y de la exaltación, continuamos nuestro camino, pero en ese momento me di cuenta de algo, de que mis padres a los que veía como mis protectores, como mis héroes, como invencibles y, quizás, como omnipotentes, por decirlo así, no era cierto, también fallaban, verdad era que hacían lo mejor que podían, pero eran igual de débiles, susceptibles y vulnerables como los demás, como lo era yo, como lo somos todos, y me di cuenta que, debemos protegernos por nosotros mismos, que a pesar de todo, por mucha gente que esté alrededor y te quiera, de alguna manera, estamos solos, y lo poco que podemos hacer es protegernos, aunque escasamente lo logremos.

Cuando no iba con mi madre, me quedaba con alguna de mis abuelas. Eran tardes cálidas, tranquilas, no encuentro otra forma de describirlas. El reloj iba marcar las dos de la tarde cuando mi padre o mi madre me dejaban en la casa de mi abuela, mamá de mi papá, saludaba a mi tía, a mi abuela, y a mis primos. Mi abuela siempre realizaba las mismas preguntas, que parecían una rutina,  pero sé que ella lo hacía porque en verdad le importaba, “ ¿Cómo estás?, ¿Cómo está la mamá y el papá?, y la que no podía faltar ¿ya comió?”. Luego, iba al patio, el patio de atrás, en el se nos era permitido jugar con mis primos y hacer cuanto desorden quisiéramos, jugábamos a construir ciudades con lo que encontrábamos, nos embarramos cuando llovía y cuando no , llenábamos baldes de agua y los tirábamos a la tierra e infinitas cosas más. A las cuatro, siempre se escuchaba la voz de mi abuela diciendo que nos laváramos las manos, y no sentáramos en el comedor. Esto significaba que nos había servido lo que ella llamaba el bizcocho y cuando no era así, era porque entraba por la puerta saludando con una voz alta, como era de costumbre, mi  otra tía, a la que le decimos “la loca”, no entraré en detalles. Siempre que venía la saludábamos todos, y traía algo de comer para todos, nos contaba algunas cosas mientras comíamos y volvía y se iba. Así se iba el día, a las 5 llegaba la madre de uno de los dos primos, se lo llevaba, luego por mí y mi otro primo que era mayor que los dos se ponía a hacer sus deberes o tareas de colegio, el colegio donde luego estudiaría yo.

Me pasaron a ese colegio, donde estaba mi primo, y uno de los mejores amigos de mi infancia, con el cual estudié hasta sexto, lo cual es bastante importante para mí, ya que siempre he sido una persona de pocos amigos. Cuando él iba a mi casa, al otro día siempre me decía que mi otra abuela, la madre de mi madre, le agradaba mucho, ya que ella vivía en la casa del lado, a lo cual nunca respondía nada. Sabía que mi abuela era una persona muy especial, muchas personas decían que les gustaba contarle sus cosas porque se sentían bien, también lo decía mi madre, mis tíos, decían que siempre sus amigos, cuando eran jóvenes les gustaba confiarle cosas a mi abuela, y yo, no era la excepción. Pasaba demasiado tiempo con mi abuela, ya que cuando no vivía al lado mío, vivía en mi casa. Hablaba mucho con ella, y le podía contar todo, no tenía que medir mis palabras ni pensar en qué iba decir, no me sentía juzgado, me encantaba escuchar sus historias, eran increíbles, su vida había sido impresionante, la admiraba mucho porque a pesar de su enfermedad no se quejaba, mi madre siempre decía que tenía que estar atento de ella de cierta forma cuidarla, por esa razón siempre vivíamos cerca de ella. Pero, la verdad, nunca sentí que mi abuela necesitara mi ayuda, pedía un favor de alguna u otra cosa, pero era realmente independiente y admiraba eso en ella. Diría yo que ella nos cuidaba a nosotros, cuando llegaba la noche y todos estábamos en casa el lugar de reunión era su habitación, siempre tenía la capacidad de complacer a todos. Cuando nos preparaba la cena, no sé cómo lo hacía pero siempre era un deleite. Cuando iba cayendo el sol, y se acercaba la noche y faltaba poco para que el himno nacional comenzara a sonar en la radio, se acercaban las seis, y se escuchaban  los dados cayendo en el tablero del parques de mi abuela, jugando con todas sus amigas de la cuadra, sus risas cada 5 segundos,  todas esas señoras sabían de mí desde que estaba en el vientre de mi mamá, por alguna razón solo recuerdo el nombre de una de ellas, una persona muy especial para mi abuela, mantenía en casa, es alguien muy amable. Pero también recuerdo, cuando a mitad de la noche la luz encendida del cuarto de mi abuela, mi madre corriendo estresada por toda la casa, llamando a la ambulancia. Mi madre o mi padre entraban a mi cuarto a decirme que siguiera durmiendo. Al otro día despertaba y mi abuela ya no estaba, pero esto no era sorpresa, a mi abuela le daban este tipo de crisis, mi padre me llevaba hasta la casa de mi otra abuela, con una maleta y me decía que pasara algunos días allá.Mi madre pasaba las noches en el hospital y por esa razón era mejor que yo permaneciera en casa de mi abuela paterna. No podía visitar a mi otra abuela al hospital, ya que por mi edad no se me estaba permitido las visitas en el hospital, jamás comprendí lo grave que podía estar mi abuela y no me preocupaba tanto. Pasados unos días mi abuela estaba en casa de nuevo, mi abuela no hablaba de la muerte como el resto de las personas, no tenía miedo, y me contaba que en alguna noche en las que estaba en el hospital lograba ver a Dios, y me contaba que veía lugares hermosos en sus sueños, y veía una luz blanca y cosas por el estilo, yo solo pensaba que era una historia más de mi abuela, tan interesante como siempre. Así fue creciendo, y una noche como cualquier otra, mi abuela volvió a ir al hospital, y todo volvió a suceder de nuevo. Recuerdo que en ese tiempo, estaba tomando clases de piano, y estaba preparando una canción la cual se la quería mostrar con ansias a mi abuela, no veía la hora de que mi abuela volviera, pero esta vez no fue así. Cuando veía a mi madre la veía tan preocupada como siempre, pero esta vez no, cuando el teléfono comenzó a sonar, y el reloj marcaba las 17:45 y mi madre antes contestar comenzó a llorar. Fue extraño, fue como si de alguna manera ella supiera quién estaba llamando, para qué, y hubiese adelantado su reacción para colgar la llamada más rápido y llegar al hospital más rápido. Recuerdo que lo único que me dijo fue que fuese a casa de mi otra abuela. Yo simplemente salí caminando hacia allá. Podría entrar en detalles de cómo fue el resto del día, el resto de semana, el resto de mes, pero supongo que ya muchos sabemos lo que es perder a un ser que tanto apreciamos.

Luego de esto, empezaron a surgir más problemas en la casa, mis padres se separaron por un tiempo, mi abuelo, por lo de mi abuela viajó a quedarse una temporada con nosotros y también se enfermó, por mi parte trataba de no dar más problemas, la verdad no es que haga mucho para provocarlos, pero, sin darme cuenta le estaba, dando una carga más a mi madre, por las situaciones ella decidió renunciar al trabajo y trabajar en casa, en parte, para que hablara más con ella, ya que mi abuela ya no estaba, mi padre solo lo veía los fines de semana, y como ya había dicho, soy una persona de pocos amigos. Pero nos dimos cuenta que no era mucho lo que hablábamos, no había mucha confianza, pero esto nos sirvió demasiado para mejorar nuestra relación. Este era el momento de volvernos un equipo, coordinar nuestros planes, de unirnos, porque aunque es cierto que mi padre jamás me ha abandonado, ya no vivíamos con él, y teníamos que empezar a construir una vida como los dos, ya no eramos tres. Con este plan de ideas, tomamos la decisión de mudarnos a vivir a Medellín, fue algo demasiado inesperado, la verdad no recuerdo cómo decidimos esto, cuando menos lo pensamos estábamos vendiendo lo que no necesitábamos, estábamos buscando colegio en la ciudad de Itagüí buscando un camión para el traslado. Aún recuerdo el día, era un miércoles, de noviembre llegamos cuando apenas iba amaneciendo, la mañana era fría y por alguna extraña razón solo tenía la sensación de que veníamos de visita, sería por la razón de que aun no teníamos donde quedarnos, mi madre no sabía donde iba a trabajar, ni que íbamos a hacer. Simplemente, fuimos hasta la casa de mi tía que vivía en envigado, donde llegó también el camión con todas nuestras cosas. De alguna forma cupo todo en esta casa. En el día mientras organizamos todo, muebles sobre muebles, cosas por todo el suelo nos preguntábamos dónde íbamos a dormir 7 personas en un pequeño apartamento familiar, que normalmente están hechos para tres personas, ya que no solo éramos nosotros dos con mi tía, también estaba su esposo, mi primo y mi abuelo, ah,  también estaba mi tío, que al igual se mudaría a vivir también con nosotros. No recuerdo muy bien pero de alguna manera la pasamos así tres días, hasta que conseguimos un apartamento algo cerca de allí. Nos volvimos a trasladar, hasta el momento todo iría normal, todo iba marchando normalmente,  pero aún así no perdíamos la ansiedad de que iba a pasar. Esa fue una semana bastante agitada, por una parte trasladarnos nuevamente, y por otra tenía que ir a las entrevistas y esas cosas que se hacen para matricularse en un colegio. Así pasó el tiempo, pero el dinero que teníamos de respaldo era cada vez menos y mi madre aún no conseguía empleo, mi tío, que vivía con nosotros no podía mantenernos a todos ya que también estaba en la U, mi padre por más que enviara dinero, no era suficiente para cubrir todos lo gastos de un hogar, así pasó el tiempo, angustiados. En semana santa viajé de nuevo a Buga, para visitar a mi padre, a mi abuela, y a toda mi familia paterna. Mi padre estaba viviendo con mi abuela, dijo que tampoco tenía empleo y dijo que era bastante difícil enviarme dinero. El jamás apoyó la decisión de que nos fuéramos. Recuerdo que vivía en una pequeña habitación en casa de mi abuela, me dijo muchas cosas y la verdad fue la primera vez que vi a mi padre llorar así y lo primero que me dijo fue  lo mal que se sentía y me pedía una y otra vez perdón. En ese momento no sabía que decir  jamás sé que decir en este tipo de situaciones, decía lo mucho que nos extrañaba. Esto lo sabía, ya que llamaba una y otra vez a mi madre a decirle eso. Ahí pasé toda la semana, pero cuando iba regresar, no regresaba solo como fui, venía con mi padre, mis padres dijeron que lo iban a volver a intentar y eso tipo de cosas de matrimonio. Personalmente  nunca me convencía la idea, no por el hecho de que mi padre fuera con nosotros, en realidad quería que se trasladara de ciudad, el problema era el repentino cambio de planes todo el tiempo, no me gustaba mucho la idea. Llegamos tipo 3:00 de la madrugada, como siempre, hacía frío, tomamos un taxi, le di la dirección al taxista, y no podía dejar de ver la cara de emoción de mi padre, estaba feliz. Por mi parte estaba confundido, era extraño.

Con el pasar del tiempo con mi padre en casa todo parecía marchar bien, él logró encontrar trabajo fácilmente, quizás por la razón de que tenía un título profesional. Por otro lado, mi madre dejó de sentir presión y comenzó a estudiar ya que no tenía que buscar empleo desesperadamente, todo iba bien hasta una tarde en la que estaba solo en casa y mi padre llamó, parecía que la historia se repetía en un momento cuando me empezó a pedir perdón y todas esas cosas que dicen las cosas que dicen los padres cuando se van a divorciar, la verdad pensé que sería la misma historia, que mi padre se iría, mi madre estallaría de rabia, diría infinidades de cosas, que odia a mi padre y esas cosas y luego me diría a mí que no le hiciera caso a lo que decía, que las cosas eran entre ellos y que él siempre había sido y será buen padre, como había sucedido varias veces. Pero me di cuenta que no iría a ser lo mismo cuando me dijo que mi madre no llegaría esa noche a casa, que me fuera a casa de mi tía, que esperara a que llegara y que no fuese a estudiar, le pregunté dónde estaba y  no me quiso decir.

Ya no estaba tan tranquilo, solo me puse zapatos y fui donde mi tía, ya iba a anochecer, me abrió mi primo. Ahí fue cuando me di cuenta que algo no andaba bien, ya que me empezó a preguntar cosas como si estaba bien como me sentía si quería hacer algo, ese tipo de preguntas, esas mismas preguntas que me hacía mi abuela cuando ya sabía que mi otra abuela ya había muerto pero yo aun no sabía nada. Supongo que las personas no saben mentir en este tipo de cosas, pero lo ignoré, yo solo me senté en la sala, encendí el televisor y comencé a ver T.V, luego llegó mi tía con una cara bastante exhausta, y no me saludó como siempre lo hacía de emotiva, simplemente me dijo que necesitaba hablar conmigo seriamente, jamás había escuchado eso de su parte fui hasta su habitación, recuerdo que lo primero que dijo fue algo así como que siempre debía estar del lado de mi madre, y luego me contó la historia. En un momento pensé que sería más grave lo que me tenía que decir, pensé que alguien había muerto. Lo único que me dijo fue mi madre estaba en la fiscalía y que ella había estado todo el día allá, pagando la fianza para que la dejaran salir, pero no la podían dejar salir hasta el otro día, aun no entendía del todo, luego me dijo que mi padre estaba bastante herido, había estado en una pelea de pandillas, algo así, y pensaban que era un espía y de milagro estaba vivo. Recuerdo ver su rostro, el de mi tío político que estaba al otro lado, diciéndome que no podía dejarme llevar por las situaciones, que nada es tan malo como parece, parecía como si su mayor temor era que me causara algún tipo de trauma, me daban un consejo tras otro, me decían que siempre nos iban a apoyar. Yo la verdad solo quería que continuara contando lo que había sucedido, además de pensar de que íbamos a hacer nuevamente, cuál era el nuevo plan. Luego me dijo que mi madre estaba allá porque había perseguido a mi padre y terminó en un barrio que no conocía, cuando  ya vio lo que esperaba, vio que iba a empezar aquella pelea de pandillas, antes de que la vieran salió corriendo y saltó por la ventana de una casa, y los de la casa pensaban que los estaban robando, y llamaron a la policía y por eso estaba allá, y por más que explicó que era por mantenerse a salvo, no le hicieron caso.

Así continuaron las cosas, obviamente no podían seguir igual, mi padre se fue de la casa, mi madre trabajó y estudió en cuanto pudo. Mi relación con mi padre se vio muy afectada al comienzo, pero aun así seguía respondiendo por mí y haciendo lo posible para acercarse más a mí. No era lo que se esperaba pero tampoco estábamos tan mal. Un día salí con mi padre y me dijo que la empresa en que trabajaba había caducado y se había quedado sin empleo. Me dijo que él no tenía a nadie allí aparte de mí y que tenía que ver cómo iba a sobrevivir mientras conseguía de nuevo empleo. En este tiempo mi madre perdió el apoyo económico de mi padre por un tiempo, y fue cuando realmente comenzaron los problemas económicos en casa. A pesar de todas esas situaciones jamás habíamos pasado por algo así, mi madre desesperada comenzó a vender cosas de la casa para mercar, cuando menos pensamos la sala estaba vacía.  Era chistoso cuando llegábamos y queríamos hablar todos en la sala y nos sentábamos en el suelo, y decíamos que era una casa con culturas asiáticas, que se sientan en el suelo, pero aún así no era mentira que nos dolía perder las cosas materiales. Muchas cosas empezaron a cambiar, mis tíos y mi abuela nos ayudaban mucho, pero esta ayuda no iba a ser por siempre, mi madre tuvo que entregar el apartamento porque ya no lo podía seguir pagando. Mi tío se fue a vivir solo, mi madre fue a vivir un tiempo en una habitación en casa de mi tía, y luego rentó una pequeña habitación en Itaguí. Por un tiempo no supe mucho de mi padre, pero la verdad era porque se fue a vivir con una mujer que conoció luego, la cual le ayudó mucho mientras él no tenía donde vivir ni qué comer, luego de eso consiguió un nuevo empleo y todo volvió a su normalidad, por su parte pero yo me resignaba a la idea de aceptarlo, pero por todo lo que pasaba en casa, mi madre tomó la decisión de que yo me fuera a vivir con mi padre, ya que él estaba en mejores condiciones económicas. Nos fuimos a vivir los dos en un apartamento en la ciudad de Bello, y yo tuve que cambiar de colegio, ya “el colegio privado” solo era una ilusión. Al principio fue difícil, aparte de mi padre trabajaba absolutamente todo el día, yo tenía que estar a cargo totalmente de mí. Obviamente mi padre me daba todo lo que necesitaba, pero yo debía cocinarme, administrar mi propio dinero, algunas veces mercar, mantener la casa limpia y responder en el colegio, traté en lo más posible de no quejarme. El cambio no fue fácil, porque jamás había asumido toda la responsabilidad, siempre mi madre estaba pendiente, el colegio me quedaba demasiado cerca, siempre estaba hecho lo que iba a comer, lo máximo que tenía que hacer era servirme. Fue un cambio bastante brusco, pero sabía que habían personas que la tenían mucho peor, no me tocó trabajar, mi padre hacía lo mejor que podía. Viví bastante tiempo con él y sirvió para mejorar nuestra relación. Iba muy seguido a casa de mi madre, para visitarla ya que ella pasaba mucho tiempo trabajando para ahorrar dinero para que pudiéramos volver a vivir juntos, además debía ayudarle con las tareas de la universidad, era bastante difícil trabajar y estudiar, pero ella hacía lo mejor que podía.

De este tipo de cosas, con no son problemas tan graves aprendimos muchas cosas los tres, desde que éramos una familia jamás nos había faltado nada, siempre había sido estable. El dinero no sobraba pero tampoco hacía falta. Personalmente me di cuenta que las cosas materiales van y vienen y si no fuésemos tan apegadas a ellas, seríamos mucho más libres, y nos evitaríamos muchos problemas. Luego de todo, comencé a vivir con mi madre de nuevo, mi padre vive solo, pero nos vemos muy seguido, y todo volvió a ser normal, de nuevo hay paz, de nuevo hay tardes cálidas, como aquellas que pasaba con mis abuelas. Sé que ya no soy un niño, me he dado cuenta, pero aún así, seguimos aprendiendo cosas, de eso se trata la existencia, de eso se trata de que estemos aquí, supongo, algo así como cuando aprendí lo importante que eran mis padres para mí, era un día como cualquier otro, son imágenes borrosas, pero agradables, son recuerdos de una familia feliz, una familia unida y elijo quedarme con esos recuerdos, no sé qué edad tenía la verdad no importa. Cuando pienso en mí, en cuando era pequeño, en cómo era, las primeras imágenes que se me vienen a la mente son esas. Antes intentaría buscar más adentro otros recuerdos pero ya no, he decidido quedarme con ellos. Era un día soleado lleno de alegría que de un momento a otro se iba la luz por unos segundos o quizás un par de minutos y volvía de la nada, algo como cuando somos pequeños, la noche es espesa y jugamos con el interruptor de la luz encendiéndose y apagándose, pero esta vez no era eso, eran unos túneles que había hacia dónde nos dirigíamos….. Fin.

Santiago Montoya Carrascal 10 - 24

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MÁS FÁCIL SERÍA CONTAR LAS ESTRELLAS.
AUTOBIOGRAFÍA.

XIMENA HOYOS, X-24

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Sin darme cuenta he pasado por tantas etapas, algunas no sé siquiera donde empiezan o donde terminan pues se difuminan en mis recuerdos. Sin embargo, estoy completamente segura de algo: Si tengo que hablar de mí, o de mi historia, debo hablar de él.
El día que lo conocí no era nada especial. El sol brillaba igual que todas las tardes, el colegio en el que ya había estudiado un año permanecía tal cual como lo abandonaron sus estudiantes en diciembre. Y ahí estaba yo, en un ambiente completamente diferente, sin amigos ya que todos fuimos ubicados en grupos diferentes; jamás me gustó la sensación de estar sola, de tener que conocer nuevas personas, a no ser que me las presentaran. Considero como una acción divina el que alguien a quien conocí ese inicio de año, me hubiese saludado ampliamente cuando ingresé al salón de clases.

No había notado su presencia. No hasta que estábamos saliendo de clase de Educación Física, y mi nueva amiga dijo: —Ese rolo me encanta —lo señaló, lo hizo justo en el momento en que él estaba mostrándole esa hermosa sonrisa que tiene a uno de sus amigos. Ignoré la sensación de revoloteo que invadió mi mente al verlo y le respondí:

—¿Te parece lindo? —después de que ella asintiera, noté otro detalle—. Se me parece a alguien de un grupo.

Mi amiga se rio en el momento en que saqué mi teléfono celular y le mostré la foto de aquel famoso que, efectivamente, tenía ciertos rasgos parecidos a los del chico. Así fue como comenzó… me hubiese gustado que terminara de una manera tan bonita, también.

Ahora que lo pienso, siempre he sido una persona con mala suerte. Sí, fui amada por mi familia… o al menos parte de ella. Recuerdo con dolor como mi propio primo me decía cosas por mi peso; yo lo odiaba, me hervía la sangre de sólo verlo. Y lo peor de todo es que no sólo tenía que aguantar ese tipo de situaciones en mi casa, también sufrí de acoso escolar por las mismas razones por las que me molestaba mi primo. En ese entonces no podía entenderlo muy bien, “ah, no soy como ellos”, pensaba… ¿pero qué había de malo conmigo? ¿Qué tenía que me le declarara a algún niño que me gustaba? ¿Por qué cada uno de ellos se alejaba riéndose con sus amigos luego de decirme un par de cosas horribles? Aunque eso no importa, de todas formas desapareció con el tiempo; al igual que la niña avispada, atrevida y risueña que mis tías siempre reclaman saber dónde quedó. Me volví más recatada y tranquila, aunque, lamentablemente para aquellos que me odiaban, no dejé de ser honesta e hiriente con mis palabras. Tampoco me dejé caer. Puse una barrera entre mi alma y el mundo. Por eso cuando supe que me estaba enamorando de él me sentí tan insegura acerca de mí misma. Sí, muchos muchachos me han parecido lindos. Pero no hubo nadie como él, absolutamente nadie. Fue mi primer amor. Y él, con esa sonrisa deslumbrante, me sacó de la burbuja en la que estuve los últimos cinco años. Aunque me sentía de esa forma, ya había mencionado antes que tengo mala suerte… bueno, realmente es en parte mi culpa. Oculté mis sentimientos. Lo más en el fondo que pude, y estuve a su lado como una amiga. Pensaba que así era feliz. Cuanto me equivocaba.

Fue imposible darme cuenta de la tempestad que ocurría en mi interior hasta que está se materializó en un doce de algún mes de 2015. Llovía a cántaros ese día, e, irónicamente, de nuevo nos dirigíamos a clase de Educación Física. Siempre he odiado esa clase, incluso antes de todo lo que ocurrió, pues soy dos pies izquierdos para el deporte. Sin embargo, ese día me sentía motivada, feliz por alguna razón, tal vez el sentimiento se me contagiaba por esos alumnos que saltaban alegres en los charcos y se empapaban. Iba hacia la entrada del coliseo cuando los vi. No pensé que algo como eso podría lograr que derramara lágrimas, pero fue tan doloroso… el aire estaba gélido, yo tenía que seguir caminando hasta esa zona para no mojarme más y así lo hice. En cuanto llegué abracé fuertemente a mi amiga, intentando disimular lo que estaba ocurriendo.

—¿Ves? El clima sí puede influenciar en nuestra emociones —mencionó ella en mi oído, refiriéndose a una conversación que habíamos tenido antes en el camino. ¿Cómo decirle que no era el clima lo que me hacía llorar de repente, sino que él estaba besándose con otra de mis amigas?

No la malinterpreten. Al fin y al cabo, Marcela no sabía nada, y yo ya era consciente de que a él le gustaba ella. Yo no podía hacer nada al respecto, no podía decir que me molestaba que hubiesen iniciado una relación con tan sólo dos días de hablarse. No podía decir que odiaba la manera en que ella se mostraba fastidiada por la actitud de él en algunas ocasiones.

“Si lo hubieses conocido mejor”, decía para mí misma con rabia, mis auriculares puestos en mis oídos y la música en máxima potencia, “Si supieras la hermosa persona que es, no estarías haciéndole daño de esa manera”.

No dije nada nunca. Soporté paseos, tardes enteras, y noches a la salida viéndolos juntos. Me centré en mis estudios, como siempre siendo aplicada pues es una de las cosas que más me importan. Conseguí distraerme en mis nuevos hobbies, en la mini empresa virtual a la que me había unido apenas ese año. Leí tantísimos libros, descargué tantísima música (que ahora que lo pienso, fue en ese entonces que mi lista de reproducción se volvió tan deprimente) y me volví, disculpen la expresión, más mierda de persona de lo que ya era. Inicié con clases de violín que al poco tiempo dejé atrás, me alejé de las personas, odié a tantos, me llené de conflictos  internos como externos. La misma burbuja que él logró destruir, la reconstruyó todavía más fuerte, más indestructible.

Al final, fui yo quien lo aconsejé y consolé cuando mi amiga terminó con él. Me iba hasta la estación del metro con él, conversábamos hasta las 7.30 pm y me acompañaba hasta la parada del autobús, donde nos dábamos un fuerte abrazo de despedida. Luego, chateábamos por Whastapp, nos preguntábamos cómo habíamos llegado, qué tal el viaje, qué estábamos comiendo, nos pasábamos las tareas, o conversábamos sobre cualquier trivialidad. En un momento de esos, un viernes en la madrugada, seguíamos hablando. Entonces, no sé si fue por la hora, o porque él estaba confundido, o si, simplemente, quería pasar el rato, me preguntó algo que yo anhelé que preguntara todo ese año.

“¿Quieres ser mi novia?”.

¿Que si mi corazón se saltó un latido? Lo hizo.

¿Que si escribí inmediatamente un sí? Lo hice.

¿Que si lo envié?...no. No lo envié.

Pude haber sentido todas esas cosas tan bonitas que sentí en ese momento. Pero mi mente siempre habla más fuerte que mis emociones, y yo sabía que era lo que estaba pasando.

“Puede que en este momento te sientas como que soy la única persona a tu lado, ya que ella terminó contigo y sé que te gustó por mucho tiempo. No quiero que confundas la amistad que vez en mí como algo más, te quiero mucho… pero no quiero que te arrepientas. Tampoco me siento bien haciéndole eso a ella, o a mí”, le escribí.

Como no me gusta recordar lo que sucedió a partir de ahí, iré a lo obvio. Nos alejamos, dejamos de hablar tan seguido, yo comencé a irme en transporte y ya no pude recorrer ese camino hasta la estación junto a él. Lloré mucho. Desperdicié mucho tiempo escribiendo cosas para él, o recordándolo; siento que hice lo correcto en ese momento, pero todavía así… el sentimiento sigue siendo un vacío profundo. En 2016 nos separamos, ya esas charlas que pasaron de constantes a poco frecuentes, se volvieron nada. Nos veíamos por los pasillos, nos sonreíamos, él por cortesía y yo por amor.

No me arrepiento de nada. Desde ese día aprendí muchísimas cosas. He cambiado a tal punto de que mi personalidad no es la misma, me entrego más a las personas que quiero, vocifero como me siento de ser necesario, busco apoyo y no cargo con todo sola. Aprendí a no odiar, sino a vivir llena de amor y sin rencores. Quise disfrutar más de la vida, me di la oportunidad de probar nuevas cosas, de explayarme en todos los campos posibles. Me di cuenta de que muchas cosas que antes juzgaba, las podía probar y llevar a cabo también. Dejé de negarme, de ver los contras, y me convertí en una persona mucho más feliz. Ahora me encanta conocer personas nuevas. Ahora intento hacer deporte y cuidar más de mi cuerpo con positivismo. Ahora aprecio a quienes están a mi lado, porque no sé en qué momento los perderé.

Porque el clima estuvo genial. Porque no lo estuvo, o porque estuvo decente... todos mis días junto a él fueron felices, y a pesar de que cierta época fue mala, ahora soy doblemente feliz y estoy llena de expectativas hacia mi futuro. Le agradezco a ese primer amor, a ese que dicen que nunca se olvida, porque gracias a él llegué a este punto. Y aunque lo extraño fervientemente ahora que ni siquiera está en el país, sé que esa decisión que tomé fue la mejor para ambos.

Continúo avanzando poco a poco y aprendiendo de mis errores. Riendo por cualquier pequeño detalle, llorando por una película triste, enfureciéndome porque no me dejan salir con mis mejores amigas, esforzándome en hacer bien las cosas que amo, y ver la sonrisa de orgullo en el rostro de mi hermosa madre.

Muchos dicen que su vida es tan difícil,  que no pueden esperar a que todos sus logros se vean culminados y poder conseguir una supuesta paz.

Entonces yo les respondo lo mismo que usaré para cerrar esta autobiografía:

Dicen que los seres humanos vivimos cuatro vidas. Una para plantar las semillas, otra para regar los cultivos, otra para cosechar, y la final para disfrutar lo que logramos. No podemos hacerlo todo en una sola, más fácil sería contar las estrellas.

Y sinceramente, con todo lo que me falta por hacer, espero de corazón estar viviendo tan sólo la primera.

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La Historia de Kai

XIMENA HOYOS, X-24

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Fuego. Todavía podía sentir esas llamaradas envueltas en su piel, calcinándolo. Era capaz de escuchar sus propios alaridos de dolor, y la risa maquiavélica de aquella zorra causante de todas sus desgracias. Alzó su copa de vino y tomó un gran sorbo. Esa era la única sensación de ardor que la parecía placentera, la de aquel agridulce líquido deslizándose por su garganta.

Largó un suspiro hacia esa lúgubre habitación, vestida con cortinas negras para impedir la entrada de la luz del sol; no le hacía daño, para nada. Simplemente se consideraba un ser de la noche, la misma que en aquel momento estaba llegando. Terminó su copa hasta el fondo y se levantó. No podía perder mucho tiempo.

El abrigo negro le ayudaba a camuflarse entre los seres humanos que todavía transitaban por las aceras. No se notaban sus ojos casi escarlatas, ni aquellos dos enormes tatuajes que adornaban sus brazos: cadenas fuertemente apretadas con tinta en su piel, que sentenciaban su eterna condena. Caminó con más rapidez en cuanto un grupo de personas se le quedó viendo fijamente, curiosas; a propósito cruzó miradas con una de esas humanas, no muy alta, de ojos y cabello castaños. La sonrisa que esbozó no era de mucha confianza, sin embargo fue suficiente para que la chica se decidiera a seguir sus pasos por la acera. Rompió con el contacto visual y con paso firme se adentró en aquellas oscuras carreteras, sintiendo la energía de la criatura palpitar fuertemente contra su espalda.

Se cuestionó si él habría sido igual de ingenuo en su vida humana. Lamentablemente, lo único que recordaba de aquellos días era la sensación de su cuerpo atado lacerantemente en unos tablones de madera, quemándose, y una risa gangosa que, a pesar de no conseguir darle rostro, había aprendido a repudiar fervientemente. Tuvo tiempo suficiente para ello en esos cien años en los que vagó como un mísero espíritu, en busca de algún cuerpo en el cual reencarnar; la maldita perra se lo había planteado todo excelentemente bien para hacerlo sufrir.

La tortura comenzaba con morir calcinado en una corroída cabaña de la Edad Media, posteriormente pasar a ser un simple ente por cien años, y quien diría que esa sería la parte más leve de su condena. Luego estaba el hecho de que, de su vida pasada, sólo podía recordar la escena de su muerte; ni sus familiares, ni amigos, ni quien era. Y, finalmente, haber reencarnado en una familia que lo odiaba por ser un bastardo. Por ser producto de una violación sexual a su madre.

Lo bautizaron bajo un nombre que ya no era el suyo, pues después de trescientos años, y todos muertos, no tenía sentido conservarlo. Así que comenzó a llamarse a sí mismo Kai. Ya no recordaba por qué, al igual que tampoco era claro en sus memorias cuando inició a experimentar las extrañas habilidades que lo caracterizaban.

Fuego. Eso era lo que salía de la palma de su mano, entre sus dedos, y lo que usó para encender el cigarrillo que pendía entre sus labios. Tal vez por el ángulo, la joven pensó que era un encendedor, y eso hizo que mantuviese el coraje para ponerse de pie frente a él. Kai la miró con cierta incertidumbre. Esperó pacientemente, hasta que por fin, luego de unos cuantos minutos, ella fijó sus ojos en los suyos.

Viento helado pasó entre ellos, casi al mismo tiempo que el demonio dejaba escapar la humarada de nicotina. Se hubiese extendido sobre el rostro de la humana, de no ser por la ráfaga antes mencionada, que se entrelazó con la bruma gris y se la llevó lejos.

—¿Te cansarás de seguirme algún día? —preguntó, con su voz gutural. No esperaba una respuesta, sin embargo. Ella nunca contestaba a sus preguntas. Y eso fue lo que evitó que la asesinase, desde su primer encuentro hacía ya unos meses.

La noche otoñal era agradable, a pesar del frío. Al llevar el cigarrillo una y otra vez a su boca, ella podía apreciar una y otra vez una pequeña parte de los tatuajes del hombre. Cuando este lanzó la colilla apagada lejos, se dieron cuenta con pesadumbre que su tiempo esa noche había acabado. El demonio de piel canela se dio la vuelta, y sin decir una palabra emprendió camino, de nuevo hacia su cansino apartamento.

Algo lo detuvo abruptamente. Una frase, y una voz dulce. Por primera vez en esos trescientos años se vio sorprendido por algo.

—¿Nos veremos mañana? —por supuesto que sí, siempre lo hacían. ¿Era una excusa para hablarle? No respondió. Tampoco se movió. Ella tomó una bocanada de aire—. ¿Puedo saber tu nombre?

Giró la parte superior de su cuerpo para poder mirarla. —Kai —esbozó una sonrisa, esta vez era sincera.

Ella también sonrió.

Es en la ocasión en que sus pupilas manchadas de sangre miren con amor a alguien, aquel amor que no quiso darme a mí, ese será el comienzo de su fin. Sólo la persona que consiga hacerse con el corazón del ser inmortal, podrá borrar sus cadenas.

Entonces él se convertirá en polvo y regresará a la nada. Ese es su verdadero castigo.

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